Saldar la gran deuda con el legado africano de los esclavos en Argentina

Cristian Cortés, a la izquierda, y Juan Carlos Tulián, en una escena de 'Macongo, la Córdoba Africana'. ESCENA DE 'MACONGO, LA CÓRDOBA AFRICANA'

ANALÍA IGLESIAS

Madrid – 

Las mercancías de los grandes negocios de dudosa ética cambian con el tiempo, pero el ensueño del lucro mayúsculo que hoy conocemos es, probablemente, el mismo que animaba a los tratantes de esclavos de hace apenas un siglo y medio. Hasta bien entrado el siglo XIX hubo personas que fueron llevadas contra su voluntad desde las costas de África Occidental hasta el sur del continente americano, pasando o no por los mercados de esclavos de alguna ciudad española o portuguesa, y que fueron desembarcadas en Buenos Aires o Montevideo, como antes lo habían hecho en el Caribe.

“En 1886, un decreto anticipó la supresión y dejó en libertad a los últimos 25.000 esclavos del Reino de España”, afirma José Antonio Piqueras, en su reciente libro El antiesclavismo en España y sus adversarios (Editorial Catarata). “España se convertiría en el último país de Europa, el penúltimo país del mundo occidental, en abolir la esclavitud”, agrega.

Los rastros de esa trata impregnaron todos los rincones de la geografía de América, aunque a uno y otro lado del océano sigan existiendo quienes niegan los procesos colonialistas y hasta la negritud que corre por sus propias venas. De ahí el valor de rescatar testimonios de quienes se atreven a reconocerse afrodescendientes en un país como Argentina, en el que aún en la actualidad se oye aquello de que “los argentinos son todos blancos” (en referencia a los orígenes europeos de la inmigración de los siglos XIX y XX).

Uno de estos registros es el del documentalista Pablo César(Buenos Aires, 1962), que acaba de dar a conocer su película Macongo, la Córdoba africana (disponible en plataformas web), sobre la herencia de África en esa rica provincia argentina. Con este título, el realizador arranca una serie de filmes que abordarán el asunto de la huella del comercio atlántico de personas en diferentes regiones de lo que fue el territorio de los virreinatos del Perú y de su escisión posterior, el del Río de la Plata.

El documentalista Pablo César.
El documentalista Pablo César.FOTO CEDIDA

“A lo largo de cuatro siglos los españoles introdujeron en América a más de 2,3 millones de africanos esclavizados”, apunta Piqueras en su libro, donde afirma que “el Río de la Plataprohibió la trata en 1812 y la mantuvo tolerada en años posteriores”.

El catedrático, que dirige la cátedra Unesco de Esclavitudes y Afrodescendencia, destaca la discordancia temporal del abolicionismo en las diferentes potencias coloniales, ya que estas ideas —sea por imperativo moral o por presión social— ganan peso, en el siglo XVIII, entre las autoridades en Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Mientras tanto, “despega la economía esclavista en el Caribe español” y “en los valles próximos a Lima, y avanza la demanda de esclavos para la agricultura y la ganadería en el Río de la Plata”.

El factor que sí frena las nuevas llegadas a las colonias españolas está intrínsecamente ligado al racismo, aun a costa de dañar la obtención de dividendos. Como muestra, bastan los discursos que registran las actas de la época. Por ejemplo, José Mejía Lequerica, diputado por Quito, advirtió en las Cortes españolas reunidas en Cádiz, en marzo de 1811, de que “la situación en muchas provincias de América era precaria debido al elevado número de esclavos que eran introducidos, llamando con ello la atención sobre el desequilibrio social y racial que estaba produciéndose”, según consigna Piqueras. No clamaba por abolir la trata, pues aquel era “un negocio que requiere meditación, pulso y tino” para no dañar los intereses de los dueños de esclavos, pero sí a moderar las introducciones para no seguir contribuyendo al oscurecimiento de la piel de las poblaciones o al levantamiento conjunto, según se deduce de sus alegaciones. Recuérdese que los colonos —tanto franceses como españoles— habían tomado buena nota de lo lejos que podía llegar cualquier revuelta, a partir de la rebelión de esclavos del bosque Caimán, en la colonia Saint Domingue, en agosto de 1791, que sentó las bases para la declaración de independencia de Haití, en 1804.

Nativos con nombre africano

“El mestizaje fue lo que hizo ‘desaparecer’, en un principio, al morador afrodescendiente de la vista de los demás y confundir ese mestizaje con los pueblos originarios para olvidar (o pretenderlo) algo tan vergonzoso como es la esclavización de un humano a otro”, apunta, por su parte, el realizador Pablo César, consultado por correo electrónico.

En realidad, ese mestizaje que contribuyó a aclarar pieles en Sudamérica, también se producía cuando los esclavizados se escapaban de sus patrones y se iban a vivir con los nativos de los pueblos originarios, según se explica en el filme Macongo. Esta convivencia dio lugar a figuras míticas que, en el imaginario popular, trascendieron como indígenas antes que como afrodescendientes; este es el caso del Indio Bamba, como reconocen los historiadores a los que entrevista César en su documental.

Rosa Bravo, a la izquierda, afrodescendiente de Córdoba, y Pablo César, director de 'Macongo: la Córdoba africana'.
Rosa Bravo, a la izquierda, afrodescendiente de Córdoba, y Pablo César, director de ‘Macongo: la Córdoba africana’.FOTO CEDIDA

Todo parece destinado a eliminar la palabra “esclavo” de las conversaciones sobre historia argentina. La única excepción ha sido la caricaturesca negritud de las empleadas domésticas del siglo XIX en los manuales de texto o los actos escolares en los que se representan escenas de los próceres criollos (blancos y formados en Europa). De ahí la afirmación de César, que ha rodado nueve películas en coproducción con países africanos: “Sentí el deber y también la pasión de mostrar todo lo que iba descubriendo acerca del silencio sobre las raíces africanas en mi país”.

A este realizador le preguntamos acerca de lo que más se ignora en lo referente a las personas esclavizadas en el Río de la Plata. Tenemos “una gran deuda con la población africana por el legado artístico, cultural, religioso y educativo; desde el famoso asado, pasando por los diversos géneros musicales como el malambo, la zamba, el chamamé, el candombe rioplatense, el cordobés y el santafesino, hasta el famoso tango (con acento en la ‘o’ final en su versión yoruba). También en el sincretismo religioso” (el de sus espíritus ancestrales con vírgenes y otros santos que adoptaron en el nuevo continente). El documentalista recuerda que el virrey Francisco J de Elío llegó a “prohibir ‘los tangos de los negros’ (mixtura entre la habanera y el candombe), en el Montevideo de principios del siglo XIX”.

Los africanos que vivían en aquella sociedad colonial eran también los constructores de las ciudades y algunos de sus descendientes habrían llegado a ser importantes figuras de la política, como lo constatan los motes de algunos de ellos, como aquel ‘Doctor Chocolate’ con que los opositores nombraban a Bernardino Rivadavia, primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en 1826. “Tenemos próceres afro que fueron tamizados por el escáner blanqueador de quienes escribieron la historia, incluyendo al padre de la educación argentina, Domingo Faustino Sarmiento (cuyo apellido materno era Al Bin Racin, claramente morisco y convertido en Albarracín), o Cayetano Silva, compositor de la Marcha de San Lorenzo, a quien no quisieron enterrar en el cementerio policial ‘por ser negro”, sostiene el director. El dato curioso es que Argentina obsequió esa marcha militar a Alemania y luego esta fue parte de la banda musical que acompañó la entrada de las tropas nazis a París, en 1940.

Las estancias de la Compañía de Jesús

Los funcionarios de la corona española solían llegar a sus nuevas responsabilidades en los virreinatos con personas esclavizadas a su servicio. Lo sabemos por documentación de los siglos XVII y XVIII que ha llegado a nuestros días. Pero, ¿de dónde partían las grandes remesas de seres humanos? “Una minoría vino con sus amos porque, hacia el siglo XVI, ya había en la península Ibérica una población de unos 100.000 africanos esclavizados, según consta en la investigación del historiador español Jesús Cosano Prieto, pero durante los siguientes 350 años el transporte fue directo desde África hacia América del Sur, especialmente desde Luanda (Angola), algunos con escala en Brasil, en un negocio monopolizado inicialmente por portugueses”, apunta César. Desde Cádiz y Sevilla también se gestionaban cargamentos.

En cuanto a los circuitos y los destinos, el director de Macongorecomienda detenerse “en el capítulo La Trata Atlántica del libro África en Córdoba del historiador argentino Marcos Carrizo”. Indica, además, que “las órdenes religiosas como la de la Compañía de Jesús y los franciscanos establecieron centros de producción económica en las estancias que ellos gestionaban, como La Candelaria, de donde surge la conmovedora historia del niño esclavo Dionisio, relatado en el filme por la investigadora Josefina Piana”, que introduce el tema de los precios de las personas, según estuvieran o no lesionadas, o se comerciaran individualmente o por unidad familiar.

“Los jesuitas fueron la mayor empresa esclavista de Sudamérica” en el siglo XVIII, asevera, por su parte, Carlos Ferreyra, director de la Estancia de Jesús María del Museo Jesuítico Nacional, quien señala que “no hay esclavitud buena”, aunque en Argentina se oiga aquello de que en su suelo no se trataba a los africanos como en las plantaciones de Haití o de Brasil.

Sin lugar para la “comodidad moral”, en las palabras de Ferreyra, la película intenta recuperar —a través de testimonios de gestores actuales de los espacios que sirvieron a las misiones jesuíticas y de personas afrodescendientes— la vida cotidiana en aquellas fincas que fueron instituciones de evangelización y de producción agrícola. De hecho, en esos parajes, la producción no se detuvo con la expulsión de la orden de los jesuitas, hacia 1770, ya que de su administración se hizo cargo la Real Junta de Temporalidades.

En dicho traspaso, así como en las ventas o remates posteriores de las propiedades, los inventarios incluían a los esclavos. Los sitios no olvidan: en esa región cordobesa rodeada de montañas, aún hoy, la mano de obra rural está a cargo de afrodescendientes, aunque algunos de los entrevistados reconocen que en sus familias se esquiva cuidadosamente la palabra “esclavo”. Tanto como se eludía nombrarlos en los censos poblacionales de aquel Estado joven que era Argentina a finales del XIX.

En Buenos Aires, “el tráfico de esclavos tuvo su punto neurálgico en terrenos de la actual estación de tren de Retiro, donde permanecían los africanos recién llegados hasta ser derivados con sus nuevos amos”, reseña Pablo César. A algo más de 700 kilómetros de allí, las sierras de Córdoba, altas y poco accesibles, fueron el refugio final de los desertores, los libertos (hijos de madres esclavizadas) y los cimarrones que huían de sus patrones para esconderse eternamente en sus quebradas.

Quienes sobrevivieron a la esclavitud, tras su abolición, en esas tierras del sur, nutrieron las primeras líneas de los ejércitos, como escudos humanos de guerras como la de la Triple Alianza (1864-1870), entre Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay. A pesar de tanta muerte injusta, el sueño de la blanquitud nunca se cumplió en América del Sur, por lo que la memoria sigue abriéndose paso en la piel de los argentinos.

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