Viernes de los oficios: Voceadores

Voceador, acuarela de Débora Arango

Por Óscar Domínguez G.

Realizan temprano la magia de meter por debajo de la puerta lo bueno y estrambótico que produce la tierra. Hablo de los voceadores del periódico. En forma silenciosa, entregan el maná informativo envuelto en papel periódico. Lo hacen a horas inverosímiles: a partir de las tres de la mañana cuando “el músculo duerme”. 

Amigos que no hemos conocido, son necesarios como el agua, la luz y el sanador olvido. Ignoramos sus nombres, nunca nos piden que los fiemos, desconocemos el nombre de la mujer de sus insomnios. Disfrutan haciendo bien su oficio. 

Son mis colegas  porque en mi niñez  fui voceador de El Colombiano y El Correo en La Estrella. La Virgen de Chiquinquirá,  simplemente la Chinca, no me dejará mentir.

Pese a que sabía juntar vocales y consonantes no recuerdo haber convertido la garganta en rotativa para gritar los titulares de las noticias gordas como mandaban los cánones.

Guaqueando en mis tiempos de piernipeludo voceador, he sospechado que el periodismo me entró por el sobaco. Y como me he ganado la vida escribiendo para asegurar los frisoles, soy devoto de los diarios.

Voceador de los diarios de Colprensa. (Autor desconocido).

Desde que me  desconozco, amo los impresos, libros y periódicos para empezar.  En mi caso, las noticias son noticias  cuando las valida el periódico. Como el escéptico santo Tomás, hasta ver y tocar, no creer. 

Más o menos lo que sucedía con The New York Times: los encopetados morían oficialmente solo cuando la noticia aparecía en sus páginas.

Me gusta el  periódico tanto como la mujer de al lado  porque nos permite mantener activos los cinco sentidos: ver, oír, oler, gustar y palpar. No quiero que se acaben nunca. Si esto sucede, y “el día esté lejano”, que sea a mis espaldas.

Los suscriptores esperamos a los voceadores como el pan pa’l desayuno. Cuando tardan porque los cogió la aurora nos producen la desazón del enamorado que desespera mientras llega la dueña de sus aurículas y sus ventrículos.  Y de la quincena.

Desde que me volví un tipo serio, me llega el periódico y de una voy al grano: Leo los obituarios a ver si sigo vivo. 

Como tengo un mundo de años, le meto el diente a las efemérides: hace 25 o 50 años, miro con qué nos salieron  Mafalda, Carlitos, Calvin y Hobbes, o el cervecero Olafo. Le echo una primera mirada al crucigrama que llenaré en la noche y dudo de lo que me depara el horóscopo. (Si el horóscopo del otro es más acertado, me le apunto. El de hace dos o tres días recomendaba no ser esclavo del  perfeccionismo).

Concluido este ceremonial de la primera rápida ojeada quedo listo para enterarme de qué presa amaneció enfermo el mundo, como diría Mafalda, mi ideóloga.

Muy agradecidos, colegas (líneas pasadas por latonería y pintura).

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