Por Oscar Domínguez Giraldo
Modestia apártate, pero en épocas de vacas más gordas para el restaurante Harry Sasson, cerrado por orden de su majestad Coronavirus I, estuve almorzando, no con Harry, sin con la mujer diez, Bo Derek.
Cualquier día es lícito hablar de mi opíparo almuerzo con la actriz gringa Bo Derek, rotulada en una época como la mujer 10.
Si usted mira a Bo a los pies, a las manos, a su espalda, al pasaporte, a su escaso ‘derrière’ o cuatro letras que llaman, siempre se encontrará con sus ojos. La persiguen por todas partes. El suyo es el clásico caso de unos ojos con mujer.
Son sus ojos los que hacen de ella la mujer diez. Sacan la cara por ella. Son el espejo, el alma, el marco, el tocador, la bañera, de la mujer del fallecido John Derek, su inventor.
Jamás tan pocos ojos (dos) hicieron tanto en tan poco tiempo por una ficción made in Hollywood.
Si en la tierra firme colombiana el verde es de todos los colores, como en el verso de Aurelio Arturo, el azul de los ojos de Bo es de todos los azules. Hasta los daltónicos irremediables podemos disfrutar de ese acariciador color.
Son tan bellos los de Bo que por una centésima de segundo no alcanzan a ocultarle el sol a los ojos del … Corazón de Jesús que había en la casa de Cochise Rodríguez cuando Gonzalorango lo entrevistó para la revista Cromos. (“El corazón de Jesús más feo del mundo está en el barrio Simón Bolívar … de Medellín).
Creo que me estoy demorando mucho para chicaniar contando que almorcé con Bo durante la única visita que hizo hace algunos años a Bogotá. Que ella no se haya dado cuenta de que almorzó conmigo, son apenas gajes del oficio de simple mortal de la llanura.
Estuve en el restaurante Harry Sasson para verla comer con la sensualidad exquisita con la que pela y devora un banano en la película «Tarzán, el hombre mono», protagonizada por un insípido y sonso Tarzón de internet al que sólo le hacen faltan wasap y cuenta en Instagram.
Es decir, es un hombre mono que no nos dice nada a los nostálgicos de antier. Nada que ver con Johnny Weissmuller. Pero el señor Harry no sirvió bananos… Ni siquiera apareció.
Como en Colombia todas las mesas están cojas, no fue la excepción esa en la que depositamos nuestros cuartos traseros.
Para qué, pero Bo tiene un master en informalidad. Es sencilla como la mesa de un cartujo. Viéndole el maquillaje, se llega a la conclusión de que gasta más el papa Pacho en metro que Bo en polvos… Por lo menos los que se aplican en la cara.
Los hombrecitos cuasi proUstáticos y bien casados que aceptamos la invitación de una agente de prensa para mejorar el currículo gastronómico al lado de Bo, llegamos con el vestidito de pontificar. Ese que nos ponemos siempre para ir a un matrimonio. O a un entierro. Muchos asumimos la velada-invitación como un pretexto de juntar ganas para llevar a casa.
Los varones domados y amansados por Bo nos hicimos acompañar de todo el sexapil latino que Dios en su tacañería nos dio como para hacer renunciar a la mujer perfecta a su lejano marido John (todavía estaba vivo y envidiado cuando la mujer nacida en Long Beach, California, nos dio con su sexapil en Macondo).
Llegamos con el pachulí regado en sitios claves «por si me besa, por si me abraza, por si las moscas».
Ella nos miraba con la misma remota ternura con que atisba micos en la película en la que hace las veces de Jane, la Bo Derek de Tarzán.
En esa película, la bella saca el mar del anonimato cuando lo abandona con una blusa blanca transparente. Claramente, se ve que «el mar brama alrededor de su cintura» (el verso es de Lugones) como queriendo hacer las veces de John Derek.
Desde sus años de adolescente, Bo entró a formar parte de los sueños eróticos de quienes se casan en la intimidad con sus amores platónicos.
No tiene la belleza por cárcel. Vive de su biografía y punto. Está curada de espantos. No es esclava de dietas ni de aeróbicos. Dicho de otra forma: su dieta consiste en comer lo que le da la gana.
Llegó a Bogotá, de noche, luciendo gafas oscuras, lo que le daba un lejano aire a la sueca Greta Garbo o a la teutona Marlene Dietrich.
Las divas lucen gafas oscuras para vivir en la leyenda. Y para ignorar prójimos de media petaca como sus interlocutores en el encopetado Harry Sasson .
Es una gringa deliciosamente desaliñada que habló bellezas de su esposo para espantar aspirantes a sus encantos. ¿Será ese el secreto de la eterna felicidad matrimonial y tuvimos que esperar a Bo para darnos cuenta?
En el caso de la mujer diez, mientras más conoce a sus 12 caballos y a sus cinco perros, más quería a John quien fue el Cristóbal Colón que la descubrió cuando ella pellizcaba sus 17 primaveras. Que no la abandonan. Es una constante primavera que camina.
Tiene cara de escoger fiesta. Y esa tranquilidad sólo la dan la sencillez, el descomplique, el antivedetismo. Lo digo así no me haya dado ni la hora de hace un mes.
Los ‘gallinacitos’ criollos y uno que otro yupi bilingüe que se acercaban a estrecharle la mano y a notificarle que hablaban inglés de Bill Gates tenían que emigrar rápido de la jurisdicción de sus azules ojos.
De pronto, los mandacallares de las tiendas Blockbuster video, que se gastaron una millonada trayéndola, nos lavaban el cerebro hablándonos sobre la ruidosa aceptación que han tenido sus películas entre los consumidores de imágenes.
Que Dios guarde a la reina de Inglaterra pero que deje algo, ojalá mucho, para mi fugaz amiga Bo. De lo que almorzamos ni idea. No íbamos a eso…