Hace 40 años me echaron del pueblo

Elizabeth Mora Mass, la periodista antioqueña que despertó la ira del capo Pablo Escobar y tuvo que salir protegida hacia Estados Unidos. LR

Por Elizabeth Mora-Mass

Hace 40 años a esta hora llegué a Estados Unidos. Le doy gracias a Dios, a María Santísima por haberme protegido todo este tiempo poniendo a Stu, mi parcero y esposo por 33 años, en mi camino y a mis suegros, quienes fueron segundos padres para mí. Paz en su tumba.

De igual manera, le doy gracias a mis papás, en especial a mi madre por haberme permitido vivir esta increíble y maravillosa experiencia que ha sido mi vida.  

Ni en mis más locos sueños de adolescente pensé que yo, la hija de un par de campesinos semianalfabetas, criada en la Estación Villa–Ayapel con Vélez, sitio ya desaparecido por el cruce de la Avenida Oriental y la Avenida del Ferrocarril, pudiera llegar a conocer y entrevistar a Papas,reyes, príncipes, jefes de estado, magnates, celebridades y criminales de gran renombre. Y a escribir reportajes que ayudarían a salvar a Medellín y a ser parte de la exposición de motivos para crear leyes como el intercambio de prisioneros (38 países)  y la Ley Contra el Tráfico Humano del Estado de Nueva York. (2008)

A quienes intervinieron en mi destierro, GRACIAS desde el fondo de mi corazón por haberme hecho un FAVOR TAN GRANDE. Algún día contaré los pormenores. No sé si valdrá la pena mencionar a los protagonistas. 

Fue Humberto López López, Hulolo, ya fallecido, quien me sacó de Colombia, no tuve cómo pagarle. Le debo mi vida. Espero tener la oportunidad de verlo de nuevo en alguna parte del Universo, al igual que todos mis amigos del alma.

Elizabeth Mora celebrando uno de sus triunfos en el refugio americano que la ha doctorado académicamente, en vida y en ejemplo para los colegas norteamericanos y colombianos

Llegué muerta de felicidad y miedo al mismo tiempo. Felicidad porque había logrado que Pablo Escobar me diera su palabra de que respetaría la vida de mi familia y miedo porque llegaba a un país que, si bien ya había visitado, las circunstancias eran diferentes. 

Recuerdo mi primera visita a la Roosevelt, en Jackson Heights, Queens. Era una Avenida limpia y con boutiques de ensueño. Chanel y Versace tenían allí sus almacenes. La de Versace era de propiedad de los Rodríguez Orejuela y la atendían personalmente.

En la Roosevelt conocí a Jesús Ramírez, el primer amigo que tuve en Nueva York–todavía soy amiga de su familia. Jesús me presentó a Manuel De Dios Unanue y Manuel me llevó a Orlando Travel, la oficina de Orlando Tobón. Jesús también me presentó a Humberto Suárezmotta, hasta el presente, otro de mis parceros, al igual que a don Jorge Mesa, Arnaldo Rinaldi, Fabio Gómez Afanador y Arnulfo Arteaga.

Lolita Fonnegra, la colombiana que era asistente de Asuntos Hispanos del gobernador Mario Cuomo, me consiguió la primera chamba, leyéndole a un conde, quien vivía en la Calle 57 de Manhattan. Lolita me llevó donde Martha Noguera–la madre de los delfines Turbay–a quien yo conocía desde la campaña presidencial que llevó a Julio César Turbay al solio de Bolívar.

Martha me vinculó con las directivas del V Centenario del Encuentro entre América y Europa. Me presentó a la Infanta Elena de España, quien lo presidía, a Javier Pérez de Cuéllar, secretario general de Naciones Unidas y a la condesa Nubia Brachi.

Enrique Santos Calderón me nombró corresponsal de El Tiempo y me inscribí en el Centro de Prensa Extranjera de Nueva York. El Centro me puso en contacto con toda la burocracia del poder federal en Estados Unidos. Sin la colaboración del Centro de Prensa Extranjera de NYC, no hubiera podido entrevistar a todos los presidentes de George Bush, a Donald Trump y al resto de funcionarios federales de cada administración. Eso me permitió trabajar luego con EColombiano y hacerle freelance a la APMiguel Sarmiento y Alejandro Manrique eran los editores de la Mesa en Español, todavía son llaverías mías–a la AFP, a Vanidades, Hola, AlóPositiva, Hombre y la Revista Mas, donde me llevó otro parecero, Carlos Agudelo, PhD en Periodismo y profesor de la Universidad de Antioquia .

Me volví inseparable con todos ellos.

Sin Lolita y Martha, de un lado (el poder, las conexiones políticas, el glamour y las celebridades) y Jesús, Manuel, Orlando, Humberto, don Jorge, Rinaldi, Fabio y Arnulfo, no hubiera podido escribir sobre esa maraña espléndida de información que era y continúa siendo, la Roosevelt.

Pablo Escobar y el Mexicano venían cada dos meses a Nueva York. Por orden suya se cerraban los negocios. La DEA se enteró porque Manuel De Dios lo publicó en El Diario/La Prensa de Nueva York, periódico del cual era director, antes de ser asesinado

Rafael Cardona y Pastor Perafán tenían apartamentos en el área.

En la Roosevelt conocí el primer Ferrari Testarossa y el Lambertini. El primer Rolls Royce que vi fue el del maestro Fernando Botero.

Cómo no había televisión en directo, en la Tienda de Nacho–de Nacho Martínez, “un montañero de Santa Rosa de Osos, como se describe”–la real, se escuchaban los partidos. La muchachada se reunía en El Triángulo y se recogían unos 250 dólares en monedas para pagar un teléfono público, el cual tenía un parlante.

Hasta allí llegaba don Luis Toro, cónsul general del Consulado de Colombia en Nueva York, muchas veces acompañado de un señor blanco y buen mozo–Fernando Botero–y otro señor bajito, morenito y delgadito–Julio Mario Santo Domingo– para disfrutar los partidos. Por lo general, pagaban parte del mecato para todo el mundo. Nadie les paraba bolas. El partido era más importante.  

Después llegaron otro par de amigos:el cónsul  Fernando Panesso y el historiador Alvaro Hugo Mejía. Por Mejía me convertí en una experta en guerras de baja intensidad. También me vinculó con las ONG. Me acusaron de inventar a estas personas “para sostener la teoría de las cosas que afirma”,– la Guerra de Baja Intensidad de Mao y compararla con la guerra contra el narcotráfico–

Estas personas y estos hechos fueron y siguen siendo gran parte de mis conocimientos periodísticos. 

Les doy las GRACIAS POR TODA SU AYUDA, AL IGUAL QUE A USTEDES POR LEERME Y PUBLICARME 40 años más tarde.

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