Por Jorge Ivan Gonzalez
Piketty acaba de reunir una serie de artículos que había escrito para la prensa bajo el nombre de “Viva el socialismo!”. Considera que ha llegado el momento de superar los logros del Estado del Bienestar. Aunque los impuestos progresivos y las nacionalizaciones que se realizaron después de la segunda guerra permitieron mejorar los niveles de vida y reducir la desigualdad, en las condiciones actuales estas medidas no son suficientes y es necesario ir más allá.
La concentración del ingreso y de la riqueza ha llevado a niveles sin precedentes. Por tanto, es indispensable replantear de manera sustantiva el ordenamiento de nuestras sociedades. El cambio climático impone nuevas tareas, que necesariamente pasan por medidas distributivas. Sin equidad no puede haber sostenibilidad.
El camino, dice Piketty, es el socialismo participativo. Se trata de buscar mecanismos que permitan lograr dos objetivos. Por un lado, la distribución de los excedentes desde las empresas. Los trabajadores deberían tener derecho a recibir parte de las ganancias. Y, por otro lado, el acceso de los ciudadanos al patrimonio de la sociedad.
Por ejemplo, se le podría entregar un monto de capital a los jóvenes que llegan a determinada edad. Estos mecanismos permitirían que desde el mercado se logre una mejor distribución de la riqueza. La tarea siguiente le correspondería al Estado a través de impuestos progresivos.
Este socialismo no es comunismo. No se pretende que el Estado sea propietario de los medios de producción, sino que los trabajadores pueden participar de las utilidades de las empresas. Para Piketty este camino es posible y, además, es urgente. Sin medidas radicales no es posible garantizar el bienestar colectivo. Y, sobre todo, no será factible la sostenibilidad del planeta.
Se equivoca Santiago Castro cuando afirma que el problema central es la pobreza y no la desigualdad (La República, 15 septiembre).
En su opinión, el tema de la desigualdad es la “bandera favorita de nuestros populistas latinoamericanos”. Es bueno recordarle a Castro que el asunto no es de ahora. Y además, que ha sido una preocupación permanente de la filosofía moral.
Para Aristóteles “… las revoluciones nacen lo mismo de la desigualdad de los honores que de la desigualdad de la fortuna”. Y la preocupación por la desigualdad que permea los diálogos socráticos es retomada como uno de los temas centrales de la modernidad. Los revolucionarios franceses aspiran a conjugar “libertad, igualdad y fraternidad”. Todos los pensadores económicos del siglo XIX, como Marx, George, Mill, le dan énfasis a los problemas distributivos. A principios del siglo XX, Walras y Pigou reiteran su importancia.
Filósofos morales contemporáneos como Rawls, desde la lógica contractualista kantiana, han puesto en el centro del debate la importancia de conjugar la igualdad de oportunidades con las diferencias en los talentos y las habilidades. Estas reflexiones marcan gran parte de la obra de Sen. Y recientemente, la Ocde, Naciones Unidas, Oxfam, la Cepal, el Banco Mundial, han llamado la atención sobre la inaceptable concentración de la riqueza. Biden está impulsando políticas distributivas.
En China, Xi Jinping ha dado el mandato de la “prosperidad común”, cuyo fundamento es una política distributiva radical. No se trata, entonces, como piensa Castro, de un asunto de populistas criollos.
Jorge Iván González