Así pasó: 1984, Cortázar y Violeta

Julio Cortázar y su biblioteca en París. Foto Fundación Juan March

Por Jairo Ruíz Clavijo

En este año muere en París Julio Cortázar, el hombre que -según Eduardo Galeano- escribía palabras que querían a las gentes, que hacía los viajes al revés, desde el final hacia el principio: del desaliento al entusiasmo, de la indiferencia a la pasión, de la soledad a la solidaridad. 

A sus casi 70 años, era un niño grandote que tenía todas las edades a la vez. 

Cortázar iba desandando la vida, año tras año, día tras día, rumbo al abrazo de los amantes que hacen el amor que los hacen, y ahora muere, ahora entra en la tierra, como entrando en mujer regresa el hombre al lugar de donde viene.

Y descubren en lo que antiguamente fue playa de Zumba, en el Ecuador una pareja de amantes que yacen abrazados, cara al sol para quien quiera verlos: un par de esqueletos de amor que cometieron el delito de morir sin desprenderse desde hace ocho mil años y cualquiera que se arrime puede ver que la muerte no les causó la menor preocupación.

Violeta Parra y Julio Cortázar. Foto Nuevas Miradas

Es sorprendente su espléndida hermosura tratándose de huesos tan feos en medio de tan feo desierto; y mas sorprendente su modestia: Estos amantes, dormidos en el viento y el tiempo, parecen no haberse enterado que tienen mas misterio y grandeza que las pirámides de Teotihuacán, el santuario de Machu Pichu o las cataratas de Iguazú.

Entre tanto, la dictadura del General Pinochet, en Chile cambia el nombre de 20 pobres poblaciones del pobrerío en las afueras de Santiago. 

En el rebautizo la población Violeta Parra recibió el nombre de algún militar heroico, pero sus habitantes se niegan a llevar un nombre no elegido: Ellos se llaman Violeta Parra o nada.

Hace mucho tiempo en asamblea unánime la población decidió llamarse como aquella campesina picante y pecante, amiga del guitarreo, la charla, del enamoramiento y el payasear a quien por andar en ello se le quemaban las empanadas.

La que se suicidó un año después de componer y hacer escuchar al mundo su Gracias a la Vida cuya letra ensalza el existir mientras su música llama a la muerte.

(Eduardo Galeano, El Siglo del Viento págs. 333 a 335)

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