Minibiografías (no autorizadas) de Les Luthiers

Les Luthiers. Foto Soy bibliotecario

Por Óscar Domínguez G.

Como lo sabe y lamenta desde sus aposentos Tuta en el Vaticano   el papa Francisco,  Gardel desde su posición decúbito dorsal el cementerio de La Chacarita, y Mafalda, desde su eternidad de papel, el grupo argentino Les Luthiers está haciendo su gira mundial de despedida.

Le están diciendo adiós a 55 años de arte. Esta noche, darán su do de pecho final en el  Teatro Metropolitano de Medellín. Damas sí pagan, buses a todos los barrios. Los huesos, no la imaginación, han empezado a pasarles factura, ha dicho uno de estos geniales bípedos implumes. De  la tribu original de cinco, quedan dos en funciones, López Puccio y Maronna. Para decir adiós se han reforzado con otros talentos. A manera de agradecida despedida retomo viejos perfiles que escribí del grupo original:

La banda de los cinco. (De su página oficial).

Marcos Mundstock, casi muere  el 23 de abril, Día del Idioma, pero lo dejó para la víspera, el 22. Para no parecerse a ninguno de sus colegas se fue a nacer a Santa Fe en 1942, un año que parece «homófano» de 1492, si no fuera porque hay una diferencia de más de 500 años y un descubrimiento: el de las Indias, perdón, el de América, según el muy adelantado don Américo Vespucio, quien finalmente se quedó con el pecado y con el género, o sea, con el descubrimiento. Todo lo que Marcos sabe de música se lo debe al complejo de “Cristóbal Colón”, propio de los que creen haber descubierto algo, por ejemplo, el humor navegando por instrumentos. En realidad, descubren otra cosa. Era la voz cantante, constante y sonante de la logia. O sea, el presentador. Con su sola voz podía pagar la nómina de toda la banda. En algo se tenía que gastar el título de locutor diplomado aunque estudió ingeniería en la Universidad de Buenos Aires, donde se conoció con el resto. Estudiando ingenierías y sacando raíces cuadradas aprendió a impostar su voz que le mereció este homenaje en el obituario que escribieron sus compañeros: “Su grave y profunda voz, su porte serio (aunque a veces también muestra su lado payaso) y sus grandes cualidades para escribir e interpretar textos humorísticos son algunas de sus múltiples cualidades”. Desde niño se hizo el propósito de morir solo a una edad en la que se repitieran los números. Por eso murió a los 77 abriles. El che Marcos se inspiraba para muchas de sus creaciones en un deporte argentino que no exige pantaloneta: frecuentar a ese ginecólogo al revés que es el sicoanalista. Cuando Les Luthiers recibieron el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, Marcos madrugó a decir: “No voy a andar rechazando elogios”. Su piedra preferida era la ira que le daba cuando se caía leyendo. Como nunca se caía ahorró millones en enojos. Los días impares de la semana soñaba con la manguelódica pneumática, un instrumento que de haberlo conocido Beethoven, no habría perdido el oído. O lo habría recuperado para terminar todas las sinfonías. Menos la novena porque donde la termine se la tira. Según la agencia EFE Marcos era el menos musical de todos pero muchos apenas lo vinimos a saber ahora. Un semestre de silencio en memoria de la silenciada voz de Les Luthiers.

Daniel Rabinobich, se retiró a sus habitaciones eternas el viernes 21 de agosto de 2015. Se lo llevó un paro cordiorrespiratorio que todo lo que quería era salir en primera página de Clarín y de La Nación. En su árbol genealógico – como en el de toda la agrupación-había un espermatozoide muerto de la erre, que es la risa en un segundo, copia al carbón del famoso vals que ellos crearon. Se habría hecho la circuncisión si ésta no fuera tan dolorosa, dijo un colega suyo músico, no circuncidado. Rabinovich era porteño. O sea que podría ser el inspirador de este apunte: ¿Che, por qué será que siempre que me encuentro con un argentino buena persona, me resulta uruguayyyo? No estaba casado con, sino contra Susana. Era abogado, pero eso caminando rápido no se nota. Tenía un consultorio jurídico para sacar de líos a sus compañeros cuando no podían encontrar un chiste, una metáfora, una historia, un instrumento nuevo o una semicorchea que se les perdió. O para hacer efectiva la cuenta que se negaba a pagarles equis empresario olvidadizo. Pero nunca vivió con la vida pendiente de un inciso, de un código, sino de una fusa o su parienta la semifusa. Gracias a la música, cada año, en noviembre. cuando cumplía abriles, era una nota más joven. Utilizaba la música como elíxir de la juventud que, como el amor, es eterna, mientras dura… Dicho sea sin ninguna originalidad, el che Daniel no morirá en la base de datos de quienes fuimos sus devotos.

Les Luthiers en casete , regalo de Orlando Cadavid  Correa.

A continuación, los originales Luthiers que todavía nos acompañan:

Carlos Núñez Cortés: Única persona en el mundo que llegó a la música a través del análisis matemático. Tal vez por eso anunció que tiraría la toalla en septiembre de 2017. Al fin no se retiró. Uno siempre los verá juntos, estén vivos o no. En cualquier buscador usted los pide y bajan sin problemas. Sin Les Luthiers no hay paraíso completo. Núñez es el Arquímedes de la tribu. Gracias a su diploma de doctor en química, de una árida fórmula es capaz de sacar un tratado de buen humor. O una viola de lata. Es el creador del Teorema de Tales, único antepasado conocido de Fulano de Tal. Así como nadie se casa con quien quiere sino con quien puede, Núñez tampoco escogió signo. Es libra por pura coincidencia. Si hubiera nacido en Estados Unidos, sería gringo. Como compositor-arreglista, cuando no compone, arregla. Por ello es de esos maridos ‘multiusos’ o ‘milartes’ que arreglan el sifón del baño, pagan el arriendo, les dan a sus hijos consejos que ellos jamás seguirían, desean a la mujer del próximo, “(no) a su prójimo”, componen el cable de la plancha, le entregan toda la quincena a la esposa. Como no le sonó la flauta, Núñez es concertista de piano.

Carlos López Puccio. Tiene cara de llamarse Osvaldo Federico o Ernesto Juan Pedro, y de haber inventado la marimba de cocos, o, mínimo, la lira de asiento. También es libra, el signo de la aburrición porque toca jalarle al equilibrio, pues sería de mal gusto serle infiel al fiel de la balanza. Como todos los del signo, se quita el pan de la boca para dárselo a sí mismo. Tiene claro que la caridad entra por casa. Para López, el humor es amor al prójimo, pero con hache. Considera que para ser músico no hay que tener vocación de pobre ni de rico, pero ayuda. Y como toda regla tiene su excepción, decidió ser la excepción. Con su nombre habría podido ser jugador de fútbol de frac. Que es más o menos lo mismo que hacen Les Luthiers con el humor y su parienta rica, la música.

Jorge Maronna: Iba para médico. Como tal, su gran sueño era acompañar a sus pacientes hasta la tumba. En un insomnio decidió cambiar el bisturí por la pacífica guitarra. Como consecuencia de sus ínfulas de Hipócrates gaucho, cura las enfermedades del cuerpo y del alma con sobredosis personales de humor musical. Es músico-terapeuta. A juzgar por su bigote cuasilibidinoso de cantante de boleros, el che Maronna está en el árbol genealógico de los inventores del tubófono- silicónico-cromático. Tiene dos hijos: uno como guitarrista y otro como compositor. Nació en 1948, cuando se produjo un nueve de abril o «bogotazo» de felicidad en su casa. No se acuerda bien de su nacimiento porque nació “a temprana edad” dicho sea con Groucho Marx, uno de los inspiradores. Y como Groucho, tiene principios pero si a usted no le gustan se los cambia por otros. Como bebé, no berrió, cantó. Este músico nacido en Bahía, Bahía Blanca, es cuota de la provincia. 

Y “fueeeeera de programa”, otros dos integrantes de la banda:

Johan Sebastian Mastropiero, el compositor del grupo. Inventó la música del famoso “Vals del segundo”. Es la suma de los cinco de la banda. Está repartido por partes iguales en cada uno de ellos.  Ve un sol –así sea menor, en la mañana, o mayor, al mediodía- y se le arregla el semestre. Es el rey Midas del elenco: todo lo que piensa o sospecha se convierte en música que sonríe. Es tan exigente que cuando la gente se ríe estruendosamente, considera que se le fue la mano en langosta. El humor solo debe arrancar una cierta sonrisa. Nunca aparece en público por acuerdo con el sicoanalista. El día que aparezca tendrá que pagar  las cuentas de las consultas y los 98 sofás que ha utilizado. Como dicen las señoras cuando se quieren tirar a una persona: Mastropiero es un encanto de tipo. Es tan buena gente que parece que nunca hubiera existido.

Otro Luthiers que agarró el sombrero para entrar de lleno en la eternidad seguirá llamándose Roberto Fontanarrosa, el Negro. O el Negro, alias Fontanarrosa. No murió, quedó encantado, como dicen los poetas. Para salir del anonimato, Les Luthiers solían decir que eran amigos del nacido en Rosario, no en Bahía. No daban un re sin pedir su autorización. Menos un fa. Instrumento que inventaban se lo tocaban primero al rosarino quien le daba el imprimatur, el nihil obstat, el no me quieras Margota. Lo miraban a los ojos, a su sonrisa, y de allí salía el material para una gira de tres años. Les Luthiers eran la mascota del Negro. Y al revés. Tenían autorización para leer entre líneas sus dibujos, cuentos, novelas. De allí sacaban temas. El Negro, antes de ponerse, a trabajar se metía su dosis personal de Luthiers. Les Luthiers es un Fontanarrosa menos.

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