Política descolocada y oposición sin fondo

La oposición grita pero no legisla en el Congreso. Foto El Espectador

Cecilia Orozco Tascón

Ahora que la oposición política colombiana, consuetudinariamente ubicada en la izquierda, gobierna, y que los partidos tradicionales, acostumbrados a dominar las esferas oficiales, constituyen la oposición, todos los protagonistas del quehacer público parecen descolocados. Los primeros intentan, aun después de un año largo y desorientado, tomar el control del poder que, no obstante el mazo presidencial, todavía manejan los segundos a través de sus voceros en juntas directivas, sus funcionarios en cargos decisivos y sus representantes en la Rama Legislativa. Y los opositores actuales, habituados a que el país se enrute por donde a ellos les entre en gana, tratan de aprender cómo impedir que el lejano administrador de la Casa de Nariño adelante unos programas que van en contravía del statu quo. Como nadie parece saber en dónde está parado, el debate público pasa por una etapa de aridez intelectual devastadora, puesto que liquida la posibilidad de que los ciudadanos tomemos posiciones informadas sobre asuntos que afectarán nuestro futuro y el de nuestros hijos, como el derecho a contar con sistemas eficientes en materia de salud, trabajo y pensiones: casi nada. El Gobierno, por serlo, tiene mil ojos encima para vigilarlo como corresponde en las democracias, no solo en el Congreso sino en la implacable opinión. La oposición, en cambio, viene gozando de cierta inmunidad ante los críticos, incluso ante columnistas, periodistas y medios. Pero no debe ser así porque quienes la ejercen, por haber sido elegidos para ser la voz de otros, se obligan a responder ante la gente que votó por ellos y ante los demás, que les pagamos sus privilegios.

Una mirada a los opositores senadores y representantes del uribismo —en número superior a los del mero Centro Democrático pues otros parlamentarios sin brillo ni futuro se han arrimado a ese árbol que buena sombra les proporciona—, más los de Cambio Radical, la U, algunos liberales y unos más, vergonzantes de sus banderas verdes, deja muy mala impresión sobre las calidades de su oficio. Es necesario decirlo sin adornos: el Congreso de hoy no lograría pasar las pruebas Saber del ICFES con que se mide el nivel de educación media. ¿Ustedes han escuchado, aun cuando sea, los ecos de algún debate en el Senado o en la Cámara que trascienda la furrusca interna del Capitolio? ¿Han visto, leído o tenido noticia de investigaciones estudiadas por el ocupante de una curul en que se destapen hechos graves? ¿Han conocido, por casualidad, un discurso con fondo, sobre los errores o los aciertos contenidos en las reformas propuestas, aparte del alarido, del grito, del insulto? ¿Ha habido una sesión en que se descubran faltas graves a la moralidad pública? Nada. Cero. No existen opositores destacados por sus denuncias. Solo expanden odio y mucha ignorancia.

Pasaron a la historia los debates que sacudieron al país de los senadores Petro, Iván Cepeda, Carlos Gaviria, por ejemplo, sobre la conjunción maligna entre narcoparamilitares y políticos tradicionales; las discusiones en defensa de las creencias conservadoras de un Gerlein o de un Vargas Lleras, con todo y su clientelismo corruptor; la exposición ardorosa de ideas liberales de centroizquierda de la anterior Piedad Córdoba, Cecilia López u Horacio Serpa; la creación y discusión de leyes fundamentales como la de víctimas, de Cristo Bustos. Miles de electores votamos en 2022 bajo la creencia de que personas jóvenes y nuevas en política serían mejores que los caciques y que, con ellos, lograríamos conformar un Congreso moderno y eficaz. Error: la juventud y la novedad no constituyen por sí mismas garantía de correcta fiscalización social. Por el contrario, el tiempo y los hechos nos han demostrado que, aprovechando ese perfil, se camuflaron unos y unas oportunistas que buscaban “colocación” con buena paga, vehículo y subalternos, fama, popularidad, cuarto de hora de gloria. Todo, menos ejercicio calificado de la función pública. Elegimos a unos influencers que se preocupan por la belleza de su apariencia, por su vestimenta, sus videos en TikTok, sus viajes, sus vulgaridades en redes: a ellos no les interesa enterarse, investigar, descubrir. Una vergüenza. Ahora bien, no es sano generalizar. Uno que otro saca la cara aunque no son muchos. Nos equivocamos otra vez.

Entre paréntesis: El bajo nivel en el debate parlamentario no afecta a un solo sector. Esta semana, el representante del Pacto Histórico, Alejandro Ocampo, creyó que se inmortalizaba si subía a las redes un video en que ofrecía aparatos sexuales al opositor Polo, un ser tan vulgar y repulsivo como el agresor del Pacto. Parece que se rebosan las alcantarillas del Capitolio.

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