¿Por qué no te callas, Fernando?
Por Monseñor Bernardo Merino Botero
Hace pocos días me dijo a quemarropa mi gran amigo, el General (R), Pedro Nel Molano, asiduo y calificado lector: Bernardo: no se te vaya a ocurrir por ningún motivo leer «LA PUTA DE BABILONIA». Me quedé mirándolo, y él a mí con esos ojos escrutadores.
No fue el fanatismo; él posa de agnóstico; sabe hablar de lo divino y lo humano y lo hace con espíritu crítico, racionalista, casi anticlerical, sin que eso le impida acercarse a mí. Todo lo contrario: parece que nos atraemos. Y me dejó tan convencido que le prometí sinceramente que no se me habría de ocurrir leer ese libro.
Todo fue así hasta que algunos días después, el Capitán (R) de la Fuerza Aérea Colombiana, Mario Cadavid, otro amigo mío, me envió el libro, elegantemente envuelto y dedicado. Fue entonces cuando olvidé mi promesa al General Molanode no leer la Puta de Vallejo, ni puel putas; y lo leí de Pe a Pa.
Es muy curioso que hasta ahora, al menos que yo sepa, no ha habido una lluvia ni de elogios ni de vituperios de la crítica literaria. Por ahí uno de ustedes me envió por correo electrónico algunos comentarios que vinieron de España. Pero ni siquiera la Jerarquía Católica que se cuida la espalda y saca la cara por sus dogmas más preciados, ha lanzado el anatema contra quien agotó todos los epítetos de la infamia contra los valores establecidos. Me huele a desdén que es lo que el escritor se merece. Parece que se acogieron a aquel proverbio popular muy común en Antioquia: «A un bagazo poco caso y a un excusado poco cuidado».
Fueron la curiosidad y el reto del Capitán Cadavid los que me llevaron a ignorar el consejo de mi amigo el General Molano y quedé confirmado en gracia, porque mi fe heredada de mi familia y depurada de escorias culturales, por el estudio de la teología y mi experiencia personal de toda una vida, ha quedado tan bien parada o más, que cuando malgasté toda una semana en leer a un autor, que como siempre no había suscitado ni siquiera mi curiosidad, porque su arrogancia y grosería que percibí en algunos sus reportajes, me apartaron de él hasta el punto de no querer leer sus libros, para no tener que desinfectarme los ojos y las manos, una vez concluida la lectura.
Amigos Pedro Nel y Mario: Mi experiencia de esa lectura, debió ser más o menos la misma de miles de lectores, aún del mundo de los no creyentes, porque los hay que se confiesan y comportan como ateos o agnósticos, pero que no comparten la grosería y tienen una sensibilidad social tan fina, que no se atreven a ridiculizar en público las ideas religiosas de los demás, muy especialmente en un país que, como Colombia, es tradicionalmente católico o cristiano, a pesar de sus pecados, que no son el fruto de la doctrina de Jesús, sino de la falta de compromiso con ella.
Mi sorpresa fue desde la primera página. Yo no iba buscando un buen cristiano porque ya sabía a qué atenerme. Pero nunca pensé que para manifestar su odio especialmente a la Iglesia católica y al resto, tuviera que ir al diccionario a buscarse todos los adjetivos más denigrantes para aplicárselos (89). Ya otros enemigos de la Iglesia lo han hecho pero con elegancia: Dos o tres palabras bien escogidas han sido suficientes y no todos los adjetivos de alcantarilla. Sentí náuseas espirituales.
Como cuando leí aquella espeluznante sugerencia: «¿Quién no va a querer matar a un papa?» (pag. 212); o cuando refiriéndose al intento de asesinato del turco Ali Agca contra Juan Pablo Segundo, el mejor comentario que se le ocurrió fue el de «muerto el perro se acabó la rabia». Claro que a él se le olvidó que en Antioquia decimos «se acabó la chanda». Este sí es el clímax de la inspiración de Vallejo. Pero nadie se asombre porque si se atrevió a pisotear la memoria de sus padres, de su familia y de su país, nada le queda grande.
La página 191 es un ejemplar de su apreciación de los valores más grandes del ser humano. Por eso se le ocurrió expresar su gratitud por haber tenido veinte hermanos: «A la Puta, instigadora imparable de la paridera, le debo el máximo bien de mi vida: veinte hermanos. El que no ha tenido hermanos no sabe lo que es sufrir, no es humano». ¡Cómo se sentirán de honrados ellos con semejantes palabras! Pero eso es poco con el elogio que le hizo a su mamá: «Mi pobre madre paridora hoy está en el cielo quemándose en los infiernos. Le asignaron un círculo especial: el veinte, el más profundo, el de las paridoras desaforadas».
Después seguí la lectura en busca del literato. Realmente no sé de dónde salió el descreste de su libros. Su estilo se caracteriza por la extravagancia, como aquello de no separar materias en capítulos, lo que hace tediosa la lectura, el desorden consiguiente y la repetición tediosa. Y de nuevo la vulgaridad y la ramplonería, como el trato de «compadre» que él usa para sus honorables lectores: «claro, compadre, una pregunta compadre, usted no sabe compadre, obispo patirrajado». Y para cerrar con broche de oro, el «Sanse acabó». Pero yo no he acabado de asombrarme de este gazapo literario.
Y quién creyera que si no encontré al literato, mucho menos al gramático. De un buen gramático no son frases como éstas, seleccionadas al azar. «Alzando la vista al cielo arrodillado», pag. 64. Si se tiene en cuenta que el adjetivo calificativo se refiere al sustantivo inmediato el que estaba arrodillado en esta frase, era el cielo, lo que no es posible. Otra cosa sería decir que alguien estaba «arrodillado alzando la vista al cielo».
Y tampoco parece de tan acreditada pluma, esta pesada frase con la repetición del verbo tener: «Habría tenido que tenerlos», pag. 14. O esta otra:» Tertuliano, que fue el primero de los Padres de la Iglesia latinos». Si no han modificado la gramática española, el adjetivo calificativo está igualmente ocupando un lugar equivocado en esta oración y debió decir entonces: «Tertuliano, quien (y no que), fue el primero de los Padres latinos de la Iglesia», pag. 119. Frases como éstas y otras que omitimos, nada dicen del despampanante escritor que parió el hermoso pueblo de El Retiro, Antioquia.
Debo reconocer que entre tanta basura hubo algo que me llamó la atención: la abundancia de citas del griego y del latín y su conocimiento de la historia eclesiástica. Eso me hizo pensar que algún seminario se sentirá muy honrado de haberlo albergado. Por su pluma parece que escribe un exclaustrado porque ese tipo de cultura no se adquiría sino en los conventos y seminarios católicos y de allí han salido siempre sus más encarnecidos enemigos y los más rabiosos heresiarcas. No lo digo yo , lo dice la historia, que según Cicerón, es «maestra de la vida».
Con el manejo de datos que tiene Vallejo, pudo hacer una historia de los papas de tantas que se han escrito, más moderna, pero no un pasquín. La misma Iglesia se la habría agradecido y le habría otorgado el «nihil obstat» que se inventó la Inquisición para amordazar a quienes cuentan historias dolorosas, que se reciben con respeto cuando se presentan con la altura que se merece la verdad, pero no con la procacidad, que es el lenguaje de la mentira.
«Santos y Pecadores» es la historia moderna de los papas, escrita por el británico católico Eamon Duffy, que cuenta lo mismo que Vallejo contó de pecadores que la Iglesia no tiene interés en disfrazar de santos; y las virtudes propias de la santidad de otros, pero sin generalizar para no manipular la historia y para no estigmatizar a la Iglesia que es santa por su fundador y su doctrina ya la cual no se pueden imputar los pecados de los pillos que la han usado en su propio beneficio.
Hermanos: El único que sabe por qué se le ocurrió el despropósito de ese libro a Fernando Vallejo, será él. Si lo que quería era que lo excomulgaran, se va a quedar con las ganas. El Papa no lo conoce y los obispos colombianos viven muy ocupados en cosas más interesantes y él hace tiempos se excomulgó solito. Si quería parir un best seller, (y uso su verbo preferido «parir»), todo me hace pensar que no lo logró; para eso se necesita impresionar a los lectores de buen gusto.
Creo que lo único que en cualquier momento se gane es que alguien con autoridad moral para hacerlo, lo busque y le diga apuntándole con el índice en la cara, la frase patentada por el Rey de España para todos los babosos del mundo: «¿Por qué no te callas», Fernando?
Sinceramente suyo, Bernardo