Enrique Santos Calderón
El de Sumapaz es el páramo más grande del mundo. Contiene en sus 1.780 kilómetros cuadrados de superficie la mayor reserva de agua del centro del país y llega a las goteras de la capital. “Localidad rural de Bogotá”, dice una placa de entrada a esta vasta y bella reserva natural.
Es, también, desde inicios del siglo pasado, por su valor estratégico y económico, escenario de recurrentes conflictos sociales y políticos. En el Sumapaz se libraron las célebres luchas agrarias de los años treinta; la violencia de los cincuenta golpeó duro a la región y de allí surgieron los primeros núcleos guerrilleros liberales. De niño escuché varias veces a los viejos hablar del “revoltoso camarada” Juan de la Cruz Varela, legendario líder campesino liberal de gran influencia en Sumapaz cooptado hacia 1950 por el Partido Comunista, que había desarrollado eficaz trabajo político entre una población rural sedienta de tierra y receptiva a las consignas que venían de la Revolución en Marcha de López Pumarejo.
Luego, en los años setenta, unas Farc en ascenso aprovecharon la importancia estratégica de esta zona que limita con Tolima, Meta y Huila, y la consideraron fundamental para llegar al poder, pues era la puerta de entrada a Bogotá. Comenzaron a adueñarse del páramo donde se convirtieron en un poder paralelo. En la medida en que se expandía por todo el país, esa guerrilla opto por incrementar sus acciones armadas en otras regiones y dejar al Sumapaz como una especie de “descansadero” para reciclarse, reabastecerse, albergar víveres, armas, comunicaciones y … secuestrados.
Pero pronto volvieron a la ofensiva y aún se recuerdan los duros enfrentamientos en los años noventa, los 38 soldados acribillados en la vereda de Gutiérrez (Cundinamarca), la toma de La Calera a pocos kilómetros de Bogotá en 1994, la racha de secuestros por toda la zona, las siniestras figuras de Romaña y el Negro Antonio que con lista y computador en mano escogían a sus víctimas. Finalmente, con la creación de los Batallones de Alta Montaña y una sustancial mejoría en estrategia e inteligencia militares, se volteó la torta.
En el año 2000 el Ejército y la Policía iniciaron la reconquista del Sumapaz y lo lograron. Las Farc perdieron muchos antiguos feudos y el crucial corredor entre Bogotá y la entonces zona de distensión del Caguán, además de centros de acopio de armas y suministros para cinco frentes guerrilleros que se movían en Cundinamarca. Se vino abajo su pretensión de consolidar el dominio de la cordillera oriental y cercar a la capital. Después de treinta y cinco años de pasearse a sus anchas por el páramo, la pérdida del Sumapaz fue un golpe mortal al plan estratégico de las Farc para la toma del poder.
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Que hoy pudieran recuperar el control sería un retroceso inconcebible. Uno imaginaría que el Estado y sus Fuerzas Militares hace tiempo tomaron todas las medidas para impedir que esto volviera a suceder. Por eso alarman, desconciertan e indignan las noticias sobre la creciente presencia de disidencias de las Farc. Si logran asentarse o expandirse significaría un fracaso absoluto del Estado y la repetición de una eterna historia: su incapacidad para consolidar en lo social lo que logra en lo militar. Después de todo lo sucedido resulta insólito que la prensa hoy se pregunte como hizo El Tiempo: “¿quién es el nuevo Romaña guerrillero que ronda las goteras de la zona rural de Bogotá?”.
Redoblar el pie de fuerza es la respuesta habitual, pero de nada sirve si allí no se implanta una presencia institucional que perdure y solucione viejos reclamos locales, como los de más caminos vecinales y la formalización de predios y tierras. Hay 22.000 hectáreas pendientes de este proceso, 5.000 verificadas y se aspira a titularizar 300 predios este año. De no resolverse este tema seguirán la inseguridad y la violencia. Parte del problema son curiosamente, según la alcaldesa Claudia López, los predios que entregaron las Farc en el proceso de paz que no están a nombre de nadie. López sugirió que el reciente asesinato del líder comunal Carlos Alberto Tautiva puede estar relacionado con uno de estos predios.
Triste decirlo pero el miedo y la zozobra campean de nuevo en el Sumapaz. Grupos residuales de las Farc amenazan, extorsionan, citan a las juntas de acción comunal de las veredas y realizan labores de empadronamiento, como en los viejos tiempos. Muy diciente que apenas dos días después de la gira de la alcaldesa Claudia y los gobernadores de Cundinamarca y Meta se presentaran combates en el cañón del río Duda, en el Meta. Lo significativo es que parece que los principales choques fueron entre las disidencias de “Iván Mordisco” y la “Segunda Marquetalia” por apropiarse de un cañón que empata con el Sumapaz. Tal será el valor militar de este corredor.
Se anunció que 12.000 soldados blindarán el páramo y el comandante de la Séptima Brigada aseguró que ningún grupo guerrillero está en capacidad de controlar el Sumapaz. Pero hay dudas y temores. “Estamos en medio del fuego y que entren Policía o Ejército, sinceramente, no significa mayor seguridad”, le dijo al El Espectador el presidente de la junta de acción comunal de Tunal Alto.
En medio de las incógnitas, inconsistencias o frenazos de la política de paz del Gobierno (arrancó de nuevo —¿hasta cuándo?— la negociación con el Eln), hay un objetivo que no deja duda ni puede prestarse a discusiones: mantener el dominio del Sumapaz.
PS: Iba a suceder. El uso excesivo o precipitado del Twitter tiene riesgos. Sobre todo para un jefe de Estado. ¿Lo habrá entendido el presidente después de su metida de pata sobre el falso hallazgo de los niños perdidos del Guaviare?