¡Traida y llevada la estupidez!

Los que aspiran para los que voten en el 2026. El Colombiano

Por Carlos Alberto Ospina M.

No es un ataque simple hacia el abuso de la posición dominante de la izquierda o la derecha, con verdad se trata de exponer la razón fundamental de la decencia con miras a impedir que nos metan el dedo en lo boca. La podredumbre no distingue lo blanco de lo negro ni partido político por más que coexistan corrompidos con discursos intransigentes y banderas cautelosas; mafias disfrazadas de populismo y otras de tecnocracia; en fin, la inmoralidad es un problema transversal. 

En Colombia, la política dista mucho de ser un oficio íntegro, más bien es un negocio redondo. En consecuencia, es fácil dar en la vena de personajes sin escrúpulos que hacen del poder un botín para mentir, robar y ascender con total impunidad; mientras que la gente lucha por sobrevivir en medio de la crisis económica, la inseguridad y la desigualdad. El sistema está podrido en lo relativo a unos dirigentes que no tienen alma.

El patrón repetido de las artimañas, las alianzas con delincuentes, el dinero sucio y la corrupción a todo nivel se han convertido en una droga dura. Ciertos cabecillas, por una dosis, están dispuestos a concebir cualquier cosa para dejar a sus encubridores instalados en las distintas organizaciones gubernamentales, meter la mano al presupuesto, cobrar peajes burocráticos o repartir los contratos como pan bendito. En pocas palabras, varios mañosos disimulan el saqueo con discursos rimbombantes, supuestas banderas patrióticas y arengas de cambio a favor de los pobres. La mentira oficiosa de siempre.

La mal llamada clase política usa la ética a semejanza de tapabocas en pandemia, solo cuando los están mirando. De ahí proviene el ruido de las peroratas cacofónicas sobre moral, rectitud y conciencia limpia. Ese discurso postizo es el mismo cada cuatro años. La gestión de marca de sinnúmero de candidatos se reduce a obsequiar gorras, lápices, camisetas, tamales, y si toca, dizque, rezan porque “conocen las necesidades del pueblo”.

Cuando están en el poder cambian la ruana por el saco de lino importado, el guarapo por el whisky 18 años y el ‘favor popular’ por las alianzas estratégicas de acuerdo con el tamaño de la mermelada. El diablo entienda el por qué aplauden y elijen a maleantes. Deplorable realidad del país.

Hay que tener el ánimo en pausa para no reflexionar acerca de diferentes campañas electorales que se parecen a una lavandería industrial, donde entran billetes por debajo de la mesa y salen candidatos inmaculados delante de las cámaras y las redes sociales. De igual manera, está visto que el engaño se combina con jingles jubilosos y eslóganes de ‘esperanza’ que esconden a gente non sancta como: clanes mafiosos, empresarios deshonestos, lavadores de dinero, contratistas corruptos y directores de fundaciones de papel. 

Por ejemplo, la colaboración puntual de un estafador, el préstamo de una avioneta y el enriquecimiento ilícito en su momento no fueron un error, tan solo mostraron la fotografía de un sistema que lo permitió. En tiempo de campaña, la mayoría de políticos visitan comunas, cantan alabanzas, comparten abrazos y juran que gobernarán a base de veracidad. Apenas triunfan sustituyen la casaca de Dios por la gloria de Don Narco, Don Mordisco, Don Euclides, Don Papá Pitufo o Don Contrato amañado, según se estrellen las olas contra la evidencia. Este tipo de aspirantes sin la bendición de dichos ilegales no ganarían la presidencia de la república ni la Junta de Acción Comunal. 

Así es que entran por la puerta grande a cargos públicos sindicalistas arrodillados, potenciales feminicidas, pervertidos sexuales, mitómanos, chamanes, asesinos que se desempeñan como comisionados de paz, exguerrilleros con ojos traidores y formación universitaria mediocre; entre otros especímenes decadentes. 

¡Pues entonces! A sembrar aguacates en Marte, a transportar gas por los cables eléctricos, a cocer los alimentos con el calor del sol y a “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo” (sic). Traída y llevada la estupidez a su punto crítico. Por eso, merecemos el actual mal de la patria, porque no se vota con plena consciencia de lo que forjamos.

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]

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