Por Óscar Domínguez Giraldo
LA CONFESIÓN DE JUDAS
– ¿Judas, cómo le va en su eternidad?
– Señor Judas, porque todo ha subido. En cuanto a lo que llamamos eternidad, es más de lo mismo per sécula seculorum. Sigo pensando con Borges que el cielo es demasiado premio y el infierno demasiado castigo. Siguiente pregunta.
– ¿Quién lo puso Judas?
– De pronto mi papá que era tan célebre me afrijoló ese nombre para que me ganara algún concurso de los sin tocayo en Judea, donde vivíamos. A mi mamá jamás le sonó ese nombre. No rimaba con nada.
– Supongo que se ganó el concurso ese. En ningún directorio telefónico
aparece un Judas o un Iscariote ni para remedio. El solo nombre suyo asusta…
– Uno se parece a su nombre. No soy la excepción. ¿Qué tal llamándome Enrique Omar u Óscar Héctor como cualquier jugador de fútbol argentino?
– ¿Usted de dónde era?
– Yo no nací, a mí me fundaron. Me llamo Judas e Iscariote es mi
sobrenombre. Significa algo así como «el hombre de Queriyyot» que era una aldea de Judea donde me reclutó Jesús para su tribu de pescadores. Al contrario de Mafalda, me tomaba la sopita, o sea, era buena persona. Tiraba el anzuelo y los peces picaban enseguida. Como ve, a falta de biógrafo certero – le confieso que me gustaría Stefan Zweig, así se haya tirado en Fouché, santo patrono de los traidores-, me toca hablar bien de mí mismo. Apenas ahora estoy entendiendo que si uno no escribe la historia, se la escriben.
– ¿Su madre qué decía de usted?
– Me quitó el saludo y la mirada durante un buen tiempo. Después me perdonó. Mamá es mamá aquí y en Cafarnaún. Era bella como un atardecer. Como un arcoiris. Hacía unos dulces de dátiles de chuparse los dedos. “Estoy segura de que mi hijo no traicionó a nadie porque amaba a los hombres de su raza…”, dijo por boca de Jalil Gibrán, el poeta del Líbano. Agregó mamá: “Era un hijo muy cariñoso; también era el único. Bebió la vida en este seno ya seco. Ensayó sus primeros pasos en este jardín, agarrado siempre a estas hoy temblorosas manos que en aquellos tiempos eran más frescas que las uvas del Líbano”. Mami, gracias.
– ¿No se arrepiente de lo que hizo?
– Esa es la pregunta del millón de talentos. Mi actuación estaba cantada por los profetas. Jesús también la anunció varias veces. Es más: en un libro que dizque escribí Jesús reinvidica mi nombre. Pero después de ojo afuera no vale Santa Lucía. Sobre el papel, yo era dueño de mi libre albedrío. Pero descubrí que libre albedrío es hacer lo que a uno le dictan. Las profecías conspiraban contra mí. Y escrito está: profecía mata albedrío.
– ¿Y cómo redondeó la entrega?
– Elemental, querido Watson de tierra fría: los escribas y fariseos, como quien dice la oposición de entonces, eran unos tipos más malos que la comida de la cárcel. Pues bien: preocupados por el protagonismo de Jesús, me dañaron el cerebro con algunas monedas de plata que hoy no alcanzarían ni para ir a vespertina o pagar un parqueadero. Yo le conocía todos los metederos al Maestro. Cuando se perdía sabía dónde encontrarlo. El resto fue obra de carpintería.
– ¿Amó usted alguna vez?
– Yo nací sin capacidad de sonreír, y un hombre que no sonríe, no ama. El hombre que no ríe es capaz de matar a la mamá, dijo san Isidoro de Sevilla, un santo más raro que un elefante a cuadros. Tenía razón el viejo “Isi” y le sobraba para hacer milagros. La ausencia de sonrisa fue un inri demasiado tenaz que me tocó vivir. ¿Cómo enamorar así a una muchacha? Si jamás sonreí, como Aleida, la de Vladdo, menos podría ser feliz. ¿No ve que hasta los pintores me plasman en los cuadros con una pinta de fabricante de horcas hasta rara? Y siempre regando el vino, cuando lo cierto es que yo prefería bebérmelo. También despachaba el vino de algunos discípulos zanahorios que se anticiparon a los alcohólicos anónimos. Con razón dice el salmista (104, 13) que el vino “alegra el corazón del hombre”. Mi suerte no se la deseo ni a mi peor amigo. Hasta en la película de Gibson quedo pagando esconderos a peso. En esa cinta tengo la cara que querría para alguno de mis enemigos. O para algún político corrupto.
– Se sintió bien interpretado por Gibson?
– Callo, luego existo. Además, el derecho al pataleo no serviría de nada.
– ¿Algún aporte suyo a la humanidad?
– Ingresé al diccionario con el incómodo sinónimo de traidor. ¿Le
parece poco? Además, judas también se llama un gusano de seda que se
engancha al subir al embojo y que muere colgado al hacer su capullo.
Yo también morí colgado pero con hache intermedia, o sea (auto)ahorcado.
Mateo, mi colega apóstol, lo cuenta así en su evangelio: «Y arrojando
las monedas de plata en el templo, se retiró, se fue y se ahorcó».
Judas, para acabar de completar, es un muñeco de paja que colocan en
algunas partes durante la Semana Santa para quemarlo. Protesto porque
yo también tengo mi corazoncito.
– ¿Algún amigo?
– “Mis amigos, no hay amigos”. Corrijo: de pronto Martín Scorsese, el director de cine italiano que me pone de amigo de Jesús en su película La tentación de Cristo, que casi no dejan ver en Colombia. Scorsese sí sabía dónde ponían las garzas. Está capando premio Oscar a su vida y obra. Han debido otorgárselo este año. Judas propone y Hollywood dispone. También me trama el griego Nikos Kazantzakis quien en su novela La última tentación me ve como un revolucionario. Le agradezco el detalle, aunque por hablar bellezas de mí le enmochilaron el Nobel de Literatura. Muchos se han inspirado en mi tragedia. Ojalá pongan en la radio un Oratorio que me compuso el checo Frantisek Xaver Brixi.
– ¿Lo que más le dolió de todo?
– La hermosa frase que me lanzó Jesús después de decirme «amigo»,
en el huerto de Getsemaní: «¿Judas, con un beso entregas al hijo del Hombre?”. Fue lo más bello y demoledor que escuché en vida. Me volvió hilachas el alma. Confieso que me todavía duele en cantidades haber recurrido a un rito tan bello como el del beso para entregar a mi Maestro. Pero como dice el tango, “un tropezón cualquiera da en la vida”.
– Ni modo de negar que fue usted el de la traición. Todos los
evangelistas lo pillaron…
– También a Pedro lo pillaron negando al Maestro, antes de que el gallo cantara tres veces. Jesús tuvo que caminar sobre las aguas para convencer a Pedro quien nos decía después del cuarto vinillo: “Cómo creer en un tipo que ni siquiera sabe nadar y prefiere caminar sobre las aguas?”. Además, Pedro, muy escamoso él, se quedaba dormido en todas partes. Pero a él la historia lo absolvió. No podía caminar y respirar al mismo tiempo, como el presidente Bush. Pero tenía más palancas políticas que uno del petrismo. La historia se repite porque carece de imaginación, le oí decir a uno de los escribas que me sobornó. Claro que ellos tiraron la piedra y escondieron la mano. “Yo a vos no te conozco”, me dijeron cuando les pedí ayuda después de que crucificaron a Jesús.
– ¿Se llevó bien con alguno de los apóstoles?
– Todos me tenían bronca. Cuando proponía echar una canita al
aire, jugar tute o dado, salir con alguna nazarena volantona, me escurrían el bulto. Sólo les gustaba pescar, pescar y pescar, dormir, dormir y dormir.
– ¿De los cuatro evangelistas cuál le dio más duró a usted?
– Soy respetuoso de la libertad de expresión. Ellos hicieron lo suyo y yo el mandado que me pusieron a hacer. Juan se las daba de que andaba bien dateado. No quebraba un plato. Era lo que podría llamarse un tipazo. Tenía en Jesús su Garganta Profunda, como les dicen los gringos a sus fuentes de alta fidelidad. Tenía vara con el “hijo del hombre”. Por eso su Evangelio es más sustancioso que el que escribieron los demás. Un poco enredado para mis entendederas. En Juan está toda la película. Bueno, hasta ahora que está que dizque aparece mi propia versión.
– ¿Cómo dijo que dijo?
– Léase lo que publicó una vez la revista Semana que fusiló una noticia de la National Geographic en su canal de televisión. Le resumo porque le veo pinta de perezoso: Está que sale el Evangelio de Judas, de apenas 26 páginas sobre un papiro al que ahora le están dando plena autenticidad. Queda claro que yo no era ningún ogro. Me tocó hacer el trabajo sucio, y aguantarme toda la varilla que me han dado. Ya verán cómo salgo reivindicado como el apóstol preferido de Jesús. Aunque repito, no recuerdo cuándo escribí ese Evangelio. A mí que me esculquen.
– ¿Usted dónde anda ahora?
– He caminado más que un secuestrado de las FARC. Pero me salvé a último momento. Dios que es grande – medía uno con noventa- me perdonó. Por eso creo que, al final, Chucho, como lo decían sus compañeritos de la escuela, me aceptó como su amigo. Era un man chévere. No como reporteros como usted. Me asomé al alma suya y me asusté.
– Creo no le quito más tiempo, señor Judas.
– Abro el paraguas y me voy con mi cruz a otra parte… Cambio y fuera. (Entrevista pasada por latonería y pintura).