Editorial
Si en algo estuvo exacto José María Aznar aquel aciago 11 de marzo de 2004 fue en calificarlo como “el día de la infamia”. Una acertada definición ante la barbarie del atentado y el atroz fanatismo yihadista que lo inspiró, responsable único de la matanza. Por eso sorprende que el entonces presidente del Gobierno decidiera prolongar la ignominia y el dolor de las víctimas no solo en aquellos días, sino en los meses e incluso años posteriores al arrojar toda clase de dudas sobre quiénes fueron los causantes de aquella atrocidad. Lo hizo, además, por el interés partidista de que no se vincularan aquellos crímenes con la participación española en la guerra de Irak, que él había liderado.
El fracaso de la teoría de la conspiración puesta en marcha por toda una infantería de periodistas sin escrúpulos para deslegitimar al nuevo Ejecutivo —destruyendo la reputación de los jueces, fiscales y policías que se limitaban a cumplir con su deber— demostró a la vez la fortaleza del Estado de Derecho y la irresponsabilidad de los promotores del bulo. De infamia, en efecto, merece calificarse la combinación interesada y sin fundamento de dos acontecimientos tan dolorosos para la sociedad española como el terrorismo etarra y ese atentado islamista, el más sanguinario de su historia.
En la escena pública de las últimas décadas resulta difícil hallar una exhibición de soberbia como la protagonizada por Aznar desde hace dos décadas. Los otros dos integrantes del trío de las Azores, George W. Bush y Tony Blair, se sintieron obligados con el paso de los años a pedir disculpas por haber difundido que Irak tenía armas de destrucción masiva. El expresidente español jamás lo ha hecho. Su actitud ha llegado hasta el 20º aniversario de la masacre: parapetándose en un editorial de la fundación que preside, FAES, persevera en su actitud y tilda de “profesionales del embuste” a quienes le recuerdan su comportamiento.
El escrito exculpatorio de Aznar repite las tesis de siempre. Es falso —y él lo sabe— que la policía mantuviese en el tiempo la hipótesis de la autoría de ETA, prácticamente descartada a las pocas horas de la matanza, como han atestiguado quienes estaban en 2004 al mando de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y de los servicios de inteligencia. Contra las informaciones que estos le suministraban, Aznar y su Gobierno se empeñaron en no descartar a ETA en sus comparecencias públicas y en sus comunicaciones con los directores de los periódicos nacionales, los corresponsales extranjeros, las embajadas españolas en el mundo o el Consejo de Seguridad de la ONU.
No hay mejor prueba de lo indefendible de la reacción del entonces presidente que la incomodidad mostrada por el PP actual en este aniversario. En ese sentido, es un avance que el líder popular, Alberto Núñez Feijóo, reconociese este martes que su partido “gestionó mal” los atentados. Aunque de inmediato se apresurase a hablar de “autores materiales” —como si hubiese dudas sobre los intelectuales— y a defender que “cada uno puede tener su opinión al respecto”, como si se tratase de un asunto de opiniones y no de hechos. José María Aznar sigue siendo una autoridad moral para la derecha española y el PP ha interiorizado algunas de sus estrategias. La deslegitimación del Gobierno cuando pierden las elecciones es una de ellas. El recurso al fantasma de ETA como reclamo electoral, otra. Emplearlas de nuevo en una fecha como el 11-M es una falta de respeto a las víctimas.