Por Gabriel Ortíz
Desde el día en que Petro ganó las elecciones, se sabía que Colombia entraba en serias dificultades constitucionales, electorales, legales, democráticas y libertarias, dados sus extremos ímpetus por imponer autocracia y cesarismo.
La falsa oferta de adelantar un gobierno plural, al que llegaran las diferentes tendencias políticas, se derrumbó cuando ingresaron sus antiguos aliados del M19, y tendencias extremas.
Fue el momento en que afloró la política petrista en las primeras manifestaciones en plazas públicas y formas de gobernar.
Abrió, por ejemplo, normas de la corrupción, que dejaron de par en par las puertas, a quienes lo habían acompañado durante sus trayectorias guerrilleras y políticas en el congreso, ciertas ligas y la alcaldía.
Así se fortaleció la acción de quienes ejercen altos, medianos y bajos cargos, sin contar con principios democráticos, éticos y honestos.
Petro es de esos politiqueros que se disparatan cuando ven o encuentran un micrófono, una cámara de televisión, una bodega, o manifestaciones cuidadosamente escogidas y remuneradas para llenar plazas públicas.
Ese orador impulsivo y engañoso, experto en sembrar el odio para ganar adeptos, usa a los pobres, los indios, los negros y desempleados para enfrentarlos al resto, a quienes identifica como pueblo. Ese pueblo es el que mueve como respaldo para instaurar las primeras líneas y estallidos sociales. Se distrae cuando sus adeptos atacan a los grupos ciudadanos que les son adversos, como ocurrió con la ANDI, los ricos y los blancos.
Su paz total sigue en la cuerda floja, porque Petro se dedica es, a llevar a las tribunas, a las plazas públicas y a todas sus apariciones, guerrilleros, narcos y delincuentes, a quienes saca de las cárceles y les ofrece hasta designarlos gestores de paz. Ningún presidente había intervenido de esta manera en política electoral, violando todas las normas que existen. Se burla de las advertencias de la Procuraduría para buscar su reelección o usurpar de cualquier forma el poder. Se sienta y negocia con guerrilleros y con quienes ejercen acciones violentas, extorsiones y secuestros.
Es un agitador que impulsa a sindicatos, primeras líneas y revoltosos a crear desordenes contra la población que pacíficamente quiere laborar. Por fortuna, cada vez son menos los revoltosos que con sus acciones vandálicas, quieren impedir a la población sensata abstenerse de marchar como lo ordena el petrismo: primero el medio oriente y olvidar lo que sucede en Colombia.
Este gobierno ha debilitado al máximo al ejercito y la policía, como ocurrió y sigue sucediendo en Venezuela. Los presupuestos desaparecen, como los 32 millones de dólares para reparar los helicópteros.
Entre tanto el país está a punto de suspender las próximas elecciones, porque en 626 de los 1.103 municipios no existen garantías. Así iría por su reelección, como pretende con una reforma constitucional, para la cual ya está buscando firmas.
Petro y su soberbia, se siente un Maduro, que quiere imponer su propio proceso electoral, porque como su vanidad lo eleva, a Colombia ya no la conocen por Pablo Escobar, sino por Petro… ¿Petro Escobar?
BLANCO: El café sigue sacando la cara por Colombia. Produjo mas de 14 millones de sacos.
NEGRO: Ahora Jaramillo el de Salud, quiere ser gobernador. Pobre Tolima.
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