Contraplano: El hombre que parecía un domingo

Oscar Domínguez Foto Luna Libros

Por Orlando Cadavid Correa

El título corresponde al tercer libro que publicó en las últimas décadas del siglo pasado el escritor y periodista antioqueño Óscar Domínguez Giraldo.

De las muchas cosas gratificantes que tiene el ejercicio del periodismo, las mejores son –sin duda– conseguir amigos y colegas de la fibra humana y profesional de este colombiano que parece un domingo o una fiesta de guardar.

Este antioqueño –que cultiva un bigote “serpino”– acaba de coronar tres cuartas partes de la centuria de buen comer, buen dormir y buen reír. De Domínguez hablan bien todos sus colegas, hecho que de por sí se constituye en demostración de que es un fuera de serie.

El ajedrez, Domínguez y el domingo

Periodista de todos los quilates, tiene tan buena prosa en serio como en broma.

De rica y aguda imaginación, suele hacer buenos chistes de todos los momentos de su vida.

Para justificar su fracaso como seminarista en La Linda, de Manizales, dice que “estudió para Papa, pero perdió el año”.

Cuando cubría información parlamentaria, nada tenía que envidiarle al “Gorilato” de entonces, capitaneado por Iáder Giraldo.

En la mitad de la década de los 80, en Colprensa, donde dio a conocer su deliciosa vena humorística, sus jefes de aquella época lo estimularon para que le sacara partido a ese rico atributo.

“Trapito” –primer apodo con el que cargó recién desempacado en el altiplano por su parecido con el atenido sobrino de don Pacho– tomó muy en serio la recomendación.

Óscar le pone un toque amable, gracioso y picante a las páginas editoriales de los diarios El Tiempo, El Colombiano y La Patria,  que se airean con su “Columna desvertebrada”, cargada con sus amenos soliloquios sobre lo divino y lo humano.

Con el que le acaba de publicar la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, ya son tres los libros que recogen sus columnas.

Las ediciones anteriores fueron publicadas, en su orden, por la Alcaldía de Medellín y por el Fondo Editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana.

Domínguez –como lo llamamos sus amigos– es un “Klim” del país paisa…  Un Lucas Caballero de finales del siglo XX.

Quedan muy pocos, son contados, los buenos exponentes del periodismo de humor en los medios impresos de Colombia.

Diarios como El Tiempo y El Espectador jamás llenaron el vacío que dejaron Lucas Caballero Calderón y Alfonso Castillo Gómez.

Son los grandes amores de Óscar –después de su esposa Gloria Luz y sus hijos Andrea y Fernando y  sus cuatro  nietos– el ajedrez, una todopoderosa bandeja paisa, un paseo a su natal Montebello a contemplar el paisaje cafetero de la tierra de sus ancestros (don Luis y doña Genoveva) o un viaje a Estocolmo a ‘patiarse’ la entrega del Nóbel a Gabriel García Márquez.

Llegó al periodismo casi de pantalón corto, y se los alargó en la Todelar de la avenida 19 con quinta, en pleno corazón de Bogotá.

En la redacción de la vieja casona echaban humo las Remington que azotaban chuzógrafos de la talla del “Loco” Giraldo, el extinto Jorge Enrique Pulido y el inolvidable binomio de los hermanos Eslava.  El uno, de pie, dictaba, y el otro, diligente, escribía el relato judicial.  ¡Qué hermosos tiempos!

En los micrófonos de la radio Continental vibraban las voces de Eduardo Aponte Rodríguez y Andrés Salcedo González.

Cronista de nostalgias, es una fiera este montebelluno haciendo remembranzas del barrio Aranjuez que le tocó compartir. “Era un hacha para el trompo y un tronco para el fútbol”, recuerdan los muchachos que no se perdían matinal doble en el teatro Laika.

Y cómo disfruta la gente de Envigado cuando se deja venir en El Colombiano con sus  añoranzas del pueblito que fue cuna de “El brujo de Otraparte”, don Fernando González, y lecho de la Ayurá, la quebrada acusada de ser la responsable de que las prolíficas mamás de entonces procrearan hijos a granel.

Se queda corto uno cuando intenta ser biógrafo de un amigo de la dimensión humana y profesional de la talla de Óscar Domínguez.

Y en los últimos treinta años se ha constituido en toda una celebridad del comentario picaresco, sin faltarle al respeto ni calumniar a nadie.

Que cumpla otros setenta y tantos, para bien del periodismo, que no se nutre todos los días de elementos como él, y para solaz de sus lectores y de sus amigos.

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