Orlando Cadavid Correa
Un inventario de marca famosa. Avanzaba en un almacén de artículos religiosos aledaño al templo de la Veracruz en Medellín un inventario de las ventas de la Semana Santa. Desde lo alto de una escalera reportaba un auxiliar pastuso al dueño del negocio: “Patrón, favor tomar nota de 50 crucifijos de la marca INRI”.
Plato favorito. Un malqueriente de la carrera de Derecho la cursó cuando no soportó por más tiempo la presión de su padre y de dos tíos que eran jurisconsultos de oficio. Si al reticente le preguntaban cuál era el plato favorito de los abogados, respondía a regañadientes: “El róbalo”.
Un vecino con manguera. Un amigo nuestro residía tiempo ha en las cercanías del parque Olaya de Manizales, donde estaba el cuartel principal del Cuerpo de Bomberos de la “Ciudad de las ferias”. Cuando alguien le preguntaba dónde vivía, el camarada respondía de la manera más fresca: “Resido al frente de donde moran los que dañan los incendios”.
Una familia taurina. El pequeño becerro llega a la dehesa y pregunta por su papá toro. La mamá vaca le comenta que se ha ido para la corrida programada con ocasión de la Feria. El ternerito consulta si su progenitor tardará mucho en regresar, y la madrecita le contesta que todo depende de que a su taita lo premien con un indulto en la Monumental Plaza de Manizales.
Despacho parroquial. Un hermano nuestro abandona a toda prisa el despacho parroquial de Bello, Antioquia, donde tramitaba la expedición de su partida bautismal con propósitos matrimoniales. A la salida se encuentra con un amigo que le recomienda “abstenerse de semejante burrada”. Jorge Cadavid sostiene que “ése es un mal necesario”. Y el hombre le revira: “Mal, sí, pero necesario, no”.
Estrenando vestimenta. En sus tiempos de estudiantes de Derecho en la Universidad Nacional en Bogotá compartían apartamento Víctor Renán Barco y Jaime Chaves Echeverri. Los Chaves solían enviarle cada dos o tres meses unas ‘mudas’, que madrugaba a estrenarse descaradamente el aguadeño Barco. Los abusos terminaron cuando los dos jefes liberales se doctoraron, estrenando trajes de cachaco, comprados por sus respectivos progenitores.
Por el principio. Un aguafiestas que no creía en los vaticinios alrededor de las felicidades matrimoniales aseguraba que las cosas entre los recién casados empezaban a marchar mal desde el mismo momento en que los novios que se acababan de desposar pisaban por primera vez el atrio de la iglesia.
La apostilla: En tiempos pretéritos, cuando unas corrientes conservadoras derrotaban a otras en las urnas, el jefe laureanista Rodrigo Marín Bernal se refería así a su principal oponente: “Es que el fulano está perdiendo desprestigio”.