Por Guillermo Romero Salamanca
De pronto, a lo lejos se ven las imponentes torres de la Catedral de Santiago de Compostela, objetivo del día.
Es el aliciente para el último esfuerzo de quienes osan hacer el Camino de Santiago.
Miles de peregrinos –ataviados con sus bastones, sus sombreros, con sus botas puestas que llevan escondidas las engorrosas ampollas, con el dolor de espalda por el peso de una mochila de unos 30 kilos, con un sudor impregnado de arena que corre de la cabeza a los pies– sueltan una sonrisa de profunda emoción y quedan impresionados ante los 32 metros de las cúpulas de la Catedral de estilo románico.
Todos los días, este palacio religioso es contemplado por los peregrinos –los que han hecho el camino— y por los turigrinos, como llaman a quienes no han hecho el recorrido, pero que arriban al lugar, simplemente, a mirar.
Llegan con un objetivo también: visitar la cripta del apóstol Santiago, motivo por el cual comenzaron estas caminatas desde hace más de mil cien años.
El interior de la catedral tiene forma de cruz y su interior mide unos 94 metros de este a oeste y unos 63 de sur a norte. La conforman 16 capillas, la cripta del apóstol, la cripta del Pórtico de la Gloria, las tumbas de los reyes de Galicia y el tesoro.
Se ven caminantes de los cinco continentes deseosos de ampliar su cultura y reconocer su interior, porque a cada uno le llega un mensaje distinto.
Por allí han pasado desde reyes, presidentes de varias nacionalidades, embajadores y los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI hasta miles de estudiantes, catedráticos, científicos, profesionales de infinidad de carreras y empleados de los cinco continentes.
Este año esperaban al papa Francisco, pero por motivos de salud aplazó su viaje.
En forma permanente alguna parte de la catedral es remodelada. Se encuentran nuevas figuras, puertas y pinturas. En una época sus esculturas estaban pintadas de variados colores y es allí donde el esplendor del simbolismo adquiere toda mayor fuerza. “Comprendamos que, por ejemplo, en la edad media, las personas no sabían ni leer ni escribir y entonces, por medio de las estatuas, se hacía una pedagogía completa de la Biblia o de la Iglesia”, comentó la historiadora Pilar Gómez Gago.
La Catedral, toda en piedra de granito, se construyó durante 130 años, de atrás hacia adelante. Primero la cabecera, luego las naves y, por último, la capilla del Salvador.
En el centro está el altar mayor que tiene unos 350 años con una imagen gigante del apóstol Santiago, quien aparece vestido de peregrino.
Debajo del ara principal hay una pequeña entrada de un metro tal vez de ancho por donde se ingresa a la cripta del apóstol. En completa fila pasan los peregrinos y, a veces, permiten que de rodillas se haga una oración, gracias a un pequeño espacio que hay allí. Algunos visitantes dejan flores, cartas, mensajes o, simplemente, una pequeña piedra para anunciarle al apóstol que lograron la meta.
De vez en cuando un personal de limpieza recoge todo este material.
¿CÓMO COMENZÓ TODO?
Uno de los doce apóstoles de Jesús se llamaba Santiago, pero para diferenciarlo de otro que llevaba el mismo nombre, lo denominaban como el mayor. Era hermano de Juan, conocido como el Evangelista y eran hijos de Zebedeo y de María Salomé.
A Santiago el mayor y a Juan, Jesús los denominó como Boanerges, en arameo, “hijos del trueno”, luego de una petición que le hicieran para destruir a una población que no les había querido recibir. También se les recuerda porque su madre le pidió a Jesús que cuando murieran y fueran al cielo, uno quedara a la derecha y el otro a la izquierda.
Pero, además, estuvieron con Jesús en momentos importantes como la agonía en el huerto de Getsemaní y en la Transfiguración. Juan lo acompañó hasta su muerte en la Cruz y Jesús le pidió que cuidara de la Virgen María.
Santiago partió en su apostolado por la Hispania donde anduvo varios años hasta cuando la cuando se le apareció y le pidió que regresara a su casa. Al volver, según los Hechos de los Apóstoles, fue martirizado, degollado por orden de Herodes Agripa hacia el año 43 en Jerusalén.
La historia cuenta que dos de sus discípulos, Atanasio y Teodoro, llevaron su cuerpo por el Mediterráneo hasta llegar a la Galia, donde consideraban debería estar su descanso por haber predicado el Evangelio años antes.
Buscaron un cerro y allí lo dejaron.
“En el año 823 un ermitaño, conocido como Pelayo, vivía en su casa en el bosque de Libredón. Por las noches, unas misteriosas luces, provenientes del bosque, comenzaron a captar su atención.
Sorprendido compartió su inquietud con Teodomiro, el obispo de Iria Flavia, en aquel entonces. Ambos hombres se acercaron al lugar del que provenían los destellos y descubrieron allí el Arca Marmórea, que se encontraba enterrada. Por lo que las luces fueron interpretadas como señales divinas.
En su interior descansaban tres cuerpos. Rápidamente fueron atribuidos al apóstol Santiago y a los dos discípulos que custodiaron sus restos hasta la muerte, Anastasio y Teodoro. El obispo informa en seguida al rey en aquellos años, Alfonso II, del sorprendente descubrimiento.
El monarca viajó al lugar del descubrimiento, que pasó a denominarse “Campo de Estrellas” (Campus Stellae) y que será el origen del nombre de Compostela. Tras su visita ordena la construcción de un templo que será el precursor de la catedral de Santiago apóstol”, relata la historiadora Pilar Gómez Goga.
CAMINANTE NO HAY CAMINO
A partir de ese momento, decenas de personas comenzaron a hacer el recorrido para visitar la tumba de Santiago el Mayor, que, con San Pedro, son los dos que tienen un sitio de sus muertes. Uno en Galicia y otro en Roma.
El recorrido lo han hecho famosas personalidades como San Francisco de Asís y más reciente, escritores como Paulo Coelho de Souza, cineastas y hasta realizadores de películas como “The way”.
Poco después comenzó la construcción de la catedral y la creación de cientos de hospitales, lugares donde se les daba hospitalidad a los caminantes. El origen real de esa palabra.
Existen miles de historias de cómo hacían sus recorridos y en la actualidad hay más de una decena de formas para llegar a Santiago de Compostela.
Entre los años 2010 y 2020 en la catedral de Santiago se desarrolló un amplio programa de rehabilitación y restauración, todo ello, sin perder la esencia de un lugar que, a lo largo de sus mil doscientos años de historia, ha sido punto de referencia y acogida para millones de fieles y peregrinos.
CON EL BOTAFUMEIRO
Cada día, por lo menos se realizan tres misas para los peregrinos y hay oportunidad de escuchar otro tanto en inglés, francés, alemán y polaco, principalmente.
Algunos sacerdotes que hacen el recorrido con excursionistas, colegios o asociaciones pueden, con anticipación, reservar una capilla para oficiar una misa.
La misa es esperada con ansiedad. Miles de jóvenes, principalmente, colman el lugar. Unos se sientan en el suelo, otros permanecen de pie y unos más rezan con devoción ante la tumba del apóstol.
Luego de repartir la comunión, en algunas fiestas especiales, se emplea el llamado botafumeiro, uno de los símbolos más famosos y populares de la Catedral de Santiago de Compostela.
Colgados de sus cámaras, los visitantes observan el singular espectáculo, quizá único en el mundo al ver cómo trepa el incensario y cómo va arrojando su aroma.
Se trata de un braserillo de grandes dimensiones que se mueve desde la cúpula central de la Catedral, desde donde cuelga por un sistema de poleas, hacia las naves laterales. Ocho hombres uniformados con batas rojas son necesarios para moverlo, los conocidos “tiraboleiros”.
El aromatizador pesa 53 kg y mide 1,50 metros; está suspendido a una altura de 20 metros y puede alcanzar los 68 kilómetros de velocidad.
El Botafumeiro se utiliza por motivos litúrgicos, del mismo modo que cualquier sacerdote utilizaría un incensario en el altar.
“Este gran incensario quiere simbolizar la verdadera actitud del creyente. Así como el humo del incienso sube hacia lo más alto de las naves del templo, así también las oraciones de los peregrinos deben alzarse hacia el corazón de Dios. Y así como el aroma del incienso perfuma toda la basílica compostelana, de igual modo el cristiano, con sus virtudes y el testimonio de su vida, debe impregnar del buen olor de Cristo, la sociedad en la que vive”, explica la historiadora Pilar Gómez.
Santiago de Compostela ofrece una experiencia personal. No se trata de una simple caminata sino también de un recorrido intrínseco, con sus pensamientos, sus meditaciones y sus encuentros con cada uno.
Vale la pena, vale la pena, vale la pena.