Julio César Londoño
Colombia, qué pena, es mafiosa desde chiquita. Consigno aquí algunas perlas.
Entre los años 49 y 53, el país fue un paraíso fiscal del fútbol, el primer mercado negro de jugadores del mundo. Vinieron grandes figuras del fútbol suramericano, hasta el mismísimo Di Stéfano, y brilló aquí lo que se llamó El Dorado.
El gobierno de López Michelsen (74-78) abrió en el Banco de la República «la ventanilla siniestra». Allí le recibían al ciudadano tulas de dólares sin hacer preguntas indiscretas. Todobien, papi.
Los caricaturistas de la revista Alternativa dibujaban al presidente Turbay Ayala (78-82) como un gánster de Chicago: panza, chaleco, corbatín, sombrero y gafas oscuras. Sí, era una revista de izquierda, pero muy profesional. La escribían Enrique Santos, Antonio Caballero, Gabo, Orlando Fals…
El Dorado II tuvo lugar en los años 80 y fue obra de los carteles de Cali y Medellín, exportadores pujantes que convirtieron a América y Nacional en clubes grandes en el concierto suramericano. La Selección Colombia dejó de ser el «tronco» de la región y hoy juega de tú a tú con los pentacampeones del mundo.
También fue en los 80 cuando la Federación de Ganaderos, el Ejército, los narcos y otros sectores del establecimiento colombiano inventaron, angustiados por la inseguridad en el campo, la primera ola paramilitar.
Dicen los maledicentes que los millones del Cartel de Cali pusieron presidente en el 94, y que los millones y las armas paramilitares pusieron el primer presidente de este siglo. Está bien. Muchas personas se escandalizan, pero yo encuentro justo que los sectores importantes del establecimiento pongan un hombre de confianza en la Casa de Nariño. Faltaba más. Poner poetas allí es fatal, como lo demostró Belisario, y poner guerrilleros del M-19 es peligroso porque les queda muy cerca el Palacio de Justicia.
Cada que el establecimiento colombiano quiere combatir el crimen, contrata criminales. Cuando en los años 80, Pablo Escobar, Carlos Lehder, los hermanos Ochoa, los ganaderos, las petroleras y las multinacionales fueron extorsionados y secuestrados por las guerrillas, inventaron el MAS, Muerte A Secuestradores.
Cuando la Unión Patriótica tomó fuerza como partido político, el Estado les tiró encima un enjambre de sicarios que mató tres mil miembros en los años 80 y 90, como lo reconoció el presidente Santos en 2016.
En 1993, Pablo Escobar se puso muy aletoso y fue dado de baja por una manguala variopinta, los Pepes, «Perseguidos Por Pablo»: exsocios suyos + paracos + Estado + USA + Cartel de Cali.
A principios de este siglo, las FARC alcanzaron su pico de poder. Le habían dado duros golpes al Ejército durante la administración Samper, el presidente de la bolsa de Nueva York había visitado a Tirofijo en su campamento y las FARC controlaban casi 300 municipios, la tercera parte del país. Entonces el establecimiento armó la segunda ola paramilitar, un ejército antiguerrilla recargado: cuellos blancos, cuellos negros, miles de mercenarios y miles de millones de pesos.*
Estos paras de segunda generación le dieron buenos golpes a la guerrilla y cobraron duro: despojaron diez millones de hectáreas, 209 veces el área urbana de Bogotá, y se quedaron para siempre con una suculenta tajada del poder político nacional.
Desde mi corazoncito mamerto reconozco que el Pacto Histórico no es una pera en dulce moralmente hablando. Pero que un establecimiento con semejante prontuario pretenda juzgar al presidente de la República y lo llame mafioso es el colmo del cinismo.