

Daniel Samper Pizano
Donald Trump acaba de celebrar con insólito alborozo sus tres primeros meses en el poder. “Todo el mundo está diciendo —afirmó— que estos son los mejores cien días iniciales de cualquier presidente en toda la historia de Estados Unidos”.
Falso. Lo que sí puede afirmarse es que su frase constituye la mentira más grande de presidente estadounidense alguno sobre sus primeros cien días de gobierno. No hay que extrañarse. Estamos ante un embustero crónico, siempre dispuesto a negar la verdad y exaltar la mentira si es eso lo que le conviene.
Una encuesta revelada esta semana por The Washington Post, Abc News e Ipsos indica que solo el 39 % de la ciudadanía está a su favor: “la cifra más baja que registra un mandatario a estas alturas de su gobierno desde 1933” (Cuando empezaron las encuestas en torno al termómetro ya clásico de los cien días).
La verdad es que la mayoría que lo llevó a la Casa Blanca en las elecciones del año pasado se ha desinflado de manera radical. Según el prestigioso Pew Research Center, solo el 40 % de los ciudadanos aprueba su gestión, mientras que el 59 % opina lo contrario. Algunas políticas trumpianas sufren más repudio que otras. El alza de aranceles solo cuenta con el apoyo del 39 %, y la reprueba el 59 %; los recortes de personal oficial despiertan la oposición del 55 % y el respaldo de apenas el 44 %. Lo más cuestionado es el enfrentamiento con el poder judicial: el 78 % lo rechaza y solo el 19 % lo acepta.
Hasta las medidas contra los inmigrantes, que aplauden grupos de ultraderecha, tienen la valoración negativa del 53 %. Los mercados financieros, símbolo del capitalismo plutócrata, se oponen en un 61% a las medidas económicas que han desestabilizado el planeta. Ramesh Ponnuru, director de un conocido centro de estudios políticos, declaró a El Tiempo que “la luna de miel de Trump terminó antes de lo esperado”.
Quizás el balance más impactante sobre los cien días del nuevo presidente es el que firman Jonathan Swan y Maggie Haberman en The New York Times. Copio algunos párrafos:
Trump “ha impulsado de manera implacable la política interior, económica y exterior en direcciones novedosas y arriesgadas; ha implementado una motosierra a la fuerza de trabajo federal; ha desafiado la autoridad de los tribunales, y ha tratado de purgar la influencia liberal del gobierno, la educación y la cultura.
«El resultado es una mezcla caótica de iniciativas nuevas, reacciones agresivas judiciales, políticas y económicas y cambios vertiginosos (…). Con rapidez pasmosa, los conflictos que consumen un día suelen dar paso a otros totalmente nuevos, como indultar a los alborotadores del 6 de enero; despojar a funcionarios caídos en desgracia; proponer convertir a Gaza en una ciudad turística y a Canadá en el estado número 51 de la Unión Americana; culpar a las iniciativas de diversidad de causar un accidente aéreo; presidir una polémica reunión de gabinete con Elon Musk; designar a sus abogados personales para dirigir el Departamento de Justicia; cerrar USAID; desencadenar una guerra comercial mundial; regañar al presidente de Ucrania en el despacho oval; deportar a inmigrantes sin el debido proceso y acercarse a una crisis constitucional al desafiar a los jueces”.
El último grito triunfal de este personaje cuya progenitora lo definía como bueno-para-nada proclamó ruidosamente: “¡Nada podrá detenerme!”. Bueno: si hay en este mundo un poquito de justicia lo detendrá la Interpol.
Una larga noche
El lunes pasado a las 11:33 a.m. (las 4.33 a.m. en Colombia) se produjo un inesperado y extenso apagón en España y Portugal. En pocos segundos se cortó casi todo el flujo eléctrico. Miles de ciudades y municipios quedaron a oscuras y paralizados. Ascensores, neveras, semáforos, salas de cirugía y trenes dejaron de funcionar. Regresaron los tiempos de la Edad Media, pero sin los recursos de la Edad Media: fogones de carbón, velas y candelabros, calentadores de leña, grandes chimeneas, cuartos de hielo, coches de caballos, caballos…
Dos o tres días después, la emergencia fue conjurada, entre otras razones gracias a la experiencia del gobierno de Pedro Sánchez en materia de crisis. El presidente español ha sabido lidiar con el covid, los altibajos de la economía europea, el separatismo, las guerras vecinas y una oposición ciega que critica todo y propone poco.
Ahora se ha venido a saber que en las últimas décadas se registraron apagones de características parecidas pero mucho más reducidas en diversas esquinas del planeta.
¿Se trató acaso de una falla técnica, un error humano, un imponderable efecto solar, una consecuencia ecológica de la inestabilidad de las energías renovables, un ciberataque, una trampa del azar o, como afirman algunos, todo lo anterior junto? ¿Están metidas en el percance Rusia e Israel, como desquite ante las políticas españolas en pro de Ucrania y Palestina? Por ahora no hay una explicación contundente, aunque abundan las teóricas paranoicas.
La luz se rehizo. Pero el tufo del monstruo flota en el aire como una amenaza añadida a las que acosan al siglo XXI: destrucción de la naturaleza, guerras atómicas y de las otras, terrorismo, armamentismo, pestes, el imperio de la mentira sembrado por las redes y hasta algún ocasional meteorito.
Mientras pasa el susto, los ciudadanos precavidos agotan las existencias de transistores, pilas, hornillos de carbón, barbacoas, cocinas de gas, linternas, velas y fósforos. Hagan de cuenta una vereda colombiana cualquiera…