El ‘soplo del diablo’: una trampa para los turistas en Colombia

Steven Valdez, de 31 años, en su casa en San Juan, Puerto Rico. Al bloguero de viajes lo drogaron y le robaron el año pasado en Medellín, Colombia, tras encontrarse con una cita en Tinder. Foto Erika P. Rodríguez para The New York Times

Por Annie Correal y Genevieve Glatsky

Annie Correal y Genevieve Glatsky reportaron desde Bogotá.

Steven Valdez creyó reconocer a la mujer en el parque de Medellín. Mientras conversaban, se dieron cuenta de que habían hecho match en la plataforma de citas Tinder. Intercambiaron números e hicieron planes.

En su cita, durante la primavera pasada, Valdez dijo que la mujer le sugirió que probara un platillo típico colombiano: una sopa cremosa llamada ajiaco. Ella la llevó del mostrador del restaurante a su mesa.

Tomó dos cucharadas, dijo Valdez, de 31 años. “Y eso es lo último que recuerdo”.

Como a decenas de visitantes de la ciudad colombiana el año pasado, a Valdez, bloguero de viajes, le dijeron en el hospital que había ingerido un potente cóctel de sedantes, potencialmente mortal, que incluía un fármaco llamado escopolamina.

La escopolamina hace que sus víctimas pierdan el conocimiento, y los expertos afirman que también puede hacer que se muestren extrañamente más abiertas a las sugerencias, como acceder a entregar una cartera o revelar contraseñas.

Las autoridades estadounidenses están tan preocupadas que emitieron este mes una alerta de seguridad sobre los sedantes y una oleada de delitos violentos dirigidos contra los visitantes en Colombia, especialmente en el destino turístico cada vez más popular de Medellín, ciudad de 2,6 millones de habitantes situada en un valle de la cordillera de los Andes.

La embajada de EE. UU., en una alerta de seguridad anterior, describe la escopolamina como una “sustancia inodora, insípida y que bloquea la memoria, utilizada para incapacitar y robar a víctimas incautas” y advierte sobre el uso de aplicaciones de citas en Colombia o frecuentar clubes nocturnos y bares.

Las autoridades colombianas afirman que muchos de los incidentes están relacionados con la industria del sexo de la ciudad.

“Lastimosamente, por un voz a voz, las personas están identificando que en Medellín hay chicas lindas y se puede rumbear muy rico a muy bajo costo y hay drogas”, dijo Carlos Calle, quien supervisa la industria del turismo para el gobierno de la ciudad. “La criminalidad aprovecha ese momento de turismo para poder delinquir en esa modalidad”.

A man with a mustache and beard, wearing a black T-shirt, looks out a window. A residential neighborhood across the street can be seen in its reflection.
Carlos Calle supervisa la industria del turismo para el gobierno de la ciudad de Medellín. Foto Federico Rios para The New York Times

Desde la pandemia, Medellín también ha atraído a miles de nómadas digitales que buscan una inmersión cultural y un Airbnb barato, y los investigadores y abogados afirman que ellos también son el objetivo de las plataformas de citas populares como Tinder.

Tinder no respondió a la solicitud de comentarios.

Aunque las muertes son relativamente inusuales, las autoridades de Medellín afirmaron que el número de robos en los que se utiliza escopolamina y otros sedantes ha aumentado considerablemente en los últimos años, aunque se desconoce la cifra exacta, ya que muchas víctimas no acuden a la policía.

“Hay gente que incluso también le da pena porque si denuncia ya la gente va a saber lo que estaba haciendo”, dijo Manuel Villa Mejía, secretario de Seguridad y Convivencia de Medellín.

Jorge Wilson Vélez, criminólogo forense que trabaja con las víctimas y sus familias, dijo que probablemente hubo cientos de víctimas el año pasado.

Los autores consideran los robos como un impuesto a los turistas, a los que ven como personas adineradas que están en Colombia para aprovecharse de las mujeres, dijo Vélez. La intención no es matar a nadie, añadió. Lo llaman “darles algo a los hombres para que duerman”.

El año pasado, Medellín recibió 1,4 millones de visitantes extranjeros, de los cuales casi el 40 por ciento eran estadounidenses, según datos de la ciudad.

People stand on a city sidewalk in front of a corner store situated under a billboard advertising beer.
Turistas en la Comuna 13 de Medellín. Foto Federico Rios para The New York Times

Los delitos contra visitantes estadounidenses han despertado temores en la comunidad de expatriados. Un grupo de Facebook en inglés, Colombia Scopolamine Victims & Alerts, tiene alrededor de 3800 miembros.

Los estadounidenses están siendo atacados, dijo Vélez, porque acuden a Internet “buscando compañía, una relación”, y sobre todo cuando se presentan solos a las citas.

La escopolamina, también conocida como “el soplo del diablo”, se ha registrado en otros lugares de América Latina y fuera de ella; han aparecido casos en varias ciudades, desde Londres a Bangkok.

Pero el auge de la droga en Colombia, y la advertencia de la embajada a los estadounidenses, supone un duro golpe para un país que se esfuerza por cambiar su imagen.

Medellín, en particular, ha luchado por desprenderse de las asociaciones con las drogas, la violencia y Pablo Escobar. La ciudad ha experimentado una gran transformación desde la década de 1990, con museos elegantes, cafés en calles arboladas y la única red de metro del país. Aunque siguen existiendo algunas bandas criminales, las tasas de homicidio de la ciudad han descendido.

Los delitos dirigidos contra los turistas pueden empañar esa imagen de tranquilidad, pero también la empañan los propios turistas, según los funcionarios y abogados que representan a los hombres que han sido objeto de robos, quienes afirman que algunos tratan a Medellín como un escabroso patio de recreo.

“Existe una mística extraña. Vienes a Medellín y las reglas normales no se aplican”, dijo Alan Gongora, abogado estadounidense en Medellín. “Como si todo fuera posible”.

Algunas víctimas dijeron que solo buscaban una cita.

A man looks at his mobile phone, his laptop open and perched on a bar in front of him.
Desde la pandemia, Medellín ha atraído a muchos nómadas digitales que buscan una inmersión cultural y una estancia barata. Los investigadores y abogados afirman que los delincuentes los consideran objetivos para robarles. Foto Federico Rios para The New York Times

Durante la pandemia, Valdez dejó Los Ángeles, donde trabajaba en producción televisiva, para viajar y trabajar en sus blogs, incluido uno llamado We like Colombia. En mayo del año pasado se encontraba en Medellín, trabajando y tomando clases de bachata, cuando abrió Tinder para encontrar una pareja de baile.

Tras su cita con una mujer que se hacía llamar Luisa, dijo que se despertó en su Airbnb, solo e incapaz de levantarse. Sentía que la pierna derecha estaba rota.

La policía le dijo más tarde que sus captores lo habían golpeado, probablemente porque se había resistido a que le robaran, dijo Valdez. Los análisis de sangre del hospital revelaron la presencia de escopolamina y de otro fármaco, clonazepam, un depresor del sistema nervioso.

Sus teléfonos, laptop, billetera y unos 7000 dólares no estaban, dijo.

Pero se sentía afortunado de estar vivo.

Tras denunciar el ataque, su cita y varias personas más fueron detenidas al intentar utilizar sus tarjetas bancarias para comprar electrodomésticos en una tienda, según la policía.

Valdez intenta mantener lo que ocurrió en perspectiva. “He estado en Colombia como ocho veces desde la pandemia”, dijo, quien ahora vive en Puerto Rico. “He visto que el crimen organizado ha proliferado debido a que los precios están subiendo mucho allí. A los ciudadanos promedio no les alcanza”.

Los grupos delictivos que atraen a las víctimas a través de plataformas de citas suelen ser pequeñas bandas no afiliadas de barrios pobres, según los investigadores de Medellín.

Un hombre de 42 años de Nueva York recordó haber sido drogado por una cita de Tinder que le sirvió un ron con Coca-Cola que, dijo, lo dejó inconsciente durante 24 horas.

Le robó aparatos electrónicos, joyas de plata, una tarjeta bancaria y dinero en efectivo. “Pensé que lo había perdido todo”, dijo el hombre, quien pidió que se le identificara por sus iniciales, R. J., para proteger futuras oportunidades de trabajo. Pero su pasaporte y sus documentos de identidad estaban justo donde los había guardado. Un informe policial consultado por el Times corroboró los detalles del delito.

Dejar el pasaporte, según los investigadores, es una firma de estos delitos, destinada a animar a las víctimas a marcharse sin denunciar el robo ni presentar cargos.

An aerial view of a crowded hillscape in Medellín, Colombia.
Comuna 13, un barrio popular entre los visitantes de Medellín. La ciudad recibió 1,4 millones de turistas el año pasado, casi el 40 por ciento procedentes de Estados Unidos. Foto Federico Rios para The New York Times

Algunos ladrones pueden ser sofisticados.

En diciembre, un joven científico alemán que recorría Latinoamérica y publicaba videos bajo el nombre de Dr. Travel dijo que una mujer con la que estaba “conversando” le había robado en Medellín tras reunirse con ella y su amiga para comer.

Bebió un refresco rosa, dijo en un video, y más tarde se despertó y descubrió que su cartera y su teléfono habían desaparecido. Desactivaron la función de rastreo de su teléfono, cambiaron la contraseña de su ID de Apple y vaciaron su cuenta bancaria. Se vendieron participaciones en varias bolsas de criptomonedas y los fondos se trasladaron a otras criptocarteras.

Perdió más de 16.000 dólares, afirmó. Los intentos de localizar al joven alemán fueron infructuosos.

La escopolamina se ha utilizado durante mucho tiempo para tratar el mareo y las náuseas, pero se popularizó en dosis mayores hace unas tres décadas como droga recreativa y para cometer delitos, aseguró Guillermo Castaño, investigador sénior en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Colombia.

Hace unos 10 años, los delincuentes en Colombia empezaron a utilizarla para atacar a los turistas, dijo Castaño, mezclándola a menudo con benzodiacepinas, depresores que suelen tratar el insomnio y la ansiedad, para incapacitar aún más a las víctimas.

En un caso muy publicitado, Paul Nguyen, californiano de 27 años, fue fatalmente drogado por una cita de Tinder en Medellín a finales de 2022, y su cuerpo fue hallado cerca de un contenedor de basura. La autopsia determinó que había sido drogado con clonazepam, que, combinado con alcohol, le causó la muerte.

Su cita y varios cómplices fueron detenidos y ahora están siendo juzgados. Los localizaron con la ayuda de una foto de la mujer que Nguyen publicó en Snapchat antes de desaparecer.

A woman in a white jacket stares down at her cellphone.
Paul Nguyen le tomó una foto a su acompañante en una cita de Tinder en Medellín durante la cual, según las autoridades, fue drogado con clonazepam.

Recientemente detuvieron a cuatro personas en relación con el asesinato de otro turista estadounidense que podría haber conocido a una cita por internet.

Aun así, las detenciones son poco frecuentes.

La madre de Nguyen, Kimberly Dao, dijo que la familia tuvo que contratar a Vélez, el investigador, para presionar a la policía para que continuara con el caso.

Para Dao, la alerta de la embajada de EE. UU. sobre las citas por internet en Colombia es una señal de que el tema se está tomando en serio, aunque desearía que hubiera llegado antes.

De haber sido así, dijo, “le habría suplicado, no lo habría dejado ir”.

Federico Rios colaboró con reportería desde Medellín, Colombia, y Simón Posadacolaboró con reportería desde Bogotá, Colombia.

Annie Correal reporta desde Estados Unidos y América Latina para el Times. Más de Annie Correal

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