Papás en pocas palabras

Ilustración Picoteando

Con mis desnutridas felicitaciones al gremio de los padres. Con el aporte sustancial de Gloria, aportamos dos hijos a la causa: Andrea y Juan. Desde que están sobre el planeta el mundo es un mejor vividero. Nos lucimos con el par de críos que nos hicieron abuelos de Mateo y Patrick, Sofía Mo e Ilona Lu. od

Por Óscar Domínguez G.

Como el día del padre nos respira en la nunca, recordemos a algunos de ellos:

        Homero Simpson: En lugar de ser el papá de sus hijos, Homero parece el hijo de sus propios hijos. En la historieta, los padres parecen clonados de sus ruidosos muchachos. Los Simpson cambian el respeto a la autoridad por una partida de bolos. Homero es un lapsus en su propia  casa. Podría no existir. Es más importante el pasajero de cualquier bus de Springfield que el pobre hombre. Homero desacreditó el oficio de padre. El gritón Simpson es él y su voz (por lo menos la que lo dobla al español). Para un “lector” en español, no se concibe Homero sin su vozarrón y sin sus quejumbres. Se le reconoce que le haya dado estatus al llanto. Él y su esposa tienen cara, caminado, hablado, angustias de quienes jamás hicieron el amor. Tuvieron sus hijos por correspondencia. La que se cruzaban de novios. El día del padre, Homero maneja el control a distancia del televisor cinco minutos seguidos. Después el aparato vuelve a su legítima dueña y él al anonimato.

Don Quijote de la Mancha: Habría sido el mejor taita del mundo si hubiera recuperado la razón de su sin razón. No sé cómo le habría ido como marido de la sin par Dulcinea del Toboso, su dulce enemiga, destinataria de la más bella carta de amor que nunca llegó a su destino. El cartero – Sancho- nunca llamó ni una sola vez. Claro que a la primera canita de amor al aire con su amada, el “invito vencedor, jamás vencido” habría quedado liquidado.

           Pancho, el marido de Ramona: Nunca tuvo infancia. Pancho y Ramona no se casaron: se fueron a vivir con sus propias monotonías. Pancho recibió la mujer por cárcel. Su mujer también. Lo único rescatable de su  matrimonio son su tabaco y sus fugas al Café de Perico. Si a Pancho nunca le alcanzó para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad. Rosita, hija única, puede ser del matrimonio de algún vecino. Lo cierto es que Rosita no se parece ni a papá ni a mamá. Pancho y Ramona forman la típica pareja que se casa para no caerse de la cama.

           Lorenzo Parachoques, esposo de Pepita: Siempre serán felices  aunque nunca sabrán el porqué. Lorenzo fue flechado por Pepita en una escasez que ‘hubimos’ de machos. Parachoques es de aquellos fulanos que no consiguen mujer, sino al contrario. En matrimonios como éste la mujer saca al marido del olvido. Como en el caso de María y José, padre de Jesús. Parachoques nunca tendrá plata, ni estrés, ni úlcera, ni nada. Si fuera por él se quedaría vivo toda la vida. Una mañana, al despertarse, Pepita le dijo: “Mi amor, soñé que me comprabas un abrigo de visón”. Su respuesta fue contundente: “Sigue soñando a ver si conseguimos con qué pagar ese abrigo”. Y adiós sueños.

           Supermán: Le faltó criptonita sexual para hacer mamá a su novia, la reportera Luisa  Lane, quien nunca escribió una noticia. Con Supermán nació aquello de que si se maneja bien, la mujer tendrá novio para toda la vida. Mister Clark Kent es el típico macho que prefiere trabajar a hacer el amor. Si los ejecutivos de Internet siempre andan en junta, Supermán andaba desfaciendo entuertos, cual Quijote que vuela. La pareja se quedó soltera durante mucho tiempo porque el hombre de acero, una mezcla de Jekill y Mr. Hyde, nunca habría soportado que su Luisa hiciera el amor con su parte perversa. Es la ética de las tiras cómicas. Finalmente decidieron acabar con el amor y se casaron.

           Eneas Flores de Apodaca, simplemente Eneas: es el prototipo de esos mariditos oprimidos que no salen de debajo de la cama «porque aquí se hace lo que yo obedezco». Eneas es de esos que no nació, sino que lo fundaron. Es sospechoso de todo un hombre que conoció el mar, no en compañía de su esposa, sino de Benitín, su íntimo amigo. Cuando vio el mar por primera vez, sólo se le ocurrió decir: Y eso, compadre,  que no se ve sino el agua de encima.

           El Fantasma (por duende que camina): es lo que pudiera llamarse un buen tipo, que es de lo peorcito que le pueden decir a uno. Para acabar con la sospecha de que se extrovertía sexualmente con los enanos de la selva profunda, se dedicó a tener hijos con Diana. Es el precursor de los maridos que ayudan a tender cama, lavan los platos, aspiran, traen la leche, votan, sacan el perro a hacer pipí al parque, recogen la caca,  cambian de pañales. Nunca aparecería en una lista de los que se beben a un traqueto.

                   Don Abundio: Si el voyerismo embarazara sería de esos padres modelo que quieren tanto a sus hijos que a cada uno le tiene mamá distinta. Don Abundio, se dedicó a ver pasar muchachas con el mismo deleite que los filósofos ven pasar entierros, excluído el de ellos. 

           Olafo El Amargado: Nunca será carne de los A.A. (Alcohólicos  Anónimos). El sueco Olafo no se casó con, sino contra Helga. Toda la quincena se le va en trago, lo que no tiene nada de original. Marido que no lo haya hecho que arroje el primer guayabo. Lo raro es que nunca se ha sabido un carajo sobre la educación sexual que le dieron a  su hija Astrid. Y que esto suceda entre suecos es extraño. Bebe cerveza con tanto deleite que su historieta cómica debería tener esta leyenda: el alcohol y Olafo son perjudiciales para la salud.

           Tarzán de los monos: es un papá ecológico que se niega a hacer el tránsito del bejuco al avión. O  siquiera al metro. Es un privilegiado que a toda hora respira aire sin usar. Se tutea con los  pájaros, como el hijo de un  nobel japonés de Literatura. No conoce la ciudad pero tampoco piensa volver a ella. Con Jane, su mujer, comparte hasta la caída de una hoja. Sus hijos podían ser ministros del Medio Ambiente. Familia como la de Tarzán que no tiene que pasar la calle ni hacer fila nunca, permanece unida para siempre.

           Adán: En graciosa reciprocidad divina  por haber sido el primer papá nunca tuvo suegra. En cambio, tampoco tuvo novia, sino mujer de una sola vez. Lo que no deja de ser un inconveniente porque de ciertos matrimonios lo único rescatable es el noviazgo. Pero como el hombre mata lo que más ama, las parejas terminan casándose. Adán fue el Luis XIV de Eva. “El amor soy yo”, le dijo, y poblaron la tierra. Compartían todo, sobre todo una puesta de sol. O la caída de la hoja de parra, que le abrió el apetito a papá Adán. En reciprocidad por haberlo convertido en primer papá, Adán le regaló este epitafio a Eva, según Mark Twain: “Donde quiera que ella estuviera, allí estaba el Edén. (Líneas pasadas por latonería y pintura).

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