Lunes del ajedrez: Fausto y Sergio Cabrera enseñaron a jugar

Ajedrez. Foto Xataca

Por Oscar Domínguez Giraldo

El señor Alzheimer me permite recordar a  Fausto Cabrera entre gallos y medianoche. Por alguna pilatuna de mi memoria de niño lo ubico al lado de Gloria Valencia de Castaño y del chileno Alejandro Michel Talento, el tío Alejandro, en la edad de piedra de la televisión en tiempos del general Rojas Pinilla, con quien Cabrera jugaba ajedrez. Como dirigió el único programa de televisión que recuerde, digamos que no murió, enrocó largo.  

Lo conocí en la Casa de Antioquia, en el barrio La Merced, en Bogotá. Esa noche declamó poemas de León de Greiff, ajedrecista de media petaca quien miente deliciosamente en uno de sus versos: “Jugué con Philidor a los escaques; en escaques soy ducho, y en las damas un hacha”. (Ni lo uno ni lo otro, diría después su hijo el maestro Boris). 

A Cabrera lo tenían por paisa. Cualquier día le comentó al exmagistrado, historiador y ajedrecista Javier Henao Hidrón, su amigo: “Yo me nacionalicé en Antioquia y, por extensión, en Colombia”. 

Si uno es de donde trabaja, se casa y tiene sus hijos, el maestro Fausto era de Medellín. Había llegado a Colombia en 1945, procedente de Islas Canarias, en compañía de sus padres. Tenía 21 años e insomnios a granel en la maleta. Huía del “inferiocre” dictador Franco, como lo llama el escritor Ricardo Bada. 

Eran tan grandes los sueños  con los que llegó Cabrera como la cuenta que tendría que pagarle el rey Bahir al hindú que creó el ajedrez de una costilla de la nada. Según la leyenda, o la historia, que para el caso da igual, el inventor le pasó la factura en granos de trigo lo que le arrancó una cierta sonrisa al monarca. Era como quitarle una estrella a una galaxia que todavía no ha sido descubierta. 

Hechas las cuentas en el ábaco de palacio el resultado fue de 18.446.744.073.709.551.615, que se lee así, según mi matemático de cabecera: 18 trillones, 446 mil 744 billones, 73 mil 709 millones, 551 mil 615. 

En Medellín, Cabrera incurrío en “mártirmonio” con Luz Helena Cárdenas Arango, “de cuya unión” hubo dos hijos: Sergio Fausto, el director de cine, vuelto laureada novela por el escritor Juan Gabriel Vásquez, y Marianella. El español Fausto, declamador, destacado actor y director de teatro y televisión, enamoró a su mujer cuando ella vivía en su casa de la Avenida La Playa. 

Pero la tribu Cabrera Cárdenas no nació para eternizarse en la Bella Villa. A temprana edad de Sergio y Marianella volaron en busca del sueño bogotano. Con el tiempo y un palito Sergio recibiría la Orden del Zurriago, reservada a los cerebros antioqueños fugados. 

El cineasta vuelto  novela  por  Vásquez (“Volver la vista atrás” ) tenía siete años en la foto en la que aparece enseñando a jugar ajedrez a los niños en un programa de televisión. La idea del programa fue del general Rojas Pinilla, entonces presidente, aficionado al juego de los 64 escaques. 

Las presentaciones de Sergio Cabrera en ese programa fueron sus primeros pinitos en el mundo audiovisual en el que lo introdujo su padre quien después sería subalterno de su hijo en numerosas películas, incluida La Estrategia del Caracol.  

La vocación cinematográfica se le acentuó cuando sus padres se fueron a vivir a Pekin donde iba a ver las mismas películas en la embajada de Francia, antes y después de la revolución cultural.  Ascensor al cadalso, de Louis Malle, que vio una docena de veces, está en el ADN de su destino de cineasta. 

Sergio me contó en una ocasión: En esa época de revolución cultural, entre las cosas que prohibieron rápidamente fue el cine. La embajada de Francia tenía las Alianzas, como en todo el mundo. Daban una película cada semana. Entonces me inscribí en un curso. Hablo francés, no quería perderlo, y entonces entré a la Alianza. Eso me permitía asistir a las proyecciones de las películas que se supone eran parte del programa de educación francesa. La cantidad de películas que tenían eran muy pocas, repetían muchas. Por eso vi tantas veces “Ascensor al cadalso”.  

En la capital china, papá Fausto era profesor de español; también trabajó como locutor de documentales y director del departamento de doblaje del instituto de cine de Pekín. Su sabático en China llevó a Sergio a servir como guardia rojo. Se dejó picar del sarampión revolucionario que lo llevó a desempeñar papeles secundarios como guerrillero del EPL. 

El programa ajedrecístico de televisión en tiempos de Rojas lo presentaba el taita de Sergio bajo la responsabilidad  del maestro argentino Pedro Martín quien fue tercer tablero del equipo de Colombia en la olimpíada de ajedrez en Moscú en 1956 junto con Miguel Cuéllar, Luis Augusto Sánchez, delgado como los cigarrillos que fumaba, y Guillermo Restrepo. 

Cabrera y Martín eran invitados frecuentes a la finca del general a jugar ajedrez. “Ellos, asustados, aceptaban la invitación”, contó Sergio. Los llevaban y traían en helicóptero.  

Por instrucciones del general, Martín solía comentar al final las partidas que jugaba contra Cabrera. Según el maestro Emilio A. Caro G., otro invitado a jugar contra Rojas era su paisano boyacense, Cuéllar Gacharná, entonces en el curubito en el mundo blanco y negro. Los rivales seguramente se dejaban ganar como había sucedido en el pasado con el Libertador.  

Bolívar también jugaba ajedrez. Lo cuenta el nobel García Márquez en su novela El general en su laberinto. Y como los poetas como “son mentirosos que siempre dicen la verdad” (lo dijo Cocteau) hay que creerle. 

En su ficción, don Gabo cuenta que Bolívar incluyó el ajedrez  “entre los juegos útiles y honestos que debían enseñarse en la escuela. La verdad es que nunca persistió porque sus nervios no estaban hechos para un juego de tanta parsimonia y la concentración que le demandaba le hacía falta para asuntos más graves”. Un fraile, Sebastián de Sigüenza, se dejaba ganar para subirle la alicaída moral. 

El ajedrez fue la primera gran victoria literaria del Nobel como lo recuerda en su autobiografía: “El Belga ya no volverá a jugar ajedrez… “, le dijo a su abuelo la última vez que jugaron una partida. “Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que aquella frase tan simple fue mi primer éxito literario”, escribió Gabo en Vivir para contarla donde sienta la jurisprudencia de que la vida no es como es sino como uno la vive. 

Otro amancebado con el poder, el expresidente Belisario Betancur, también movía las piezas. Con más ganas que talento, la verdad sea dicha. 

En el prólogo del libro Jaque al olvido, del maestro Boris de Greiff, BB habla de veladas de ajedrez en las que participaba María Cano, la Flor del trabajo. La jornada terminaba en casa de Eddy Torres, subdirector de la Semana de sus inicios. Belisario, jefe de redacción, dormía en el sofá de la casa.  

Ni siquiera Boris conservó las partidas del general Rojas contra Fausto Cabrera. Piadosa forma de notificar que jugaban para el olvido. Pero le debemos al general y al español de Islas Canarias el único programa de televisión en el que el actor principal era el ajedrez. 

Ese deporte tuvo otra fugaz  época de vacas gordas en 1927 cuando el fundador de El Tiempo, Alfonso Villegas Restrepo, hacía publicar en ¡primera página! las partidas que disputaron por el mundial de ajedrez el cubano José Raúl Capablanca y el moscovita Alexander Alejin. Las partidas le llegaban por cable desde Buenos Aires. Los comentarios los hacían Alonso Herrera y Santiago Escallón. 

El 23 de marzo de 1939, Villegas Restrepo perdió en 33 jugadas en unas simultáneas que Alejin dio en Bogotá. Esa partida la incluyó De Greiff en el libro publicado por El Navegante Editores.  

Como estas líneas pretenden rendirle agradecido homenaje de los aficionados al ajedrez, que la diosa Caissa tenga al maestro Fausto Cabrera a su diestra mano. Y gracias por su olvidado aporte al ninguniado mundillo del ajedrez. Y a su hijo Sergio que siga viviendo su novelesca vida… 

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