Vuelve el Béisbol

El colombiano Giovani Urshela. Foto RCN Televisión

Por Oscar Domínguez Giraldo

En plena pandemia se reinició  el jueves en Washington el béisbol de las Grandes Ligas. En esta temporada jugarán cinco peloteros colombianos, incluido Giovanny Urshela, de los Yankees, de  Nueva York, que derrotaron 4-1 a los Nacionales en el primer partido.

En las siguientes líneas tomadas de aquí y de allá hablan de béisbol tres especialistas y un chambón. Los duchos son:

Alberto Salcedo Ramos, cronista mayor de la comarca,

el nuevo presidente de la Academia colombiana de historia, empresario, exministro, escritor, campeón nacional de bridge, sí, de bridge, y ducho en galeones perdidos, Rodolfo Segovia Salas, Harpo Marx, de los hermanos ídem, y este aplastateclas que intenta un glosario para chambones. Buen provecho.

La careta de HannibaL Lecter

Por Alberto Salcedo Ramos 

No hay caso: el béisbol es para la gente del interior de Colombia un deporte que incita al bostezo. 

El expresidente Alberto Lleras lo definió con el adjetivo «letárgico». 

El poeta Juan Manuel Roca me dijo una vez que lo más aburrido que se le ha ocurrido al ser humano desde los tiempos de Adán y Eva es ponerse a jugar béisbol. 

– En la pausa entre un inning y otro –exageró- habría tiempo para leer «El Quijote». 

Andrés Osorio, periodista de la agencia EFE y exalumno mío, ni siquiera sabe cuáles son las posiciones de los jugadores. Un día, frente al televisor, Osorio cometió el sacrilegio de hablarme mientras yo festejaba un jonrón de Rentería. ¡Y hay que ver las preguntas con las cuales interrumpió mi gozo…

– Oye, ¿cómo se llama el tipo ese que está acurrucado?

– ¿De quién me hablas?

– Del tipo ese que se parece a Hannibal Lecter. ¿Le ponen esa careta para que no muerda al bateador o qué? 

Aquella vez no le respondí, pero hoy lo haré en esta columna: ¡ese es el cátcher, Andresito, el cátcher… Lleva la máscara para protegerse en caso de que la bola que lanza el pitcher a noventa millas por hora, le dé en el rostro, o en caso de que el bateador lo golpee al mover el bate hacia atrás.

Siempre he creído que el béisbol no gusta en el país Andino porque fue un deporte que originalmente entró a Colombia por el país Caribe. Como los nativos del país andino no lo aprenden desde la infancia, no lo juegan; como no lo juegan, no lo entienden, y como no lo entienden, no lo disfrutan. 

No digo que nosotros, los nacidos en el Caribe, seamos genios porque entendamos y disfrutemos el béisbol, y los del interior sean brutos porque lo desprecien. Digo que uno solo puede deleitarse con ciertos deportes cuando estuvo cerca de ellos, culturalmente, desde el principio. 

Ese es el motivo por el cual yo me aburría cuando transmitían una carrera del automovilista Juan Pablo Montoya.Le deseaba toda la suerte del mundo, pero me mantenía lejos del televisor porque la imagen de unos tipos corriendo a toda velocidad en sus bólidos nunca me ha parecido ni estética ni emocionante.

Nadie me enseñó temprano qué diablos son los «pits», y tampoco entiendo cuál es el tal «algoritmo del aceite». Además, entre una vuelta y otra no hay tiempo para leer siquiera una página de «El Quijote». 

En cambio el béisbol se juega al mismo ritmo en el que vivimos los nativos del Caribe. En este deporte nadie sataniza los tiempos muertos, porque se entiende que, como en las buenas novelas, son el preludio de un clímax maravilloso. 

Me gusta el béisbol, además, por la misma razón que alguna vez esgrimió Bill Veeck, ex propietario de los Indios de Cleveland: «es la única cosa ordenada en este mundo tan desordenado. Cuando te pasan el tercer strike, ni siquiera el mejor abogado logra sacarte del apuro».

Colombianos: la Gran Carpa

Rodolfo Segovia (El Universal, de Cartagena)

Bienvenidos a la Gran Carpa y asómbrense! El primer latino en las grandes ligas del béisbol moderno fue el colombiano Luis Castro, en 1902. Nació en Medellín en 1876. Hijo de banquero y político al que internaron aún niño en un colegio de Nueva York. Nunca regresó. No deja de ser insólito que el pionero de los latinos en las mayores haya sido un paisa. 

Castro estudió y comenzó a jugar pelota en el Manhattan College. De semiprofesional saltó en 1902 a los Atléticos de Filadelfia del legendario Connie Mack, en la advenediza Liga Americana (primera Serie Mundial en 1903). Castro, de piel morena clara, hablaba perfecto inglés y había ido a la universidad, rarísimo entre los peloteros rubios de entonces. Traspasó sin inconvenientes la barrera ferozmente racista del deporte en la época. Duró poco su carrera de segunda base en las Grandes Ligas; apenas 42 no muy sobresalientes juegos.

La vida de Luis Castro giraría alrededor del beisbol. Trasegó durante muchos años por las ligas menores y es probable que haya sido también el primer manager latino del béisbol organizado. Combinó su pasión con los más diversos oficios: pompas fúnebres, distribución de cerveza, promotor de boxeo, referee y umpire, barman que expendió whisky prohibido. Administró desde hoteles hasta un óvalo de carreras de motocicletas. Los genes no se renuncian. Prosperó hasta la Gran Depresión. Al final de su vida recibió asistencia benévola de la Asociación Profesional de Jugadores de Béisbol. Murió anónimamente, como su tumba sin lápida, huésped psiquiátrico de un hospital neoyorquino en 1941.

El beisbolista alardeó de su identidad latina y se le recuerda más por la chispa, por hacer reír a los aficionados, que por sus proezas en el diamante. Era proverbial su bonhomía y su impacto en química de los equipos. A ratos se hizo pasar por sobrino de Cipriano Castro, el dictador venezolano que mojó prensa por sus encontronazos con las grandes potencias a principios del siglo pasado. Le llamaban el Conde. Los colombianos se demorarían hasta 1974 antes de regresar a las grandes ligas con Orlando “Nato” Ramírez.

Se acaba de iniciar la versión 2010 de la postemporada y el panorama de los compatriotas en las mayores ha cambiado, quizá no en número pero sí en calidad. Participan dos veteranos, Orlando Cabrera y Edgar Rentería, éste último en la banca; muchos, considerando que sólo son tres. El tercero es el promisorio lanzador Ernesto Frieri.
Ningún aficionado al béisbol olvidará el roletazo de Rentería por encima de la segunda almohadilla en el décimo primer episodio para ganar con los improbables Marlins de Miami el séptimo y definitivo juego de la Serie Mundial de 1997. Es un instante suspendido en el ojo de la memoria tanto como el ingreso del novato deportista al Palacio de Nariño para celebrar su hazaña.

Y Orlando Cabrera algo tiene en la bola. Llegó a mitad de la temporada a los Medias Rojas de Boston para ser pieza clave del equipo que triunfó en el 2004 después de 86 años sin imponerse en una Serie Mundial. Además, en los últimos 7 años ha estado 5 veces en la postemporada con 5 equipos distintos. Los colombianos en la Gran Carpa son pocos pero cumplidores.

El jardinero izquierdo (tomado de la autobiografía de Harpo Marx “Habla, Harpo”)

El béisbol infantil. Foto Acord Colombia

Yo era un aficionado leal pero naturalmente nunca habría podido pagar una entrada a los campos de béisbol.  Entonces descubrí un lugar en el Coogan’s Bluff, un promontorio elevado situado detrás de los campos de béisbol desde donde se tenía una visión perfecta del campo de jueo. Bueno,  una visión perfecta, sí, pero sólo de la parte exterior de la tribuna, una sección del graderío, y una estrecha y tentadora franja del campo de juego propiamente dicho.

Así, si he der ser sincero, yo no veía en realidad a los Gigantes. Veía a un Gigante: el jardinero izquierdo.

Cuando la pelota entraba volando o botando en mi ángulo del campo veía auténtico béisbol de la liga grande en directo. El resto del tiempo – es decir, durante la mayor parte del juego- contemplaba a un hombre diminuto vestido con un uniforme blanco o gris que se mantenía inmóvil en un remoto trozo de césped

Otros chicos coleccionaban retratos de los Gigantes como McGraw, McGinnityy Mattjewson. Yo no. Yo era eternamente fiel a Sam Mertes, poco distinguido jardinero izquierdo, que era el único gigante de Nueva York al que había visto jugar al béisbol.

Con el tiempo, llegué a perdonarle a Sam las largas horas que se estaba ahí esperando a que la acción se desviara hacia él. Debe estar sido tan frustrante para él, allá abajo en el campo,  como para mí en la colina. Es fácil para los pitchers y stop-shorts lucirse. Tenían montón de oportunidades.  

Mi corazón estaba con ese tipo que tenía poquísimas oportunidades, el tipo cuya esperanza y paciencia nunca se agotaban. ¡Te saludo, Sam Mertes! En cualquier Walhalla  en que estés jugando ahora,  ruego porque solo vengan a batear bateadores diestros y porque la bola navegue en dirección a ti tres veces en cada entrada.

Béisbol para legos  (GLOSARIO)


El siguiente es un mínima cartilla para que los legos interesados se familiaricen con este deporte:

Béisbol: juego de azar consistente en interrumpir el vuelo de una pelota que viaja entre el pícher y un señor llamado cácher o receptor.

Bate: garrote estilizado, con aire de anoréxica modelo de pasarela, sin el cual el béisbol no existiría, de la misma manera que no habría bandoneón sin la rodilla para apoyar allí el sollozante instrumento.

Foto Ecured.com

Umpire o ampáyer: juez o árbitro disfrazado para que nadie lo reconozca en el supermercado sobre todo cuando se equivocó demasiado en sus decisiones. Siempre tiene la razón. A veces, tiene la sinrazón. Ampáyer locuta, alegato finito.

Guante: adminículo que se lleva en la mano para que no se estropee el manicure del jugador. La otra mano es para sonarse la nariz en vivo por televisión.

Cácher: sujeto que también se disfraza  para evitar que lo descubran los acreedores. En sus ratos de ocio, intercambia señales con el pícher que ven millones de personas en la aldea global, menos el bateador que ignora lo que se cuece entre lanzador y receptor. Salvo que tenga mirada panorámica de 360 grados. Sujetos así no hay todavía. El bobo sapiens no se ha inventado del todo. Como los celulares.

Pícher: bípedo bien pagado que echa a rodar la bola previo diálogo con los ojos y las manos con el compañero de nómina –cácher, como está dicho- que se le pone al frente haciendo las veces de consueta. Generalmente, el pícher es el jugador más feliz del béisbol porque es al que más le recuerdan la madre… cuando pierde. Cuando gana su equipo ganan todos, cuando se pierde se fregó él solito. Como ya existen aplicaciones que permiten descifrar señales de esas, en cada íning se cambia ese código.

Íning o entrada: oportunidad que tienen los jugadores para ir al bate. La duración de cada entrada la determina qué tan rápido los contrarios hagan los tres “outs”. 

Jardinero: individuo cuyo destino es agarrar bolas que andan sueltas por ahí como pedro por su casa con intención de hacer de las suyas. El jardinero salva al pícher de que le cancelen el contrato de trabajo cuando hace mal la tarea. Hay jardinero izquierdo, derecho y central. Curiosa forma de ampliar la oferta laboral. Napoléon no conoció el béisbol pero del jardinero decía en su ostracismo de Santa Elena: Me faltó hablar más con el jardinero.

Novena: 10ª . acep., burocracia que corre sobre el césped.

Jonrón: en la metafísica de este deporte el jonrón es algo así como correr cien metros planos por debajo de los diez segundos, o hacer hoyo en uno en golf. 2ª. Acep., alegría que se celebra caminando. 3ª. Acep., caranga resucitada que se negó a ser un simple hit.

Primera base: cuota inicial para construir una carrera.

Carrera: la sal del cuento. El gol – u orgasmo, según Galeano- en béisbol. Canasta en básquetbol. Carrera es una sucesión de caídas interrumpidas a tiempo, por lo menos hasta llegar al home que es la tierra prometida soñada por los jugadores.

 Foul: lapsus del béisbol. Metida de pata, en este caso, metida de bola. En los “fáules” la pelota no llegó a ninguna parte.

Base por bolas: premio seco que otorgan lanzadores flojos para impedir el milagro de cirugía estética que consiste en convertir una bola en jonrón o hit.

Hit: pariente pobre del jonrón.

Robar bases: delito no tipificado en el código penal que consiste en pasarse de avispados cuando el pícher se pone a pensar en los huevos del gallo.

Paracortos: Funcionario que se la pasa entre tercera y segunda bases, a la espera de que un señor le haga llegar la bola. En ese momento al paracortos se le acabó el sabático, a trabajar o a pasar hojas de vida. Paracortos que se respete no se pisa las mangueras con los jardineros.

Ponchao: sujeto que sale por líchigo o por chatarra del terreno de juego, escenario llamado “diamante” averígüelo, Vargas, por qué diablos.

Out: en política, no estar en nada. En la vida, ser un bueno para nada, “la que el gato no tapó”, un eterno n.n. En béisbol, dejarse sacar del juego.

Abanicar la brisa: pasarle la bola al bateador ante sus propias barbas.

Cachaco: individuo del interior, solemne y jarto, que confunde una bola con un policía acostado y un strike con un steak pimienta. De ñapa, cachacos hay que se las dan de conocedoresdel béisbol. Dice García Márquez en sus “Cien años…” qué Úrsula “reconoció en su modo de hablar rebuscado la cadencia lánguida de la gente del páramo, los cachacos” (se refería a un oficial que custodiaba a su hijo Aureliano).

Chicle: droga  que utilizan y/o mambean jugadores y entrenadores gringos para pensar pensamientos beisbolísticos. El béisbol, la vida y el modo de vida americano, serían imposibles sin su majestad el chicle. Sin chicle, tampoco habría béisbol. Al venezolano Carreño, el de la urbanidad, le caería pésimo la forma como mascan chicle estos señores.

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]