Por Gabriel Ortíz
Colombia se convirtió en un país de nadie, sin dios ni ley, que creía en una paz total, en un nuevo modelo que trajera seguridad, progreso, riqueza y libertad para una población que creyó en cambios, que nadie ve y cuyas esperanzas se esfuman.
Cada día es más difícil sobrevivir en la patria que amamos y que esperábamos compartir con propios y extraños, porque un puñado de terroristas narcotraficantes, divididos en sectas del desastre, se apoderan de 50 millones de habitantes a quienes nadie defiende.
Las que debían ser unas elecciones pacíficas, como las de antes, se convirtieron en el escenario para demostrar poderío del narcoterrorismo que figura como guerrilla e impone leyes y arbitrarios “impuestos” a la población civil, miserablemente reclutada bajo amenazas a los niños, y secuestros como el de Mane Díaz, papá de Lucho y a soldados y policías. Estos grupos esenios demuestran su poder absoluto sobre las inermes poblaciones a las que esclavizan y explotan para enriquecerse con el narcotráfico, la minería ilegal y el erario de departamentos y poblaciones.
Inauguran obras construidas por el Estado, con actos a los que obligan a acudir a los pobladores, que utilizan como escudos humanos para escapar a la acción de las autoridades. Días después esas obras son dinamitadas por ellos mismos para demostrar poderío.
Mientras el país, los organismos internacionales y las naciones creen que marchamos hacia una “paz total”, los terroristas narcotraficantes del ELN, mordiscos, disidencias, golfo y la creciente delincuencia común, ejercen sin piedad autoridad y mando frente a un Estado que parece bardar ese poderío. Petro los califica como los sirvientes de las multinacionales dedicadas al “negocio”.
El Jefe del Estado, entre tanto, se divierte y saborea los placeres que ofrece la primera clase del avión presidencial. Se da el gusto volar hasta 2 veces durante una misma semana a Europa en viajes oficiales. Incumple citas importantes, desaparece y sufre lesiones inverosímiles que lo incapacitan, además de otras mañas y percances que aún se desconocen.
Mucho se especula, porque nunca un gobernante nuestro, había actuado tan disparatadamente, necedades y delirios semejantes.
La gran periodista María Jimena Duzán, en su columna de Cambio, habló de las posibles adicciones, que pudiera tener el mandatario, pero él rectificó explicando que eran al café, es decir al “tinto matinal”, que consumen sin desvariar millones de consumidores de nuestro elegante y apetecido producto de exportación.
Las cosas hay que tratarlas con seriedad y en un país como el nuestro con mayor razón, porque los terroristas narcotraficantes nos asfixian. Aquí ni Danilo, el comisionado, Rueda, ni la paz es total, ni el secuestro y el fuego cesan.
Petro nos espanta con su ingobernabilidad, con sus reformas retardatarias, y con sus desafueros que nos sirgarán hacia un profundo abismo.
Presidente: no más tinto matinal, es adictivo.
BLANCO: Gran noticia para el periodismo colombiano: nuestro Gran amigo Juan Gossain, se repone y su salud mejora aceleradamente.
NEGRO: Nuestra solidaridad con el colega Iñaqui Berrueta, ante el fallecimiento de su señora madre. Paz en su nueva vida.