Los Danieles. Aló, Pablo Escobar

Daniel Coronell

Daniel Coronell

Óscar Ritoré, entonces director de producción de NTC Noticias, tenía ese sábado 27 de noviembre de 1993 la información que todo periodista hubiera querido. Una fuente de la Fiscalía le contó aquella madrugada hace 30 años que María Victoria Henao, la esposa de Pablo Escobar, saldría junto con sus hijos, Juan Pablo y Manuela, del edificio Altos del Campestre de Medellín, donde vivían bajo protección del CTI. Los traerían hacia Bogotá en un avión comercial y después probablemente saldrían del país.

Saberlo unas horas antes le dio una ventaja que Óscar, formidable reportero, supo aprovechar. En medio de la precariedad tecnológica de la época logró que un periodista transmitiera en vivo el paso de la caravana de los Escobar hacia el aeropuerto de Rionegro, además ubicó en la pista de El Dorado un equipo para registrar su llegada, consiguió los documentos de inmigración y chivió a todo el mundo con la historia. 

La misma fuente le dijo que el destino de los Escobar sería Alemania y que saldrían del país en un vuelo de Lufthansa que despegaría esa noche. En el noticiero suponíamos que la familia del capo viajaría en primera clase y encontramos una silla disponible en el segundo piso del jumbo 747. Nuestro plan era embarcar a Óscar con una cámara de aficionado para que intentara entrevistar a los Escobar en las trece horas que iba a durar el vuelo, incluyendo una escala en Caracas.

El boleto de primera y ordenado a última hora era muy caro, excedía por mucho nuestra cuenta en la agencia de viajes y nos tocó ir a comprarlo al mostrador de la aerolínea en El Dorado repartiendo el pago en varias tarjetas de crédito. Pasadas las 4 de la tarde Félix de Bedout y yo salimos del aeropuerto, felices porque habíamos vivido un día de primicias –una tras otra–,  y teníamos a su autor en la sala de espera del vuelo, más cerca de la familia Escobar que cualquier otro reportero en el mundo. 

Para celebrarlo nos fuimos a almorzar al Restaurante Pajares Salinas. Apenas estábamos mirando el menú cuando Luis, el inolvidable maitre, me informó que había una llamada para mí en el teléfono verde de disco que estaba en una mesa redonda en un corredor que separaba dos salones del restaurante. Los teléfonos celulares aún no existían y era frecuente que, en un día de noticiero, me buscaran pero a nadie le había dicho a dónde iba. Imaginé que Janette Gómez, nuestra infatigable productora, se había figurado dónde estaba y quería decirme algo.

–    Aló

–    ¿Señor Coronell?– oí una voz con acento paisa al otro lado de la línea

–    Sí ¿Quién habla?

–    Pablo Emilio Escobar Gaviria – sentí un corrientazo frío subiéndome por la espalda. Estaba hablando con el criminal más peligroso del mundo y no sabía cómo decirle ¿Pablo? ¿Don Pablo? ¿Señor Escobar?

–    Sí –fue lo único que atiné a contestar

–    Sé que un periodista suyo va a viajar con mi familia a Alemania– dijo a sabiendas del susto que yo debía tener al otro lado de la línea y prosiguió con tono amenazante– recomiéndele que no los moleste. Como quizás usted tenga noticias de ellos antes que yo, voy a llamarlo para que me cuente

Óscar ya debía a estar a esa hora abordando. Nunca pude advertirle sobre la llamada. Contra lo que nos habíamos imaginado, los Escobar no estaban en primera clase sino en la cabina de económica. El periodista descendió por la escalera de caracol y empezó a buscarlos. No he conocido a alguien más persuasivo que Óscar Ritoré. Con su labia invencible logró convencer a Juan Pablo Escobar y luego al resto de la familia de conversar con él, aunque fuera sin grabar.

El largo vuelo fue también una ocasión para que los Escobar descargaran sus angustias y temores. Óscar los escuchó con consideración y genuino interés humano. Le reiteraron que no querían hablar en el avión pero que le darían la primera entrevista de sus vidas al llegar a su destino.

Cuando aterrizaron en Frankfurt el avión no pudo llegar al terminal. Una escalerilla fue arrimada en la mitad de la pista. La Policía alemana bajó a los Escobar y los condujo hacia una camioneta. Óscar registró en video desde la ventanilla de su puesto en primera clase los únicos 17 segundos que existen de ese momento. Como sabía que había policías a bordo y en la puerta de salida, hábilmente sacó la cinta de la pequeña cámara de video 8, la remplazó por otra nueva y se metió la grabada entre los calzoncillos.

Efectivamente un policía le pidió la cámara y se la devolvió sin el casete. Los Escobar fueron deportados en el siguiente vuelo que Óscar no pudo abordar porque su reserva era para el jueves siguiente: 2 de diciembre de 1993. El mismo día en el que fue abatido Pablo Escobar. Lo ubicaron por radiogonometría, ya que el capo rompió su costumbre de hacer llamadas breves y se extendió ayudándole a su hijo a responder un cuestionario para la Revista Semana

Los Escobar cumplieron su palabra: hablaron únicamente con el periodista Óscar Ritoré pero lo hicieron después del entierro de quien fuera el hombre más buscado del mundo.

Aquí hay un video sobre este vertiginoso cubrimiento. 

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