Daniel Samper Pizano
Hace una semana, por esta misma plataforma y a esta misma hora, felicité públicamente al club Los Millonarios y sus hinchas por el campeonato que conquistaron la víspera en la gran final de El Campín. Igual hicieron otros nobles santafereños del equipo de Los Danieles. El precario marcador de 3-2 en la tanda de definición por penaltis otorgó a Millos su decimosexta estrella. “Bien merecida —les dijimos—: ganaron en justa lid y son los mejores de la temporada”.
Pocas horas habían pasado cuando unos videos bochornosos asaltaron las redes. En ellos se veía de qué modo el banquillo del campeón, compuesto por técnicos y jugadores suplentes, llamaba al jefe de recogebolas y le daba instrucciones de robar al arquero de Atlético Nacional, Kevin Mier, la toalla y los papeles con instrucciones técnicas sobre los cobradores rivales de penaltis que los guardavallas suelen mantener al pie del poste. Amparado por su uniforme de auxiliar de balones, el niño corrió de inmediato, se deslizó al pie de la portería cuando el juego distraía a los protagonistas y huyó con el papelito y la toalla ajenos. No solo se había perpretado un hurto, sino además un abuso cobarde de la posición de local, pues los recogebolas son fichas del equipo de casa.
Los videos muestran el desconcierto del arquero Mier al notar que ha desaparecido el informe con las peculiaridades de los contrarios en sus disparos desde los doce pasos. Al final, Kevin solo atajó un tiro y Millonarios se llevó el campeonato.
La prensa simpatizante del conjunto bogotano exaltó la maniobra sin recato alguno. “Jugada maestra” llamó El Tiempo al raponazo. Semanacalificó de “héroe silencioso” al recogebolas. Blu Radio celebró el triunfo y felicitó al entrenador Alberto Gamero por su picardía. Este, con una pizca de pundonor, pidió: “No me feliciten por eso”. Otros medios calificaron al humilde sardino que obedecía órdenes de sus jefes como “la figura de la final”, “el gran protagonista” y “el héroe sin capa”.
Muchos atribuyen el triunfo de Millos a la confusión de Kevin Mier por la pérdida de sus pistas. (Con entereza, la víctima guardó silencio y felicitó a Millos). RCN afirmó: “El recogepelotas fue fundamental en el título de Millonarios”. Hasta El Comercio, de Lima, escribió: “La curiosa acción fue determinante para la victoria”.
Muy pronto los que habían alabado la maniobra sucia se dieron cuenta de su error y empezaron a recular. De “viveza extraordinaria” pasó a ser un “detalle insignificante” porque, afirman, Millonarios iba a ganar de todos modos.
La disyuntiva no tiene agarradera. Si fue una artimaña la que valió un campeonato, ese trofeo es hijo de la trampa. Y si el partido estaba ganado y el título merecido, ¿a qué imbécil se le ocurrió enlodarlo con una perrada (pido perdón a los que ahora llaman caninos) de baja laya?
Sea como fuere, la tanda de penaltis que dio la copa 2023 a Millos ya es parte del museo de fraudes grandes y chicos que atesora la historia del fútbol. Allí también figuran el gol con la mano de Dios de Maradona a Inglaterra en el Mundial de 1986 y la afrentosa pantomima del portero chileno Roberto Cóndor Rojas en septiembre de 1989, cuando se tajó a sí mismo un sangriento corte y simuló que era efecto de una bengala lanzada en el Maracaná por los torçedores cariocas. El antideportivo plan incluyó la retirada del campo del equipo chileno, que ya perdía 1-0 con Brasil, para intentar que se castigara al rival. Durante unos minutos el público y la prensa cayeron en la celada. Fue Jorge Barraza, delicioso columnista deportivo, quien destapó en El Gráfico (Argentina) esa que él tituló “La farsa que ensucia al fútbol”. Nueve meses después, Rojas confesó su movida chueca: la bengala no lo había tocado. Lo expulsaron de las canchas de por vida. (La crónica completa aparece en el recomendable libro de Barraza ¡Alfredito, Alfredito! 21 historias de fútbol y periodismo).
Dos famosos inquilinos del Museo del Fraude Futbolístico: Maradona (izquierda) y Rojas.
Lo más pernicioso de estas sinvergüenzadas es que constituyen un himno al engaño y al todo-vale. ¿Qué torva lección aprenden millones de jóvenes al ver el coro de alabanzas con que se festeja la trampa del banquillo azul? Mientras otros países cuidan cada vez más la didáctica del deporte, enfatizan el juego limpio y proscriben racismo y sexismo, en Colombia seguimos proclamando que “el fútbol es para vivos” y coronando como héroes a los estafadores.
Sé que para muchos mi condición de hincha de Santa Fe es descalificatoria. Por eso preferí someter algunas preguntas sobre estos temas a Jorge Valdano, campeón mundial con Argentina, modelo de futbolistas y persona de intachable corrección. Valdano rechaza las “puñaladas de pícaro” y aduce que conductas como la analizada “normalizan la amoralidad”.
Jorge Valdano.
PREGUNTA– A raíz del robo de los apuntes técnicos del portero de Atlético Nacional algunos dicen que “el fútbol es para los vivos” y otros sentencian que la corrupción del todo-vale envenena con sus trampas. ¿Qué piensa de este tipo de maniobras?
Jorge Valdano- En principio hay un problema de base: la viveza tiene más prestigio social que la honestidad. En el fútbol se acentúa más, porque es un territorio emocional, y las emociones son más laxas que las reflexiones. (Luego añade, riendo: “Esto lo dice el primero que abrazó a Maradona tras el gol contra Inglaterra con la mano de Dios”).
P- ¿Cree que es un ejemplo deprimente para todos aquellos que ven el partido, en particular los niños?
JV- En el fútbol hay un abanico moral muy grande que va de la miseria a la grandeza. Y, sin ser reconocido el fútbol como un campo educativo, estos ejemplos son devastadores porque tienen una gran difusión y normalizan la amoralidad.
P- ¿Es diferente la catadura ética de anotar un gol con la mano y robar las instrucciones del arquero rival?
JV – En ambos casos hay un intento de sacar ventaja con una puñalada de pícaro. Las diferencias son dos. Marcar un gol con la mano es un acto instintivo que trasgrede el reglamento. Lo que no es instintivo es gritar el gol como si fuera legal. Robar las instrucciones del arquero no está penalizado por el reglamento dentro el campo ni por la ley fuera de él. Solo tiene penalización mediática o incluso puede ser premiado, pues, como ya advertí, el vivo tiene prestigio.
P- Usted, que ha jugado y comentado el fútbol en América y Europa, ¿nota mayor tolerancia con trampas y engaños en Latinoamérica que en el Viejo Continente?
JV- Sí, hay más tolerancia en América, aunque es bueno recordar que Bilardo [célebre por el juego sucio contra los rivales] reinó en los dos continentes: entrenó en Argentina, Colombia y España, y tiene admiradores en todos los sitios. Hay un dato que no es menor: ahora somos menos tolerantes. O quizás más cínicos.
P- ¿Volvería a celebrar el gol de Maradona con la mano de Dios si ocurriera ahora?
JV- Una vez me pregunté cuáles habrían sido las consecuencias si Diego hubiera confesado su “crimen” al árbitro, y mi conclusión es que sería menos ídolo. Hay que señalar, porque tiene importancia, que los rivales en ese partido eran los ingleses, que habían sido enemigos de Argentina en la guerra de las Malvinas cuatro años antes. Ahora bien, si Diego hubiera blanqueado su mano, la honestidad pasaba a ser ganadora en su lucha contra la picardía.
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Como dije al principio, hace una semana congratulé a Millonarios por el que consideraba un triunfo merecido. Hoy, después de haber visto la jugada deshonesta contra el portero rival, retiro mi ingenua felicitación y lamento que en nuestro fútbol sigan germinando los pícaros y los imbéciles. Y traslado con emoción el aplauso al equipo de Santa Fe que acaba de conquistar el campeonato nacional femenino.