Por Carlos Villota Santacruz
Me contagié el 9 de octubre, en un taxi cuando iba desde el centro a la Avenida Chile en Bogotá. Me di cuenta inmediatamente porque las piernas no me respondieron. Compré almuerzo en el Centro Internacional y la comida no me supo a nada. El olfato había desaparecido y a las tres horas me descompuse del estómago.
Siempre pensé que la aparición del Covid-19 era un tema serio en materia de salud cuando se registró el primer caso en Colombia, la segunda semana del mes de marzo de 2020, no era un tema menor y tomé todas las medidas de bioseguridad. Ahora con esta experiencia personal, larga y dolorosa reafirmó sobre el impacto del coronavirus en la población.
No importa la edad, condición social o rol en el país. Estar en un hospital en medio de la nada, donde una segunda cuenta para tu vida y en medio de tanto personal médico y pacientes, allí se demuestra lo frágiles que somos como seres humanos. La frontera mínima que existe entre la vida y la muerte, se te pasa la vida ante tus ojos y tu mente en cinco segundos. Es imposible no tener miedo, tristeza y una serie de sentimientos. Te acuerdas de todo. Tratas de entender ese momento.
Una experiencia que jamás se olvida y que agradezco a Dios y a los médicos. Mi condición de salud apegada al deporte y el hecho de jamás haber fumado me sirvió para estar vivo, bajo la bendición de Dios, la Virgen y los Ángeles. Del amor de mi hija Alejandra, de familiares y amigos de tres continentes que me escribieron, me llamaron o me escribieron un WhatsApp con unas líneas o su voz.
Allí en ese instante la vida te deja ver que es importante la coherencia, la defensa de valores y principios que me inculcó mi madre desde niño – mi padre murió a los 10 días nacido- que se educa con el ejemplo. Que vale más una palabra de aliento de un familiar y un amigo en medio de una emergencia sanitaria, que sabemos cuándo empezó pero que no sabemos cuándo se va a terminar.
Que cada persona que se ha contagiado de covid-19 tiene su visión de lo que vivió y seguirá en adelante. Que la vida debe ser el mejor regalo de Dios al ser humano, fruto del amor de una pareja. Que tenemos la misión de protegerla y ser cada día mejores personas. Que Nacimos para servir. Que el don de la palabra nos une al mundo, la familia es el principio y motor para enfrentar cada estadio de la vida. Que hay que aceptar que la juventud es un paso y que la llegada a la edad adulta es un privilegio que pocos nos damos el lujo de contar.
Que escuchar la voz de tu hija y tu nieta diciendo bienvenido papá de nuevo a la vida y casa no tiene precio. Que allí se resume todo el esfuerzo de años en calidad de papá. Que ser colombiano es mi credencial ante el país y el mundo. Qué tengo el privilegio de ser periodista, comunicador y experto en temas de Gobierno y Marketing político, lo cual he logrado con disciplina y mucho esfuerzo.
Que no tengo riquezas materiales, pero si riqueza de muchas personas anónimas y viables ante la opinión pública, que valoran mi rol dentro de la sociedad. Que la amistad se construye. Que el amor y el cariño se expresan de muchas maneras. Incluso en el silencio y una sonrisa y una lágrima. Que vale vivir siempre en medio del cambio de Era de la humanidad.
De nosotros depende ser espectadores o protagonistas. No hay palabras para agradecer tanto solidaridad y apoyo en este momento tan difícil, doloroso y personal. El peligro no ha pasado, se presentará un segundo rebrote del Covid-19, debemos estar preparados. La agenda del mundo cambió, los retos del Milenio de las Naciones Unidas cambiaron.