Daniel Samper Pizano
Resulta difícil sustraerse al jubiloso bochinche que se ha armado con motivo de los cien años de la novela La vorágine. Bienvenido sea, y que se repita con muchos autores más cuando les llegue el momento.
Otros aniversarios, sin embargo, están pasando de puntillas. Con su libro Estrictamente confidencial, recién salido del horno, la investigadora y profesora Maryluz Vallejo nos recuerda que el 27 de este mes se cumplen cincuenta años de la muerte de Eduardo Santos, quizás el colombiano más poderoso del siglo XX, político, expresidente, escritor y sumo director de El Tiempo.
Reina, en cambio, incomprensible silencio sobre al centenario de Luis Tejada, uno de los más famosos columnistas de nuestra historia: el 15 de marzo de 1924 publica su genial Libro de crónicas; en julio se enferma; en agosto el médico le receta una temporada en tierra caliente y el 17 de septiembre fallece en Girardot a los 26 años. Cien calendarios después parece sepultado en el olvido.
El gobierno de Eduardo Santos (1938-1942) fue parte de la hegemonía liberal (1930-1946), gracias a la cual Colombia entró por fin al siglo XX. Como tantos asuntos relacionados con la historia de este país, hay muy pocos libros sobre él. En cambio, abundan las ideas fijas equivocadas. Que era un tibio: y sin embargo capoteó con firmeza y acierto la crisis de la II Guerra Mundial y no vaciló en cerrar El Tiempo en 1955 antes que publicar como suyo un comunicado escrito por la dictadura de Rojas Pinilla. Que era un hombre de piedra: pero las cartas que publica Vallejo demuestran profundo sentido humano y buen humor. Que era un plutócrata: por el contrario, defendió (contra las ideas de Alfonso López Pumarejo) la tesis de que los hombres de negocios deben mantenerse lejos de los asuntos del Estado. Por no escuchar su consejo, el país es hoy un nido de corrupción.
La generosidad y sencillez de Santos resultan legendarias. Fue millonario, sí, pero desconfió tanto del dinero que siempre se negó a que El Tiempo fuese un pulpo de medios de información. Una carta estrictamente confidencial que rescata de archivos empolvados Maryluz Vallejo revela, incluso, que pasó apuros tras la clausura del diario. “El hecho desnudo —confiesa en diciembre de 1955 a dos amigos íntimos, los Nieto Caballero— es que, habiendo tenido yo hasta el 3 de agosto una de las mejores rentas del país, desde ese día en adelante no recibo un centavo de nadie y quedaron cortadas todas las fuentes de ingreso, pero vivas todas las deudas”.
El libro proyecta una imagen completa de Santos: sus errores en el manejo de la inmigración judía, sus aciertos en el asilo a los republicanos españoles; su erudición cultural, que contrasta con la ignorancia de algunos de sus sucesores; su vida familiar, con una hija cuya temprana muerte lo enlutó para siempre, y una esposa, Lorencita, de la que solo se separó durante treinta y nueve días en su relación de cuarenta y dos años.
Uno de los columnistas que leía Santos era Luis Tejada, cuyas notas —627, redactadas en sus siete años de vida como escritor— fueron un éxito desde el debut en 1917. Publica entonces la primera en una revista escolar antioqueña y viaja a Bogotá, donde pronto se vuelve la estrella de El Espectador. “Diminuto y nervioso, barbudo vibrante, ágil, elevando su voz de violín destemplado”: así describió Alberto Lleras a Tejada. Eran tiempos de nuevas ideas y estéticas revolucionarias que aportaban las generaciones del Centenario y los Nuevos. Se cocinaba el sacudón político que derribaría en 1930 la represora tenaza godo-vaticana.
Tejada se yergue como “el pequeño filósofo de lo cotidiano”, el mago de los pequeños detalles, el malabarista que desafía la corrección con el arma de la paradoja, el comentarista de estilo subyugante. “Tenía el talento de divertir y de criticar al mismo tiempo”, señala Gilberto Laoiza Cano, su mejor biógrafo y antologista. Añade Juan Gustavo Cobo-Borda: “A través de un género menor, la crónica [ahora llamada nota ligera, para diferenciarla de la crónica-reportaje] nos ofrece su implacable visión”.
El joven paisa fue romántico fundador del comunismo. Pero, como suele ocurrir, sus columnas políticas son menos interesantes para el lector corriente que la atmósfera surrealista de las otras, donde, por ejemplo, lamenta que el hombre haya perdido la cola del simio y considera a los inodoros públicos un medio de comunicación.
(Lea hoy en Los Danieles nuestro homenaje a Tejada como columnista invitado: “El periódico del pueblo”).
Tita y La langosta azul
En 1954 se estrenó la célebre película surrealista La langosta azul, obra del Grupo de Barranquilla: Álvaro Cepeda, Gabo y compañía. Entre los realizadores estaba Tita Cepeda, la mujer de Álvaro. Hoy, setenta años después, ella sigue tan activa como entonces. Es la más antigua periodista cultural del país, que en su columna de El Heraldo informa e impulsa la actividad artística y literaria de Barranquilla. Precisamente por “su contribución a la preservación del patrimonio cultural y audiovisual del Caribe colombiano” la condecoró Adolfo Meisel, rector de la Universidad del Norte. Ninguna medalla más justa. Quienes seguimos, queremos y admiramos a Tita la felicitamos de todo corazón.
Bienvenidas las niñas
En una efeméride más, el Gimnasio Moderno celebró 110 años de existencia y el lunes pasado, durante el acto celebratorio, se produjo una sorpresa feliz: decenas de niñas de cuatro y cinco años invadieron la fiesta con sus risas y carreras. Eran las primeras alumnas de este colegio de varones que durante más de un siglo ha luchado contra la formación confesional, la educación extranjerizante y la insolidaridad. El Gimnasio añade así la igualdad de género a su historia. Todo un hito.
María, de cinco años, es la primera niña matriculada en la historia del Gimnasio. Aquí aparece con su hermano Federico, alumno del colegio.(Foto cortesía del libro “Historia ilustrada del Gimnasio Moderno: 1914-2024)”.
En la variada lista de gimnasianos hay de todo: profesionales, científicos, músicos, hombres de negocios, oligarcas, escritores, juristas, poetas, educadores, políticos, artistas, periodistas, cinco chefs, dos presidentes, dos curas, dos guerrilleros, un futbolista, unos pocos delincuentes, un torero y al menos cuatro humoristas famosos. A partir de 2024 se suman esas niñas que dentro de trece años —¡uf!— recibirán su diploma.
Q.E.P.D. Y se murió Eduardito Escobar, gran poeta nadaísta:
Un solo instante vivimos.
Todos fueron quebrados
como vasos de barro.
Gordos y flacos los capitanes
todos tienen pies de ceniza.
Juro que no miento.
Otro tanto se lleva el viento
y la luna se renueva…