Daniel Samper Pizano
Prácticamente todos los pueblos de este mísero planeta han sido perseguidos y perseguidores. Pocos, sin embargo, arrastran una historia tan larga y lastimera como los judíos, que durante milenios buscaron retornar a la tierra que alguna vez fue suya y de la cual los echaron.
El éxodo de la nación judía es tema frecuente en los libros sobre el pasado global. En el delicioso y ecuménico tratado El mundo: una historia de familias, de Simon Sebag Montefiore, los descendientes de Abraham empiezan a sufrir en la página 84 y casi 1.500 después, tras medio centenar de referencias que incluyen el holocausto perpetrado por los nazis, aún nos deben el atroz atentado del grupo terrorista Hamás el pasado 7 de octubre, un año después de la aparición del libro.
Hitler planeaba borrar a los judíos de la faz del mundo. Seis millones fueron asesinados en campos de concentración y millones más huyeron de países que habían sido patria de sus antepasados. La II Guerra Mundial provocó un giro radical en su historia. Decidieron que no seguirían siendo víctimas indefensas, sino que lucharían por su religión, sus costumbres, sus raíces. Regresaron a la región mesoriental de donde habían sido expulsados dos milenios antes, y fundaron el Estado de Israel.
Lamentablemente, otro pueblo afincado en el mismo territorio no obtuvo beneficios parecidos. Los palestinos, también con raíces anteriores a Cristo, habitaban la región desde sus precursores filisteos (siglo XII a.C.). El conflicto estaba servido, y se ha prolongado en medio de ataques terroristas, asentamientos ilegales, bombardeos, desacato a decisiones de la ONU, rehenes muertos, apoyos de sectores internacionales enfrentados y, desde hace cuatro días, el arrasamiento de Rafah, en la frontera con Egipto, donde se hacinan un millón de palestinos.
Cuando Hamás asesinó hace cuatro meses a 1.400 pacíficos ciudadanos israelíes, su gobierno se transformó en una fuerza ciega que ataca sin atender leyes, mostrar compasión ni considerar la inocencia de sus víctimas. El primer ministro Benjamín Netanhyau proclamó que el fin justifica los medios y desde entonces asuela a sus vecinos. Ya van 27.000 muertos, de los cuales más de 5.000 son niños. Pocos, apenas decenas, han sido terroristas. Gaza, fundada hace tres mil años, ya no es una ciudad sino una ruina. No quedan casas, escuelas, hospitales ni oficinas que merezcan su nombre. Muchos países condenan la ferocidad de la respuesta judía y la ONU pide ayuda internacional para auxiliar a los hambrientos palestinos, que comen apenas una vez al día.
Es importante entender que esta máquina mortífera no es Israel ni es la comunidad judía, sino un gobierno que estaba a punto de caer y se agarró al clavo ardiente del criminal atentado de Hamás para sostenerse y emprender una guerra sin cortapisas ni escrúpulos.
La que iba a ser justa respuesta al terror se volvió expedición de odio contra el pueblo palestino. En el desfile de imágenes atroces de ambos lados llama la atención la sevicia de muchos soldados israelíes contaminados por sus jefes. The New York Times revisó cientos de videos que colgaron en las redes los propios militares invasores y descubrió numerosas escenas infectadas por un espíritu genocida: alegres reclutas que brindan al volar edificios civiles… disparos contra blancos inermes… destrucciones innecesarias… chistes a costa de las víctimas …
Los tiktoks crueles impresionan más que las cifras duras. Llevo en la retina a unos soldados armados de pies a cabeza que dedican una demolición como se dedica un bolero. El homenajeado es un cantante popular israelí que pide borrar a Gaza del mapa. “¡Va por ti, querido hermano Eyan Golan!”, dicen. Y activan el desastre.
Con desplantes como este resulta difícil combatir el deplorable antisemitismo que vemos abrirse paso.
Gran egoteca nacional
A Montefiore, el arriba citado historiador inglés que en el Festival Hay de Cartagena demostró voraz pasión por la posta negra y el arroz con coco, le bastaron las 1.446 páginas de un tomo gordo para relatar en forma amena e interesante la historia de la humanidad. Contados desde el primer cavernícola (homo erectus) hasta el más reciente (Donald Trump), son dos millones de años por un precio de $ 179.000. Una ganga.
En cambio, Iván Duque y Francisco Barbosa —líderes de la derecha nacional— acaban de publicar sus logros y pensamientos y para ello necesitaron, entre ambos, 16 tomos y 4.124 páginas. Precio aproximado de los dos paquetes o, mejor dicho, de las colecciones de los dos paquetes, $ 496.727. Casi el triple del de Montefiore.
El primer disparo ególatra salió de Duque en 2023. En edición lujosa —característica del maestro impresor Benjamín Villegas con su medio siglo de oficio a cuestas—, se ofrece una caja de cinco tomos empastados: I y II: El Autor (800 páginas); III: El Senador (400); IV: El Político (456); V: El Estadista (720). Total: 2.376 páginas.
El exmandatario había promovido un año antes Duque, su presidencia: 232 páginas por $221.000. A casi mil la página. Una estafa. Y eso sin mencionar el contenido. Resulta curioso que en pocos meses se publiquen 2.608 páginas de un político que dejó solo una frase memorable: “Así lo querí”.
Francisco Barbosa (“el mejor fiscal de la Vía Láctea”) no podía perderse el duelo de vanidades. Él también está lanzando, en la agonía de su mandato, un extenso canto a su gestión.
Tres diferencias interesantes. Primera, la obra de Barbosa contiene once tomos y la de Duque seis. Segunda, el mamotreto barbosiano ocupa menos páginas que el duquista. Este tiene 2.376 páginas y, según Valentina Parada, que reveló la chiva en El Espectador, el de Barbosa “solo” 1.548 (mis cálculos dicen que 1.748). Tercero: los libros del expresidente los costea el cliente que los compra, y los del aspirante a la Presidencia los patrocinamos todos los contribuyentes, pues la Fiscalía pagó $180 millones de nuestros impuestos por 5.500 ejemplares.
Peso aproximado: 12 kilos. Grandes retratos en color de los dos próceres adornan las cubiertas. Qué belleza. Merecen enmarcarse.
ESQUIRLA. Unos 200 manifestantes violentos (El Tiempo, II.9) malograron la protesta popular legítima y democrática contra la Corte Suprema por alargar mediante interpuesta funcionaria el regimen del fiscal Barbosa. Qué torpeza, qué harakiri…