Amor inquebrantable

Madre El Mundo

Por Carlos Alberto Ospina M.

En el tapiz de la vida hay un hilo irrompible que une los corazones con amor, dedicación y sacrificio. Tener el privilegio de nacer en un hogar donde la madre renuncia a sus propios deseos e intereses en aras del bienestar de la familia trae consigo el valor de la incondicionalidad en relación con la estirpe, el legado y los principios éticos duraderos. 

Existen ciertas mujeres desinteresadas sin fuerza ni capacidad de adaptarse a las situaciones desfavorables; más cercanas al desprendimiento y a la indiferencia que sufre la cultura vana. Esas excepciones no profanan el templo materno caracterizado por el buen ejemplo. No se precisa de abundancia material para ver multiplicarse los panes, resolver la estancia de la visita inesperada o poner a crecer la planta de cumbre en la inmensidad de la llanura. Nada es inverosímil bajo el mando de ella que, vuelve insoportable, la cantaleta en la pubertad; mientras que en su ausencia corporal, algunos quisieran escuchar esa balada cacofónica desde la cocina de la casa. 

El ‘hotel mama’ es el refugio acogedor, el punto de encuentro y el lugar de referencia, cuando todo gira alrededor de la matrona. También es la cápsula de los separados, los peleados, los impulsivos y hasta de los vagos. “Un plato de comida no se le niega a nadie. Échele, agua a la sopa”, “mijo, mientras usted tenga mamá no le faltará nada”, “eso, sí, usted sale por esa puerta, no crea que lo voy a volver a recibir. Vieja alcahueta, tampoco”; entre otras expresiones que solo se perciben apacibles o contundentes una vez que emanan de sus labios.

Su cama mágicamente se agranda para dar consuelo, apoyo, abrigo y cariño a la hija afligida, y a prole que llega a hacer la siesta. “No hagan bulla que su hermano está muy cansado y trabaja mucho”. En la morada de la abuela es imposible que la recua de nietos no irrumpa como estampida o destruya el colchón brincando en dirección al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. “Estos muchachos me van a enloquecer”, “les voy a preparar una colada con galletas”“la boba algún día se les va a morir, ¿qué van hacer sin mí?” … ¡Ni te imaginas, vieja, extrañarte en cada soplo de aire!

Una advertencia se convierte en premoción o sentencia irrebatible. El don del llamado ´sexto sentido’ brotó de la capacidad de observación, la experiencia y la malicia de unas mamás. Al primer ímpetu restregará el consejo, “¡vio, se lo dije!”. A pesar de las circunstancias, siempre recibirá con los brazos abiertos a quien regresa con el rabo entre las patas. 

Es innegable que la madre se consagra en demasía dando ejemplo, guiando e inculcando el atractivo de la vida correcta a semejanza de piedra angular de la familia. Con el ejemplo muestra la importancia de la responsabilidad, la honestidad, la integridad, la lucha y el respeto. Ella es el faro, lo que no garantiza que todos descendientes sigan la luz de la rectitud y el sentido de pertenencia. 

El testimonio de su compromiso inalterable queda representado en quitarse el pan de la boca para dárselo a otros, la austeridad a modo de donación y la fortaleza ante las vicisitudes. La madre se dedica exceso no para ser víctima, sino para allanar el camino y dar aliento a los sueños de sus hijos. Su mayor satisfacción sería estar en primera fila aplaudiendo y diciendo “ese es mi muchacho”. Algunas mueren sin romperse las manos de felicidad; no obstante, ¡misión cumplida! Aquella labor valiente y silenciosa no necesitó de fanfarria ni de reconocimiento externo para disfrutar de sus nobles propósitos.

Unos nacimos al interior de un santuario de expresión de afecto inquebrantable, de generosidad y de esencia de lo que significa ser humano: amar y ser amado. Por eso, miro al cielo para entonar, ¡Gracias, mamá!

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