Tutear o no tutear

Andrea Echeverri: llanera con apellido paisa y acento Cundinamarca-boyacense. Foto Fashion Reporter

Por Oscar Domínguez Giraldo

Una de las grandes ventajas que tienen los españoles sobre el resto de los siete mil y pico de millones de mortales que contaminamos este acabadero de ropa llamado mundo, consiste en que desde que la cigüeña los descarga en la tierra de la paella, tienen  resuelto mínimo un problema: Por un chip exclusivo que llevan en la garganta saben  cuándo una palabra se pronuncia con z o con c. Y así la escriben. 

Los paisas se supone que nacemos con una virtud similar: «acigüeñizamos» con la habilidad de tratar de vos al prójimo. Desconozco si esa destreza nos viene de tanto escuchar música argentina. Al fin y al cabo, según el viejo tópico, en todo tango muere un argentino o te tratan de vos. Costeños y bogotanos, entre otros, son duchos en el arte de tutear. Y así. 

Pero quienes desertamos durante muchos años del terruño que nos vio berriar , vivimos en una patria boba semántica que consiste en que se nos  olvidó vosear y nunca aprendimos a tutear. Y ustedear, o sea, tratar de  usted hasta al gato, es otro chicharrón imposible de manejar. El empleo del sumercé no es hostil. 

Alguna vez denuncié, sin éxito, que en Medellín avanza una oscura conspiración contra el vos. 

Para no gastar mucha ropa en la explicación, esa conspiración consiste en enseñarle a los niños a tutear. Quienes impulsaron el  tuteo consideraban – sospecho- que el vos era algo de menor cuantía desde el  punto de vista cultural. Y a tutear se dijo. 

Por eso, en la Chibchombia de hoy cualquier paisa tutea. El vos de los paisas ha dejado de ser un atractivo turístico más. 

Mis hijos, bogotanos ambos, me tutean con destreza hasta rara. Ese filial tuteo me hace cosquillas en la que los camajanes del Barrio Antioquia llamaban “la invisible” (el alma)  porque en casa jamás se nos habría ocurrido tutear a nuestros taitas. Corríamos el peligro de que nos suspendieran el huevo entero que nos daban el día del cumpleaños. 

Confieso que cuando mis vástagos ejercían el lúcido oficio de niños hice el esfuerzo de tutearlos para no crearles el conflicto de tener que escoger entre el tratamiento que oían en casa y el que recibían en el colegio, o en la universidad de la calle. 

Pasado el tiempo y liberado de la obligación de tutear por convención, no por convicción, confieso que quedé impedido de por vida para tutear a nadie por física ignorancia. 

Como me enredo, decidí irme por la nave del centro  y entonces utilizo una babel idiomática en la que se confunden el tú con el usted, el usted con el vos y  el vos y con el tú. Y todos con todos, hombre con hombre, mujer con mujer… 

El ustedear merece plato aparte porque ese género es todavía más  difícil de batutear (manejar). Muchos paisas nos quedamos  sin saber cómo tratar al otro. Con Dios el asunto ya está resuelto pues le decimos “en vos confío”, y despachado el asunto. 

Entiendo que entre rolos, tratar de usted al otro es una deferencia. 

La solución debería estar en la frescura con la que una embluyinada jovencita abordó una noche en plena campaña al entonces candidato a la vicepresidencia Humberto de la Calle: 

– Humberto, ¿cómo estás?, le preguntó la bella sin reparar en los pergaminos del caldense. 

«En mi juventud, haber tuteado a algún adulto me habría merecido  una cueriza hasta rara», comentó Humberto… perdón, el doctor De  la Calle, quien me sugirió darme un champú de frescura y tutear a la  manera de la suculenta sardina de la Universidad de los Andes que  le prometió votar por él. Al pueblo que fueres tutea como oyeres. (Estas líneas pasaron por el taller de latonería y pintura).

 ENTRE EL SUMERCÉ Y EL USTED 

El profesor Fernando Ávila, con quien compartí pupitre en la agencia de noticias Colprensa, es un ducho y un hacha en el manejo del idioma. Desde su óptica de rolo fatuto  aportó su versión  sobre el empleo del sumercé y del usted: 

Yo trataba a mis papás y abuelos de sumercé. Recuerda que esta es región cundiboyacense. 

A mis tíos no sabía cómo decirles, si sumercé o usted. Variaba según el arrojo o timidez del momento. 

Con mis hermanos cercanos, me refiero a los  que tienen un poco más o un poco menos años que yo, el trato siempre ha sido de usted. Con mis hermanos menores, ya la distancia era tan grande, que los comencé a tratar de , pero a estas alturas en que casi todos somos de la misma edad los trato de usted. Yo tuteaba a Dios, a la Virgen, a las niñas del barrio y a mis hermanos pequeños, pero mi zona de confort estaba en el usted. A mis compañeros de colegio siempre los traté de usted. Otra cosa hubiera sonado amanerada, en un colegio algo militar, como era el de los hermanos maristas. 

Lamentablemente el sumercé llegó a su fin un mal día de mediados de los 60. 

Estábamos los 1500 alumnos del Instituto del Carmen formados en el patio, mirando al sur. Desde el balcón del segundo piso, en ese edificio de cuatro, el rector, llegado hacía poco de Popayán, principal semillero de hermanos maristas, dijo sumercé por el micrófono, y el colegio entero, 1500 varones, hizo por lo bajo un rumor reprobatorio que sonó a condena eterna. Desde entonces, el hermano Idrovo no volvió a decir sumercé, y mis hermanos y yo nos sentimos de tercera categoría con nuestro acostumbrado sumercé filial. Se acabó. Desde entonces, nunca supe cómo dirigirme a mi mamá ni a mi papá. 

En cuanto al vos, yo tengo otra percepción, Óscar. 

He visto que las nuevas generaciones paisas lo usan con decisión, con orgullo regional y sin equivocaciones. Me refiero con esto último a que no caen en el frecuente error argentino de mezclar el vos con el , «Tenés que esperarme, che. Quédate aquí, que ya regreso». Los paisas de la generación Maluma vosean sin vacilación. 

Y volviendo al sumercé, menos mal que Andrea Echeverri, la Florecita Roquera, lo reivindicó en Bogotá, y los boyacenses lo instituyeron como característica cultural de la región. 

Un abrazo, 

Fernando Ávila 

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