

Enrique Santos Calderon
Impresiona, preocupa e indigna la forma como están matando a soldados y policías. De manera cada vez mas frecuente y brutal. En un Estado que en 2016 firmó un Acuerdo de Paz que se pensó que sería la solución. Y con un presidente de izquierda que anunció que en sus primeros meses solucionaba el problema con la guerrilla, pero cuyas tentativas de paz enredaron aún más el orden público.
Estamos, por supuesto, ante un problema que viene de atrás y que tampoco resolvieron los múltiples experimentos de paz de sus predecesores. Todos, desde Carlos Lleras pasando por Belisario, Pastrana, Barco, Gaviria, Uribe, Santos etc., promovieron estrategias propias sin lograr un desmonte definitivo del conflicto armado.
Ninguna resultó: ni la blanda de Belisario, ni la dura de Uribe, ni la pragmática de Santos, que si bien desmovilizó a la guerrilla más poderosa no llegó a desarmar a unos residuos criminalizados. Cada vez mas entregados —llámense como se llamen— a la extorsión, el secuestro y la destrucción de la infraestructura económica del país, que pareciera que no fuera el de ellos.
Tenemos la fuerza armada más adiestrada y con mas experiencia de combate de América Latina, que sin embargo sigue registrando demasiados muertos en sus filas: este primer trimestre cayeron más de treinta uniformados. Una cuota de sacrificio inaceptable y alarmante, que obliga a preguntarse una vez más qué le pasa al Ejército, o si estamos ante una situación estructural irremediable, sin perspectiva de ponerle punto final a esta matazón de nuestros soldados y policías. A la que se han unido de manera descarada y desafiante los narco-sicarios del Clan del Golfo.
Una triste realidad de fondo de estas violencias cruzadas es que el Ejército nacional no manda sobre gran parte del territorio. Petro nombró un minDefensa militar, después de cuarenta años de ministros civiles, pero el general Pedro Sánchez no parece colmar las expectativas. No proyecta la imagen de firmeza y voz de mando que la gente espera. Pero tampoco es un asunto de individuos, de tal o cual oficial, sino de la eficacia de la estrategia contrainsurgente del Estado, sobre la cual se me ocurre más de un interrogante.
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¿Hay inteligencia defectuosa? ¿Falta de prevención y anticipación? ¿Desconocimiento del terreno y desconfianza de la población local? ¿Carencia de motivación por razones políticas? ¿Desconocimiento o falta de acceso a la modernas tecnologías de la guerra? ¿Reducción del presupuesto de las Fuerzas Armadas?
Puede ser una mezcla de estos y otros factores, pero lo que ya no funciona ni convence son los publicitados despliegues de tropa y movilizaciones aéreas y fluviales después de los hechos. Lo que sí se evidencia es el acelerado deterioro en materia de seguridad —el número de uniformados muertos es cuatro veces mayor que el año pasado en este mismo periodo— y hay analistas del tema que sostienen que la fuerza pública carece de la capacidad para atacar a todos los grupos ilegales al mismo tiempo.
Además de problemas de liderazgo, la débil presencia del Estado y la falta de control territorial son falencias tan notorias como antiguas. Aún recuerdo, en una visita que hice en los años setenta a una zona de colonización en el Guaviare, la presencia armada e influencia social de las Farc en toda la región. Desde la pesca y caza hasta los carnés de sanidad de las prostitutas era regimentado por ellos.
“Estamos aquí mucho antes de la coca”, me dijo quince años después el Mono Jojoy en Remolinos del Caguán, cuando le pregunté sobre su relación con la boyante economía de la hoja, y me aseguró “no vamos a echarnos encima al campesinado para resolverles a los gringos su problema de droga”. Y lo cierto es que en virtud de su dominio sobre amplias zonas cocaleras, las Farc terminaron dependiendo del narcotráfico como fuente primordial de financiación.
Hoy en día la seguridad ha vuelto a figurar como la principal preocupación en todos los estratos y crece el clamor para que la fuerza pública implemente medidas más contundentes para responder y defenderse de grupos armados cada vez más agresivos. El país no resiste más funerales ni ceremonias militares para los héroes caídos.
P.S.1: Entusiastas, nutridas y pacíficas las marchas del primero de mayo, pero no llegaron a ser el contundente respaldo multitudinario que Petro esperaba de cara a la consulta popular que promueve. Se han comentado más su implante de pelo y su cirugía estética. Síntomas de que el presidente va a estar muy visible en lo que le queda de mandato.
P.S.2: Trump cumplió cien días en el poder en medio de una caída significativa de su popularidad en todas las encuestas. No le resultó su bravuconada con los aranceles y mucha gente comienza a fatigarse con su estilo de gobierno. “Ha ido muy lejos”, es un comentario que se escucha. La desilusión es explicable, pero ¿qué no será capaz de hacer para recuperar imagen?