Por Jaime Burgos Martínez*
En estos días, cuando me desplazaba por la red informática mundial encontré, por puro azar, una síntesis de instrucción ciudadana, que data de 1926, titulada la Cartilla cívica o catecismo del ciudadano para uso de las escuelas y colegios en Colombia, con el propósito de que «el niño concrete sus ideas a los puntos esenciales y fundamentales en la vida del ciudadano y a los conocimientos primordiales indispensables en las relaciones y actividades de la vida cuotidiana en la sociedad».
Lástima —pensé— que en el país ya no se enseña en los colegios educación cívica, sino la Constitución Política, ya que en ella también se instruía, además de patriotismo, respeto y buenos hábitos (virtudes cívicas), sobre fundamentos morales que guían el comportamiento personal. Es decir, los miembros de una comunidad se sujetan a principios, normas o valores establecidos socialmente, que cumplen la función de regular las relaciones entre las personas para asegurar determinado orden social. ¿Y si esto no se comunica, cómo se aprende?
En efecto, se ha dicho que la moral forma parte de la vida cotidiana y que ha estado presente en todas las personas y en todas las sociedades, mientras que el reflexionar sobre ella, filosóficamente hablando, es lo que se conoce como ética; y es lo que, aunque parezca inverosímil, puede garantizar el futuro prometedor de una sociedad o un país, y no el desbarajuste que estamos viviendo. Hay una carencia absoluta de valores éticos: «guías o ideales de comportamiento que sirven para orientar la conducta de los seres humanos y señalar los mejores fines que podemos alcanzar. Ayudan a discernir a las personas lo bueno de lo malo, lo socialmente correcto de lo que no lo es(https://www.unir.net/humanidades/revista/valores-eticos/).
Estos valores son los que algunos ciudadanos —llámense particulares, servidores públicos, dirigentes políticos, etc.— olvidan en el ejercicio de sus actividades; pero ellos (los valores) se recuerdan en el momento que se presenta un hecho que causa indignación y gran impacto público, y se dice: ¡qué falta de ética!
Sin embargo, todo es pasajero y se queda en el ámbito de la ética, sin sanciones penales, disciplinarias e, inclusive, sociales, puesto que muchas conductas que implican delitos o reproches disciplinarios o fiscales duermen el sueño de los justos en archivos oficiales, por falta de interés en las correspondientes investigaciones o por una bien pensada y retribuida inhibición. ¡Esa es la realidad del país!, todo lo quieren llevar al terreno de la moral o de la ética, en que no hay sanciones penales o administrativas; pero, en cambio, sí de conciencia, propia de cada persona, y no se dan cuenta de eso.
De tal suerte que todo esto me da grima, cuando pienso que se ignora la moral —y, por supuesto, la ética—, que contribuye a que los actos de los ciudadanos de un país se desenvuelvan convenientemente en beneficio de él, y el ejemplo, desgraciadamente, como pan de cada día, lo ponen los directivos de las distintas entidades públicas con el manejo, entre otros, de la contratación pública al trasladar o asignar, arbitrariamente, recursos del erario a instituciones privadas o públicas, sin ajustarse a los parámetros legales, de las que en un mañana van a formar parte, o la de inventarse reformas y restauraciones en edificios públicos que no se necesitan, con el fin de esquilmar la hacienda pública, y todo queda en el perímetro de la ética por falta de la autoridad sancionadora; por lo que hay que preguntarse: ¿Para qué la ética?
A pesar de ello, comulgo con lo que predica la filosofa española Adela Cortina, en su obra Educación en valores y responsabilidad cívica, en que afirma que los «valores son un componente de la vida humana», pues se entiende que una vida sin ellos, no es vida, salvo, como dice un amigo, que se hubiese causado un trauma (en que se olvida todo y nace la arrogancia) al montarse en una de las camionetas de las que hacen gala los altos funcionarios del Estado, y así la vida no es más que oropel.
*Jaime Burgos Martínez
Abogado, especialista en derechos administrativo y disciplinario.
Bogotá, D. C., septiembre de 2024
Impecable! Artículo como este nos crea la esperanza y la ilusión de que todavía podemos aspirar a construir una mejor sociedad. La moral es el continente, la ética el contenido.