Los Danieles. Una conversación sana

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

Es cierto que Gustavo Petro ha enfrentado una relación particular con la prensa. Por un lado, ha sido objeto de su ojo auscultador, que no se ha posado con la misma intensidad sobre otros políticos. Mejores investigaciones, más críticas y contestatarias contra el poder; buen periodismo. Además, también ha sido blanco de sesgos, desinformación, noticias descontextualizadas y mal intencionadas e incluso la estigmatización de su discurso.  

Ejemplos hay varios a lo largo de la carrera política del presidente. Ocurrió con el contrato de las basuras durante su Alcaldía, que, aunque sin duda padeció de fallas estructurales de su administración, mantuvo la atención obsesiva de la prensa, la cual, en su mayoría, buscó sembrar incertidumbre y prender más alarmas de lo que el caso ameritaba. Caravanas periodísticas persiguiendo la entrega de camiones, ejerciendo un control nunca antes visto sobre otro contrato estatal. Qué bien les hubiese venido semejante seguimiento a tantas otras gestas públicas fracasadas en Colombia. 

Por eso no sorprende que el presidente quiera sacudirse lo que percibe, en ocasiones con razón, como un cubrimiento exagerado, inexacto y malintencionado. Incluso si no fuera el caso, cualquier mandatario tiene el derecho de entablar discusiones con la prensa; es más es un ejercicio sano para la democracia. 

El líder de la Colombia Humana tiene todo el derecho a cuestionar una noticia falsa, a señalar cuáles son los datos o elementos ausentes en una reportería incompleta, a entrar en desacuerdo con la opinión de un periodista o con un editorial. Este ejercicio es además uno de lo más apremiantes en las democracias modernas. La aparición de las redes sociales y la democratización del acceso a los micrófonos públicos han transformado la discusión social y, por supuesto, también suponen enormes retos para quienes ahora ejercen el poder. Se sacude el piso sobre el cual se erigen conceptos como la verdad, la censura y, por supuesto, el periodismo.  

De cómo se tramiten estas diferencias dependerá el destino de las democracias modernas y del control que adelanta la prensa. Es posible entrar en discusiones sobre la manera en que se ejerce el periodismo: claro que sí. No cualquier reclamo es sinónimo de censura y la libertad de prensa no es un derecho absoluto. Precisamente, en ocasiones también es importante ponderarlo con el derecho a la información veraz y objetiva a la que tiene derecho la sociedad. 

Pero todo eso se puede hacer sin entrar en batalla directa con los periodistas, sin acusar sesgos y carteles sin evidencia alguna, sin poner en el foco de la violencia verbal de sus seguidores a un contradictor. La estrategia del Gobierno en este tema si es que tiene alguna derivará en enormes riesgos para la democracia y para el periodismo colombiano. La desautorización de todas las voces menos las oficiales conduce a que la gente solo crea en quienes ejercen el poder y esa es una receta perfecta para el autoritarismo, ensayada en muchas otras latitudes con enorme éxito y no estamos cortos de ejemplos en América Latina. El discurso de Petro contra la prensa, al acusarla de estar cooptada y representar los valores del establecimiento es alarmante, innecesario y equivocado. 

Si Petro y sus hordas tienen pruebas de que todos sus críticos, o cualquiera que informa sobre él está comprado, deben hacer público, de manera específica y concreta, cómo se están consintiendo esas conciencias y bolsillos. Y creo que de eso se trata, de que en lugar de repetir consignas sobre el “relato periodístico” y la prensa mafiosa y cooptada, eleven la discusión. Entrar en materia, hablar con pruebas en mano, rebatir los asuntos concretos. ¿Cuáles son los conflictos de interés de un periodista o medio para informar veraz y objetivamente? ¿En qué se equivoca o excede una nota o cubrimiento? 

Esta conversación, para que sea sana y provechosa, no se estructurará sobre lemas de campaña ni tuits difamatorios que las bodegas petristas logran viralizar. No se trata de repetir lemas vacíos, sino de discutir lo que es o no verdad y eso implica una enorme responsabilidad Ojalá Petro tuviese un portavoz sensato y demócrata encargado de manejar la relación con la prensa, alguien que estuviese en capacidad de señalar sus excesos o injusticias, sin ponerla en peligro. Así, tal vez, le quedaría algún tiempito para gobernar. 

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