«Donde se sube a pie y se baja en ambulancia»

Por Dario Jaramillo Agudelo

Juan Salazar Piedrahíta, La Perseverancia(Corazón de lobo Editores).-
La Perseverancia es un muy caracterizado barrio popular de Bogotá que se inició con la parcelación de tierras en el vecindario de Bavaria, la fábrica de cerveza; los obreros compraron lotes. Esto ocurrió en el segundo decenio del siglo XX.

El libro es un mosaico de crónicas de vecindario entre las que se intercalan testimonios de gente del arte, sobre todo teatreros. Lo primero que es destacable es la calidad de la escritura. Juan Salazar (Cali, 1991) domina el difícil arte de poner por escrito el habla, la jerga, de los habitantes del barrio. La segunda es la peculiaridad del sector, que hace del barrio un sitio único, con una personalidad muy definida y llena de contrastes. 
A primera vista, se trata de un lugar lleno de ladrones; pero, sin dejar de serlo, es mucho más que eso. Comenzando por su aspecto físico: edificado sobre las faldas de los cerros orientales a la altura de Monserrate, “las calles son angostísimas y los postes de luz adornan el cielo con sus cables al aire (…). Las casas juntas, en línea, pared a pared, son como la dentadura abollada de un viejo”. Cuenta Maín Suaza que “cuando llegué me fijé en la arquitectura, era curiosa: había muchas ventanas y muchas puertas; las casas estaban conectadas entre sí, las casas eran muy oscuras, con cuartos pequeños, donde colgaban las ropas húmedas, las casas eran muy frías. Por eso en La Perseverancia todo pasa afuera, en las calles. Era un pueblo en medio de la ciudad”.

La Perseverancia fue el más típico escenario de Jorge Eliécer Gaitán. Allí iba a tomar chicha, allí era un ídolo. No en vano, en la plaza principal del vecindario hay un busto del político bogotano. Por eso es interesante repasar su historia: ¿Qué ocurrió allí, el 9 de abril de 1948, cuando Gaitán fue asesinado? “Cuando mataron a Papá Gaitán el barrio –la ciudad– se volvió un hervidero. Miles y miles de personas caminaban con los puños al cielo, clamando venganza. Se veía el humo de las casas en llamas, un muerto en el piso y otro y otro. La guardia disparaba y los manifestantes devolvían balas con balas. El famoso Bogotazo. Empezaron a decir que los godos estaban matando a todos los que tenían corbata roja y que iban a incendiar el barrio La Perseverancia por liberal. Muchas familias –mujeres y niños– subieron a la montaña –arriba-arriba– y se escondieron; armaron cambuches, comían lo que encontraban y escuchaban los cañonazos. Lloraban. Las mujeres esperaban a los esposos y a los papás. Unos hombres llegaron al día siguiente, otros a los dos días; llegaban llenos de historias, rabia, sudor, sangre, hollín y mercancía robada. Traían cables de una compañía de bombillos, radios, máquinas de escribir, joyas, botellas de whisky, abrigos de pieles, máquinas de coser, muebles, relojes… de las casas de los ricos. Los hombres dejaban los objetos y volvían a la revolución (…). Las familias del barrio, poco a poco, volvían a sus casas con la mercancía robada. Algunos la enterraron en la montaña, otros hicieron una doble pared en sus casas, y muchos salieron a lucir sus nuevas pertenencias. La Perseverancia parecía un bazar persa: las verduleras de plaza tenían abrigos de pieles, las amas de casa preparaban la comida con los dedos atiborrados de suntuosos anillos, y los obreros acostumbrados a tomar chicha se emborrachaban con whisky. Las personas truqueaban, vendían o simplemente regalaban lo que les sobraba. Las calles se llenaron de mercancías hasta entonces ajenas al barrio”.

Esta pequeña –¿pequeña?– historia de hace 75 años termina así: “a los pocos días los militares llegaron al barrio. Traían sus uniformes, fusiles, camiones y cejas fruncidas. Requisaron una a una las casas y sus habitantes; a los sospechosos –casi todos– los llevaron al calabozo. ¡Manos arriba! Incautaron todo lo que no parecía pertenecer al lugar y a sus pobres: las sillas Luis XVI, las máquinas de coser, los tacones elegantes, las botellas de trago, las alhajas. Los militares se robaron lo robado”.

Otra característica del barrio es la chicha, gran paradoja en un lugar que había nacido como habitáculo de los obreros de una fábrica de cerveza: “A principios del siglo veinte la chicha era una de las bebidas más populares en los departamentos de Cundinamarca y Boyacá. La mayoría de los campesinos y obreros se emborrachaban a punta de chicha, servida en vasijas de totuma o, simplemente, se tomaban algunos tragos para refrescar el paladar por el piquete de gallina o por el trabajo. En los años veinte Bogotá tenía más de 700 expendios de chicha. Los del barrio La Perseverancia –Campana, Las Múcuras, Las Patas, La Violeta, La Orquídea– eran los más famosos. Cada totumada era a menos de cuatro centavos. Sin embargo, a pesar de la popularidad –o gracias a ésta–, la chicha era despreciada por la élite. Decían que era una bebida salvaje, sucia, poco higiénica (…). Después del Bogotazo, después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, muchos políticos acusaron a la chicha de provocar las revueltas, entonces fijaron requisitos para restringir su producción: la fermentación y pasteurización debía hacerse con ‘aparatos y sistemas técnicos e higiénicos’ y, además, la bebida debía venderse ‘en envase cerrado, individual y de vidrio’, nada de totumas babosas que comparten virus de boca a boca. Los jodieron: pocos productores de chicha (…) tenían los recursos para comprar esas últimas tecnologías. En 1949 los militares llegaron a La Perseverancia, votaron la chicha y rompieron las vasijas de barro y las totumas. Preguntaron por los permisos higiénicos y ningún expendio los tenía. Algunas mujeres se resistieron y pelearon (…) Entonces las chicheras, acostumbradas a hacer su chichita como forma de sustento, de generación en generación, decidieron preparar la bebida clandestinamente. Empezaban a la madrugada –tardísimo– y enterraban los barriles en la montaña –arriba-arriba–; luego contrabandeaban el líquido. Se decía que algunas familias del barrio tenían, en sus baños y cocinas, una llave de la que salía agua y otra de la que salía chicha”.

El cuadro descriptivo de La Perse se complementa con el aspecto artístico: culto a Gaitán, habitáculo de muchos ladrones, capital de la chicha bogotana y actividad teatral. Así ironiza Papuno, un habitante del barrio: “artistas es lo que hay en el barrio; escaperos, tarjereros, apartamenteros. Ladrones”. En verdad, teatreros notables como Enrique Vargas y Juan Carlos Moyano organizaron allí grupos de teatro, talleres, actividades que incorporaban a la gente. Cuenta Demetrio Vallejo que “nosotros hacíamos teatro callejero y teatro comunitario, hacíamos un teatro fiestero que se desarrolló en La Perseverancia; era un teatro que no separaba sino que integraba, era un teatro masivo donde los habitantes del barrio se descubrían como artistas”. Y cuenta que “un día iba por la 32 con 2B con mis traguitos cuando se aparecen unos ladrones con un machete y ¡Venga hijueputa!, pero cuando me ven dicen Uy, pero si es el profesor de tiatro –así lo dijeron: tiatro–. No, venga lo acompañamos hasta su casa… Ellos sabían que éramos los teatreros, los bacanes, los marihuaneros, por eso nos respetaban: tú me respetas, yo te respeto; en ellos estaba la caballerosidad del lumpen”. Y añade, confirmando, Maín Suaza: “yo supe de natilleras, asociaciones, cultura y formas de organización comunal. Y es que la gente cree que todo el mundo es ladrón en La Perseverancia, pero es más que eso”.

Elkin Calderón, un trabajador cultural, cuenta que una vez oyó la frase: “La Perseverancia, donde se sube a pie y se baja en ambulancia. Le llamó la atención y, aunque la frase estaba amarrada a unos imaginarios de delincuencia y de peleas, Elkin la conectó con una práctica del barrio, las carreras de carritos esferados. Decidió organizar una competencia”.

Ya casi al final, Salazar escribe las frases con que termino: “La Perseverancia, como espacio construido desde la diferencia, la otredad y la delincuencia –campesino, obrero, socialista, ladrón, anarquista, chichero, teatrero y popular– blindó sus márgenes y, sin querer, la naturaleza de sus calles, gentes, construcciones e identidades. Sin querer el barrio y sus habitantes han resistido por más de cien años a una narrativa –en general– de país moderno: desde la higienización hasta la urbanización. Y tiene su precio. El barrio se convirtió en una fortaleza contra lo externo y, también, una fortaleza contra la delincuencia, que va más allá del robo: microtráfico de drogas, guerras entre bandas, asesinatos, corrupción policial”.
  
María Gómez Lara, Palabras piel (antología), (Frailejón Editores).-
María Gómez Lara (Bogotá, 1989), con lo joven, es ya una de las figuras principales de la poesía colombiana. La originalidad de sus temas, temas, sí, corrientes en la poesía actual pero que la voz de María enfoca siempre desde un punto de vista novedoso y pertinente, la fuerza de sus palabras, la manera de hacer autobiografía de un modo lleno de sensibilidad y de despiadada sinceridad, todo eso y más hacen de la suya una de las más connotadas obras poéticas actuales. 
Con justicia, Frailejón escogió su obra para hacer con ella una hermosa antología, que incluye el poema siguiente, que muestra cómo surgió su último libro, El lugar de las palabras (Pre-Textos):

EL LUGAR DE LAS PALABRASPara el doctor Javier Romero
que me encontró el lugar de las palabras

I

nunca había pensado
que las palabras      ocupan un espacio en el cerebro

un rincón preciso   justo irremplazable
hay un lugar en donde están almacenadas

tampoco había entendido
que todos los cerebros son distintos
que cada uno guarda el lenguaje donde puede

tú por ejemplo
dice el médico
lo debes tener en todas partes

vamos a buscar
exactamente

dónde aparece tu lenguaje dónde es que lo guardas
vamos a dar con el lugar de las palabras
para ver si está comprometido

el examen es una resonancia
(ya me han hecho tantas reconozco la cápsula cerrada y aún me aturden los ruidos)
pero esta vez vas a pensar palabras piénsalas no las digas en voz alta
vas a ver en la pantalla una palabra por ejemplo bicicleta
y piensas bicicleta pedales timón cadena

para rastrear tu lenguaje
lo más importante
es la generación de verbos
ves por ejemplo la palabra puerta
y piensas todos los verbos que puedas mientras más mejor
pienso abrir cerrar derrumbar deshacer levantar empujar jalar portazo (no es un verbo pero es linda la palabra portazo concéntrate maría piensa un verbo)
door
open close that’s about it
no olvides no mezclar los idiomas si ves la palabra en inglés piensa en inglés mantenlos separados
vamos a hacerte un examen bilingüe
primero en español luego en inglés
you are going to see the first words in Spanish
en español se me ocurren más verbos
(puedo actuar con más ímpetu con más precisión
qué curioso que el lenguaje se mida con acciones
que hacer sea más fuerte que nombrar
yo pensaba que las palabras más palabras
eran los nombres de las cosas)

en todo caso el examen bilingüe
es porque tampoco sabía
que el cerebro guarda en un lugar la lengua materna
y en otro distinto los idiomas aprendidos
depende de la edad en que se aprendieron
(yo por ejemplo aprendí tarde y tengo acento en todos los idiomas)
el cerebro además procesa de manera diferente la información que sabe y la que no sabe
(yo por ejemplo no sé cuántos jugadores tiene un equipo de basketball: no sé en español no sé en inglés y quieren que responda que piense algo que piense ahora la respuesta
pienso entonces           cualquier número
supongo que no me estarán midiendo lo que sepa de deportes porque la verdad es que no sé nada así que al menos en eso estoy tranquila: ahí no hay nada que perder)

quieren encontrar todas mis palabras
incluso las que uso para traducirme en esta tierra helada
can I think in Spanish?
le pregunto a la enfermera
me dice que sí afortunadamente
primero porque en inglés no conozco
el vocabulario específico de las bicicletas
ni sé nombrar las partes de una puerta
y sobre todo porque si hay que escoger
me quedo con mis palabras en español
de eso no cabe duda
prefiero salvarlas mil veces

II

por alguna razón
siempre pensé que las palabras
sólo sufrían de amenazas metafóricas

a diferencia del cuerpo o incluso el corazón
(porque ambos empezaban a romperse con el mundo)
y los oía quebrarse
sentía los huesos rotos
sentía la vida hecha polvo se anunciaba el dolor desde antes
cuando oía el golpe el estruendo el portazo la caída
por ejemplo
cuando llegaste tú

las palabras eran otra cosa
las palabras eran mías
y si se rompían yo podía repararlas

por ejemplo cuando no sabía
cómo nombrar la herida que dejaste
para empezar a cerrarla

escribí y escribí y escribí
tantos poemas
que no se parecían a tu nombre
que no eran suficientes
que no trazaban la forma de tu hueco

palabras y palabras y palabras que no bastaban para borrarte
pero ocupaban un espacio en la página
y al verlas dibujadas
comenzaba a sanar
al rodearte con ellas
empezaba a convertirte en cicatriz

III

en cambio ahora
hay una bomba de tiempo en mi cerebro
que quién sabe cuándo explota
quién sabe cuándo se transforma
puede ser nunca o mañana o en un año

quién sabe
cuándo
empieza
a crecer

y a invadir
el territorio
donde viven
mis palabras

a desplazarlas
a acorralarlas
a doblegarlas
a arrinconarlas

¿dónde las voy a poner
si están comprometidas?

¿existirá algún lugar en donde pueda guardarlas?

¿cómo las protejo
cómo las escondo?

¿en dónde me resguardo
si he perdido mi refugio?

¿dónde vivo yo si las palabras son mi casa?
  
Diccionadario“Ni siquiera los diccionarios más completos contienen los nombres de todas las cosas” César Aira.

Tomado de Diccionadario (Pre-Textos): Muladar: regalar cuadrúpedo.
Ivaginación: fantasía sexual.
Fastelería: pastelería muy rápida.
Avisos y n
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