Por Óscar Domínguez Giraldo
Por el jurásico correo electrónico me escribe una amiga atea para desearme feliz año, y se despide colgándome el inri de “católico rezandero”. Le escribí estas líneas:
Querida abuela, como recibí este año en modo “paz total”, te cuento que tu sátira pasó por mi hoja de vida sin romperme ni mancharme.
Sin confirmar sí lo digo: Pensando en personas como tú, el español Jardiel Poncela craneó este aforismo: “El ateo cree que él mismo es Dios”.
Confieso que me iba muy bien con la fe del carbonero. No me dolía una muela, teológicamente hablando. Tragaba entero. Se me complicó la vida cuando en un trasteo perdí esa fe. Dios se me convirtió en un lío. Unos días creo, otros no.
Espero que el día de hacer efectivo el seguro exequial me haya despertado creyente. Porque tanto si Dios existe, como si no, de todas formas nos vamos a morir. Dicen. En la única parte donde soy creyente todo el tiempo es en el avión.
Voy a misa porque me gustan el ceremonial, la liturgia (bella palabra), la homilía, la música de Bach que sale del órgano como por entre un tubo. O muchos tuvos. Soy lector de la Biblia y envidio a mis colegas evangelistas que cubrieron la campaña de Jesús quien nunca lagarteó que le destacaron en primera el discurso en tal parte, ojalá con foto a dos columnas.
El incienso y la música gregoriana me producen un no sé qué sí sé dónde. Si sé que en Cafarnaún oficiarán misa en latín, de espaldas al respetable, saco visa para no perdérmela. Por fin coroné la intriga de que me dejaran seguir la misa en la Catedral de Medellín, desde el coro, al lado del organista.
Cuando pasé por el seminario de los agustinos recoletos, pensaba ser papa. No pasé de acólito. Menos mal, con Agustín de Hipona aprendí que el quid no está en tener mucho sino en necesitar poco. Me ahorré el estrés de tener qué conseguir plata.
Dios me perdone, es su oficio, dice un filósofo alemán, pero suelo desertar después de la homilía antes de que pase el señor de la ponchera. Si me agarra antes de abrirme del pache, en la ofrenda no paso de los dos mil por ofrenda…. cuando se me va la mano en generosidad. Como la caridad empieza por casa, suelo gastarme el billete en un señor que veo todos los días en el espejo.
Borges decía que un dolor de muela prueba que Dios no existe. Y cuando el teatrero Fernando Arrabal le preguntó por qué rezaba, le respondió: Porque se lo prometí a mamá.
Abuela, tampoco puedo dejar de ser un católico rezandero porque no quiero defraudar a mi difunta madre. Es en lo único en que me parezco a Borges.
Dejo constancia de que me gustan el Dios relajado de Spinoza, y el Cristo del Corcovado, ícono supremo de Río de Janeiro (foto).
No nos quitemos tiempo. Un sin par año impar.
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