Por Óscar Domínguez G.
Tal vez la cuota inicial del drama de Romeo y Julieta, de Shakespeare, haya que rastrearlo en la leyenda del maina, el pájaro sabio y misterioso como un gurú de esos que se alimentan de teología, aire sin usar, espiritualidad y viento raspao de los Himalayas.
La leyenda es ésta: una vez en la India se enamoró una pareja. Pero los padres de los amantes les prohibieron que se vieran. Fue cuando apareció un maina que conoció la historia en un suspiro de la frágil novia que llegó hasta sus oídos.
El ave se impuso este modus ‘camellandi’: hablaba con el enamorado y después, en la propia voz de éste, transmitía los mensajes a la novia, con pelos y señales.
Luego hacía las cosas al revés. Pero en la voz de ella, con pucheros y suspiros incluídos.
Al pájaro maina le quedó gustando esa capacidad de imitar voces nacida de una tusa de amor y decidió incorporar esa habilidad a sus genes. Los novios nunca se casaron, no comieron perdices, pero fueron felices a distancia.
El maina es como una mirla pero con telepronter: voz que oye, voz que imita. No es como el loro que siempre es la misma cantaleta. El maina toma la voz de la garqanta que lo contiene.
Su traje de plumas es de un color que envidiaría una desnutrida modelo de Mary Quant, la creadora de la minifalda, recientemente fallecida: el maina es de negro azulado, un color de vestido que lo mismo le sirve para ir a un matrimonio que a un entierro de primera. En esto no se diferencian de los bípedos implumes que hacemos lo mismo.
Parece que nuestro personaje alado se hubiera leído las obras completas de Carreño, el de la Urbanidad: se baña todos los días y se pone de mal genio cuando el agua de su jaula está sucia.
A sus dueños les ahorra costosas idas a la ópera. Canta como un Plácido Dominguez, perdón, Domingo, con plumas y por la noche adquiere complejo de Borges: se va a dormir a la biblioteca, después de oír la música de Bach que le ponen Carlos Martínez Terrova y su esposa María, a quienes apenas ahora les presento.
El dueto español vive en el madrileño barrio de Salamanca, según el relato que hizo en el diario El País la colega Rosita López, en cuya crónica me apoyo para garrapatear estas líneas.
Este maina es mismo el pájaro que un buen día decidió adoptar la libertad por jaula y en un descuido de Carlos y María escapó de su prisión a rayas y escapó a andar el mundo y a buscar a quién imitar.
Producida la fuga, el dueto madrileño improvisó un bloque en búsqueda de la espléndida voz de maina, de la especie de los estorninos .
Los atribulados padres putativos de maina llenaron las calles de carteles con avisos como éste: Se busca pájaro: Si usted le habla le responde con su nombre, así: «Hola, Maina».
Cualquier día, en el mismo barrio de Salamanca, un matrimonio acompañado de su nieta daba de comer maíz pira a unas palomitas que se cansaron de buscar la paz en Colombia.
De pronto, un intruso con plumas se suma al banquete. Con toda confianza se posa encima de la cabeza de la nieta de nueve años.
«Mira qué pajarito», exclama la niña a la que llamaremos Sonsoles. De inmediato, el pájaro le revira en el mejor español de Cervantes: «Hola Maina».
El terceto se quedó como las célebres casas de Belisario: de una sola pieza, oyendo cómo un pájaro hablaba imitando la voz de la niña, como si hablara desde su garganta.
Pronto, las partes hicieron migas. Y Maina adoptó pronto a sus nuevas mascotas.
Pero la bueno no dura: a la pareja le había dado en su juventud por aprender a leer. Y eso los perjudicó: leyeron uno de los famosos carteles puestos por los originales dueños de Maina, Carlos y María. y se enteraron que la buscaban.
Lo demás fue pura carpintería como dicen los pájaros carpinteros, colegas de San José. Llamaron a Carlos y a María, les hablaron del ave que regresó con sus bípedos originales a su refugio en el barrio Salamanca. Y la jaula dejó de extrañar a su vieja inquilina
Maina, la leyenda que vino del Himalaya, Sri Lanka, Ceilán, luce ahora el traje a rayas de una jaula que no le sale mucho con sus ansias de libertad. Ni con su condición de coleccionista de voces, su mejor alimento. O pienso. Luego imita.