Recorderis por Gardel

Carlos Gardel. La leyenda del tango

 No, no tengo pedazos del avión en que se accidentó Gardel  el 24 de junio del 35; tampoco dejé lápida en su mausoleo del Cementerio de la Chacarita, pero allá estuve; también estuve una noche en Esquina Gardel, en Buenos Aires, oyendo milongas. Y fui pato en otra velada tanguera con … hermanitas de La Presentación, en Envigado. Saludos mil

Por Óscar Domínguez G.

En La Chacarita, con Gardel (De mi “Diario de Buenos Aires”) 

El turno es para el cementerio de La Chacarita. Un apeleado tren nos lleva por 180 centavos a nuestro fúnebre destino.

Llegamos al mausoleo donde Carlitos Gardel nos espera, sonriente, desde su eternidad de bronce.  “¡Qué solos se quedan los muertos!”. Sobre todo los lunes, como hoy.  

En su mausoleo esquinero, el Morocho del Abasto está íngrimo solo. Mejor, así lo tendremos para nosotros no más. Lamentamos que la tumba de Evita Perón sea más taquillera que Gardel. “Debe ser por el día”, comentamos en voz alta, para “información”  y desagravio del cantor cuya nacencia reclama tímidamente Uruguay. Francia no entra en la pelea. Tienen su propio Gardel: Edith Piaf. 

No le falta a Carlitos su cigarrillo sin prender entre los dedos.  Tiene otro, fumado ya por el viento. Placas de admiradores suyos, muchos de Medellín, como los hermanos Tobón, le dan gracias por su arte. A estos agradecimientos, sumamos los nuestros. Somos de la tierra donde tuvo la coquetería de morir. Es una lícita forma de hermanarnos. “Igualado”, me dirá el Zorzal desde su sitio más allá de las estrellas. 

Para un devoto del tango como el suscrito, visitar el mausoleo de Gardel es como visitar  Muro de las Lamentaciones para los de las tribus de Abraham y de Jesús. Los malevos del viejo Guayaquil o de Manrique deben estar celosos, envidiosos. Donde me vean, me sacan puñaleta. Como no hay música, intento tararear alguno de sus tangos. Arranco con “El día que me quieras”. (En el Mausoleo, deberían programar conciertos grabados en la voz del Zorzal. De nada por la idea). 

El parsimonioso reloj se aproxima a las cinco en punto de la tarde, hora en que los muertos de La Chacarita se van a dormir dentro de su sueño eterno. Muchos colegas de Beppo, el gato de Borges, “blanco y célibe”, ronronean por la fúnebre pasarela. 

Como en Manrique, el barrio gardeliano de Medellín, en el cementerio de La Chacarita todos los días es 24 de junio y 11 de diciembre, días de la muerte y nacimiento de Gardel, a quien le damos la despedida.  

ESQUINA GARDEL 

Subimos al bus y de entrada “olemos” que hay mayoría europea.  Nos recibe el golpe de ala, el sobaco huérfano de jabón, agua y desodorante. Nuestros primermundistas compañeros dirán que el agua es para regar las flores. 

Instalados en la Esquina Gardel, en El Abasto, separan las parejas. Marido y mujer, fugazmente divorciados, nos colocamos frente a frente. No me tocó al lado ningún príncipe en decadencia. Tampoco me acompaña una actriz del cine porno en servicio activo.  

A mi diestra mano, se “parquea” un ruso posperestroiko.  A la siniestra, un gringo descomunal de Nebraska, casado con una mexicana diminuta, Evelinda. Con Mr. Richard me entiendo a punta de solitarios infinitivos suyos  y de signos manuales míos. ¡Qué exquisito inglés hablan mis dedos!  

Antes de ordenar la “cena”  nos invitan a tomarnos fotos con las bailarinas. Vemos lo que viene (pesos por posar) y nos negamos. Las bellas nos desarman con  sonrisas y el mazamorreo de  caderas.  

Los platos tienen nombres de tangos de Gardel. Mi señora se decidió por “Tomo y obligo”: Un salmón que no era tal. Salmón que se respete debe nadar contra la corriente y ser de color salmón. Éste era blanco. “Es un salmón enrazado en sierra”, comenta mi “dulce enemiga”. 

Le metieron gato por liebre. Se lo hizo saber al mesero. El hombre  se quejó  del “conejo” gastronómico ante el chef. Segundos después trajo la sentencia inapelable: el salmón es salmón del océano Atlántico. Chef locuta…  

Ordeno “Mano a mano” (empanadas), de entrada, y de plato fuerte, “Por una cabeza” (matambre de cerdo). De postre, “Anclao en París”. 

La función se ha iniciado con  videos que recorren la historia del tango. Gardel monopoliza las imágenes. “Anclao” en  gallinero, me toca mirar el show de lado. Termino la velada con tortícolis, a punto de estrenar mi Assist-Card. 

El hollywoodesco espectáculo nos roba aplausos para diestros bailarines, cantantes que se creen reencarnaciones de Edmundo Rivero, y una orquesta en la que “sollozan” dos bandoneones.  

El pianista nos hace recordar a Rodolfo Biaggi, “Manos Brujas”. Una bella porteña, con “voz de sombra”, nos alebresta con  “Malena”.  

El cantante líder es un plagio al carbón de Carlitos Gardel. Luce traje negro impecable, sombrero gardeliano, despectiva forma de mirar – la misma de agarrar el cigarrillo- y pelo engominado, tieso como mano de santo. Mejor dicho a lo Humphrey Bogart. 

También el tango es eterno, mientras dura. Terminada la función regresamos a nuestra olorosa ONU, el bus, que  nos devuelve  al cambuche. Dormidos, Morfeo nos sorprende con serenata:  “Mi Buenos Aires querido…”. 

(El diario completo de la visita a Buenos Aires está disponible  en http://www.oscardominguezgiraldo.com/?p=3767)  

Gardel en La Presentación de Envigado 

Hombre, Mario Vélez, tremenda fiesta que se fajaron en homenaje a Gardel-Le Pera en los ochenta y pico de años de haber sido recogidos por el silencio como decía González, el Brujo de Otraparte.  

No conocía el teatro de La Presentación, de Envigado, donde en la década del cuarenta estudió Mercedes Barcha, la esposa del Nobel García Márquez.  

¿Y qué tal la presencia de la monjitas, cuyas antecesoras eran bien distintas a las actuales? Las hermanas de antes, que lucían una amedrentadora corneta, educaban a las mujeres, llamadas entonces «capullos de azucena», incluidas mis hermanas. 

Como el mejor aperitivo son las ganas, los novios de entonces tenían que casarse porque de resto no bajaban bandera, sexualmente hablando. 

Claro que tu colectivo de coleccionistas de música del antier que intervino en la velada, se casó con la tesis de la nacionalidad francesa de Carlitos. Yo soy de la tesis uruguaya que defendían duchos como don Ricardo Ostuni, argentino, che, como sabés. Tengo otra tesis, esa sí, mía nada más: si uno es de donde lo quieren y de donde se muere, Carlitos (¿¡) es del barrio Manrique. Allí, en plena 45, tiene monumento propio y en las escaleras que van pa’l cielo está escrito el tango Volver (fotos) 

Felicitaciones para todo el contingente que estuvo contigo al lado en la fiesta. El presentador se fajó. Quedamos con ganas de más. Pero es mejor tener ganas que quitarlas decía una vendedora de frutas de Envigado de los tiempos en que éramos estudiantes de bachillerato de La Salle.  

Hubo lleno hasta debajo de los ceniceros para despachar semejante menú tanguero. Menos mal la administración municipal se metió la mano a dril porque no creo que con la venta de alfombras de tu empresa y la pensión del sonsoneño Hugo Álvarez, se pueda pagar semejante nómina de artistas. 

Tangovia, Medellín

Incluidos los bailarines Luisa Fernanda y Mauricio. Muy buena la pinta que llevabas, hombre Mario. Hiciste quedar bien a la promoción del 64 de La Salle. Yo me iba a aparecer con un sombrero aguadeño gardeliano negro, herencia de un pariente, pero finalmente fui disfrazado de mí mismo. 

El sombrero que llevabas te hizo aparecer unos centímetros más bajito pero no se trataba de conseguir novia sino de sacar adelante el homenaje. El sonsoneño Hugo Álvarez, quien hace tiempos se pasó a vivir debajo de un sombrero, si se veía en su salsa con uno de los 499 sombreros de su colección. Pero dejó a María Isabel, su mujer, en casa, contestando el teléfono. ¡Estos hombres!  

Una protesta, amigo Mario: en la representación teatral que hicieron me habría gustado hacer el papel del muchacho vendedor del periódico con la noticia de la muerte de Carlitos y su combo. Habría podido sacar a relucir mi condición de voceador periódicos en mi infancia en La Estrella. Pero, bueno, el pibe lo hizo bien.  

Durante el acto, hice amigo de 80 años, don Alberto, un hombre que vino de Concordia. Estaba feliz como un corrupto con la casa por cárcel. Aunque la comparación ofende porque se ve que es un hombre limpio, como un vaso de agua. Me dijo el viejo soldado de la patria, ya pensionado: «Me gusta más el tango que la comida». Y me dio cartilla a lo largo de la tenida. «Escuche ese tango en la voz de… pero también lo canta tal con la orquesta de…». Y así. 

También me vi con algunos de la vieja guardia, incluidos Jairo Morales, Emiro Díaz, el Einstein envigadeño, Jorge Tulio, Hugo Atehortúa, Gonzalo Uribe. «Cómo nos cambia la vida, tomá ese espejo, mirá», como dice Larroca. Apenas tuvimos tiempo de leernos el código de barras o arrugas encima del labio superior que llaman. Se notó la ausencia de Ramiro Parra, Guillermo Ochoa y señoras. Hasta la próxima, Mario Vélez, así aparezcas con o sin sombrero. domínguezg  

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