Los Danieles. Si Rodolfo fuera presidente

Daniel Samper Ospina

Daniel Samper Ospina

Gobernaría desde Piedecuesta que, contrario a lo que se piensa, no es una forma para referirse al doctor Navarro Wolff sino un pacífico pueblo de Santander, donde tiene su casa.  Tendría un espacio televisivo cada mañana, parecido al de López Obrador, en que se referiría a los congresistas como “esa manga de barrigones que van allá a dormir todo el día”. Su principal programa de gobierno —llevar a la gente del interior a conocer el mar— habría producido la primera protesta: un estallido social de cachacos en sandalias, medias y bermudas que se tomarían la plaza de Bolívar porque el Gobierno les habría incumplido con los pasajes, o los habría comprado, pero por Avianca, y sería el momento en que ninguno habría despegado. Pero el presidente Rodolfo Hernández Suárez solucionaría la crisis con un subsidio para canguros y bloqueadores solares, y superaría sin dificultad su primer escollo mientras la gente suspiraría aliviada y celebraría en voz baja que no lo hubieran tumbado, porque el país habría quedado en manos de la vicepresidenta.

Doña Cecilia, la primera madre de la nación, sería la jefa de gabinete; no tendría niñera, sino enfermera, y no utilizaría el polígrafo en caso de robo de dinero: le bastaría con pedir a su hijo que la interrogara y le gritaría “¡miente, hijueputa!” después cada respuesta. 

William Ospina habría durado de ministro de Cultura lo que Alejandro Gaviria duró como ministro de Educación, y no habría alcanzado a materializar la propuesta electoral de convertir la Casa de Nariño en un museo de arte moderno. El Gobierno tardaría en nombrar ministro en propiedad; actores y actrices, teatreros y artistas plásticos de Colombia firmarían una carta declarando que «a Petro sí le hubiera importado la cultura». Y, ante la presión ciudadana, el presidente nombraría en la cartera a Catalina Ortiz, que inauguraría el primer Festival de Teatro del Oprimido en el cual ella misma repetiría la escena del carro que le tira agua en un semáforo. 

Para celos del congresista Jota Pe, Roy Barreras sería el principal aliado del Gobierno y habría construido una coalición amplia con los partidos de siempre para hacer aprobar las reformas presentadas por el ingeniero: una pensional, que privilegiaría al adulto mayor santandereano; una a la salud, que incluiría un articulito para que el POS cubriera los implantes de pelo. Y una penitenciaria para construir una ciudad-cárcel operada por la empresa Vitalogic.

El Congreso entraría en operación tortuga para no aprobar la ley de garantías. El presidente diría “pues me limpio el culo con esa ley” y acto seguido cachetearía a Inti Asprilla y luego denunciaría en un Tik Tok que los medios no lo dejan avanzar con su agenda reformista, el cambio por el que todos votaron.

Paola Ochoa sería ministra de Hacienda. Ángel Becassino, del Interior. Jorge Enrique Robledo sería negociador de paz frente al ELN, también llamado “Jefe de Otrosíes”. Carlos Amaya sería embajador ante la Santa Sede, dada su experiencia frente a todo tipo de papas.  

Armandito Benedetti sería embajador de una de las tres embajadas que no mandó cerrar el presidente, la de Venezuela, y publicaría a modo de chantaje los audios que se enviaba con Rodolfo (en los cuales se reconocería la identidad de quien habla por el acento, no por el léxico), donde le recordaría que gracias a su gestión —la de Armandito— Rodolfo es presidente y amenazaría con contar de dónde sacaron los quince mil millones de pesos para la costa. Por consejo de su par general, Álvaro Leyva, el presidente ofrecería a Benedetti la dirección de su programa de suministro gratuito de droga, prometido en campaña. 

La canciller Íngrid Betancourt convencería al presidente de aceptar la invitación de Estado del rey de España, frente al cual el ingeniero se presentaría con un buzo marca Lacoste. En la cena de gala hablaría de la pepitoria y exclamaría que Aznar es un “lavaperros de la politiquería”.  

De regreso al país, haría escala en la ONU donde pronunciaría un discurso en que pediría “dejar la robadera”; preguntaría al auditorio, de forma retórica, si le prestarían la chequera a Putin y pediría ayuda con las migrantes venezolanas porque “son una fábrica de hacer chinitos pobres”.

Usaría Tik Tok tanto como Petro Twitter. No se habría reunido tres veces con Maduro sino cuatro con Bukele (y otras tres con Uribe en la oficina del señor Héctor Carvajal, a quien ternaría para fiscal). Marelen Castillo le tendría que pedir permiso cada vez que utilizara el helicóptero. El Vichada se declararía República Independiente ante el desconcierto del presidente que se preguntaría: “¿El Vichada? ¿Y eso qué es?”. 

Gustavo Petro, por su parte, promovería un estallido social y sus bodegas digitales harían eco de denuncias sobre los negocios turbios del hijo del ingeniero, que aparentemente se habría quedado con un dinero para la campaña proveniente de Santa López Sierra, y calentarían los ánimos señalando la forma en que Hernández  habría nombrado en el exterior a embajadores sin carrera, como Juan Manuel Corzo, y repartido mermelada al Partido Liberal para que le aprobaran las reformas, al cual el Gobierno ya le habría entregado la dirección del Fondo Nacional del Ahorro. Influenciadores y artistas utilizarían el numeral #NosEstánMatando para presionar al Ingeniero tras la muerte de cada líder social; el Pacto Histórico alentaría a las primeras líneas y las ciudades se convertirían en una gran hoguera callejera. 

Arrinconado por la realidad, el presidente reconocería en entrevista para Canal Tro que el Gobierno, no se le despiporrró, sino que se le desgüevó, y anunciaría viaje a Miami donde diría que lo querían asesinar a cuchillo. Allá organizaría fiestas en un yate al cual lo embestiría la famosa ballena Gladis y no se volvería a saber de él. 

Mientras tanto, en Colombia asumiría la Presidencia la doctora Marelen Castillo que manejaría el Estado como si fuera una facultad universitaria del Minuto de Dios, a través de circulares y tareas, y pondría a rezar al país. 

Yo sé que la película del gobierno de Gustavo Petro, una suerte de híbrido entre El padrino y Padres e hijos, es deplorable; pero, a modo de consuelo, creo que del otro modo tampoco tendríamos salvación.

A menos, claro, de que huyéramos a otro país. Por ejemplo a la República del Vichada.
 

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