Por Óscar Domínguez Giraldo
In illo témpore, la cuasi nonagenaria Brigitte Bardot fue la novia clandestina de muchos muebles viejos de hoy que hicimos la primaria sentimental a distancia, amando imposibles europeos de dos pies. Gusto sí teníamos.
Con sus películas audaces, con calificación de “para mayores de 21 años”, o prohibidas para todo católico de una vez, la Bardot le abrió espacios al ojo masculino en el – hasta entonces- prohibido paisaje femenino.
Muchos porteros de cinemas de barrio hubo que sobornar para poder ver desde la aristocracia de gallinero (“chicken class”) cintas como «Y Dios creó la mujer», «La verdad», «Viva María», o «Don Juan».
Un prójimo que exigió el anonimato para que no lo echen de la casa, sostiene que uno empieza enamorándose de la que quiere, por ejemplo, de la Bardot, y termina casándose con la que puede.
Jacques Seguela, publicista mayor del fallecido presidente Mitterrand, sintetizó el significado del (destape) de la Bardot hacia 1954: «Encarnó la liberación de la mujer. Ella es el símbolo».
A los tempraneros 39 años, cuando ingresó a la leyenda pasando voluntariamente a la clandestinidad, la Bardot dijo: «He dado mi juventud y mi belleza a los hombres; ahora doy mi cordura y mi experiencia a los animales». Diógenes chivió a la BB hace mucho desde un hotel de cero estrellas, su tonel: Mientras más conozco a los hombres más quiero a mi perro.
BB, modelo, cantante, activista, se cansó del bobo sapiens encabezados por Roger Vadim, su descubridor y primer marido, y vive refugiada en la nostalgia en compañía de una manifestación de gatos, perros, palomas, gallinas, cabras…
Saca tiempo para hacer incorrectos, pecaminosos, comentarios xenófobos y para coquetearle a la extrema derecha francesa. ¿Pero qué puede hacer un remoto y proUstático enamorado de este ícono? Sufrir en silencio.
Para apoyar la causa de los “hermanos animales”, la Bardot decidió volver dinero algunos de sus cachivaches: Cayeron en manos de coleccionistas prendas íntimas, suspiros suyos por algún amor imposible (no sólo quienes aparecemos en el directorio telefónico tenemos amores utópicos), pañuelos para enjugar lágrimas furtivas.
En subastas quedaron vestidos que lució en una sola fiesta y después pasaron al anonimato de su guardarropas; fotos, sonrisas pre y posorgásmicas, joyas de verdad y algunas falsas que en su mano se volvían ciertas; cartas de amantes frustrados a los que jamás les dio ni la hora de la semana pasada, frascos delicados que olían a sus sueños; relojes que renunciaron a dar la hora desde que la diva los mandó al cuarto del reblujo.
¿Cómo sacarle partido a un marido como Vadim, quien ya no es de la partida? Vendiendo el traje de su temprana boda con él. «Merci», dijeron en coro varias focas agradecidas.
A sus primeros 89 espléndidos años ( cumple los 90 el 28 de septiembre), Madame Bardot ha sido un 14 de Julio de sueños, una Bastilla de insomnios, una torre Eiffel de erotismo, un río Sena que camina, un Palacio de Versalles de carne y hueso.
Cuando a su par gringa, Marilyn Monroe, le preguntaron qué se ponía para dormir confesó: Algunas gotas de Chanel no. 5. La respuesta es tan buena que parece copiada de la Bardot. (La he oído al contrario. Pueden escoger que entre divas no se pisan las metáforas).
Mientras «Coco» Chanel vestía a las francesas y les regalaba su perfume desde 1921, en sus años mozos la Bardot se vestía apenas con el sol de Saint-Tropez en medio del acoso de los paparazi.
Cuando irrumpieron el talento y la fragilidad de la Bardot y los libros de Francoise Sagan, en Saint-Tropez mandaban Collette, la literata;
Paul Poiret, el costurero, tejía en su imaginación costosos vestidos hechos para desechar del primer estornudoo; se moría de nostalgia la princesa Marie Bonaparte, con más apellido que historia.
Jean Cocteau (“un poeta – decía- es un mentiroso que siempre tiene la razón”) recibía en casa a “Ceja de Lujo”, María Félix, y el «gorrión” de París, Edith Gassión, Edith Piaf, encantaba con melodías como La Vie en Rose, Non, je ne regrette rien, Milord….
Cuando en alguna tarde parisina Brigitte y sus bellas arrugas pasa frente a de esa Dama de Hierro más que centenaria que es la tour Eiffel, ésta exclama: Bon soir, madame. Y regresa a su silenciosa importancia.
B.B. en dos tiempos
La Gioconda, siempre enigmáticamente sonriente y custodiada en la majestuosidad del Louvre, tiembla y se pone seria cuando la Bardot aparece en su jurisdicción. A la Gioconda – a quien de pronto le atribuyen su sonrisa a un embarazo, no a una infidelidad- no soporta durante mucho tiempo una competencia demasiado fuerte.
Madame Bardot siempre tuvo el nada discreto encanto de lo prohibido. Más de un párroco la excomulgó desde el púlpito con el corazón en la mano, después de ver sus películas camuflado de adolescente en el cinema paradiso más próximo a la sacristía.
El casto padre García-Herreros la invitó a uno de sus banquetes del Millón en el Tequendama. Deseosa de dar una solidaria mano, la Bardot dijo sí. Pero algún purpurado del gajo de arriba se movió en la sombra y la invitación se volvió noche. Al confirmar su presencia en el caldo con pan al que había sido invitada, la Bardot le aclaró al curita cucutoche: “No me creo una pecadora sino una mujer del mundo moderno. Sé amar. Es todo. Todos tienen derecho a servir al hombre. Eso no es privilegio de los santos”. Pero después vino el no cardenalicio a la invitación. Y la recatada Macondo volvió a bostezar sin el piano de la Bardot en sus predios (Líneas pasadas por latonería y pintura).