Los Danieles. Autocensura

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

Otra semana en Locombia con una lista interminable de temas para analizar. La difusión de información no verificada desde la cuenta de Twitter del presidente Gustavo Petro; el nombramiento de una persona cuestionada por presuntas violencias basadas en género en una entidad pública en la cual el año pasado se revelaron casos similares; las reformas del Gobierno en el Congreso. En fin, casi todo lo importante se remite al presidente. Pasé los días persuadiéndome de no abordar esos asuntos. Otra crítica a Petro, o tal vez la sola mención de su nombre en mi pluma, despertaría de nuevo los ataques sistemáticos que he recibido. 

Autocensura: buscar razones para no hablar del presidente porque incluso el más estruendoso aplauso sería desautorizado y cuestionado. Sobrevuelan dos acusaciones que pretenden controvertir mi independencia. Por un lado, mi defensa de Vicky Dávila en el caso de la comunidad del anillo y, por el otro, mi nombramiento en el consejo directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLiP). 

Sí, es cierto. Defendí la investigación de la periodista Vicky Dávila en el caso de la comunidad del anillo. Y lo volvería a hacer. Asunto que fue objeto de todo tipo de persecuciones que buscaron silenciar la revelación de que en el seno del Congreso de la República funcionó ¾o tal vez aún existe¾una red de prostitución forzada de muchachos policías. Creo en la necesidad apremiante de que esa información sea pública. La defensa no representó un solo peso para mí, ni para los otros abogados involucrados, pero sí el honor de dar voz a las víctimas de horrores sexuales y el obtener una sentencia de la Corte Constitucional que protege a todo el periodismo investigativo en Colombia. En esa causa creeré siempre.   

Además, hace pocos meses fui designada como miembro del consejo directivo de la FLiP. Nombramiento, este también pro bono, que recibí con gratitud, por ser una organización destacada en Colombia y América Latina en la defensa de periodistas. No trabajo para la FLiP, pero bien podría hacerlo porque sus aportes a la democracia colombiana son invaluables, empezando porque han jalado las orejas de todo tipo de políticos, de izquierda y derecha, sin distingo. Ninguno de estos dos encargos profesionales me impiden opinar de manera independiente.

Seguramente surgirán otras razones para criticarme, incluyendo las que están cargadas de misoginia y violencia. Es el costo de contar con el privilegio de acceder a este micrófono público. Pero no borra la realidad de que las reacciones de algunos seguidores de Petro (por supuesto, no todos) sí generan cuestionamientos internos y prevenciones al considerar hablar sobre él. La pereza ¾y en cierta forma el miedo¾ de salir a justificarse, a defenderse. Y claro que las personas públicas también tienen ese deber, aunque a veces se sienta desmedido. Eso sumado al hecho de que ninguna explicación será suficiente, porque muchos no buscan eso sino desaparecer las voces incómodas.     

El problema de la autocensura es que es un padecimiento silencioso. Es una conversación que ocurre en la cabeza de quien se prohíbe a sí mismo ocuparse o no de un tema. Un soliloquio triste en el cual se reafirman temores e inseguridades. Por eso mismo es tan poderoso y difícil de erradicar. 

Los gringos le dieron un nombre perfecto a este fenómeno: chilling effect.Esa parálisis inducida, que obliga a callar lo que se piensa. Ocurre a oscuras y por esa vía se afecta estructuralmente la diversidad del debate público.

Esta semana, gracias a una demanda de la FLiP, la Corte Constitucional defendió el derecho de varias periodistas ¾todas de muy diferentes tendencias políticas¾ a no recibir hostigamientos en línea, pues ello facilita que “opten por la autocensura”. 

Claro que la persecución a críticos o analistas sí busca cansarlos y diezmar su autoridad para opinar. Sea organizado, pagado o no, es una operación que causa enormes réditos políticos. Una estrategia empleada por tendencias de diferentes colores, pero todas paradas sobre un populismo mediático exacerbado en las redes sociales. Y no se trata de dejar de contradecir o de conversar, de huir al debate o a la discusión, incluso si es álgida, con las voces públicas. El problema es que los términos en los que se está planteando ese intercambio conducirá al silenciamiento y estigmatización de la crítica.  

Y aquí estoy, una columna después, ocupándome de las cosas que no soy, dejando los temas locombianos de los que quería ocuparme, así que supongo que la autocensura ganó por ahora. Pero seguiré opinando sobre Petro, sus luces y sus sombras, con las consecuencias y rotulaciones que ello imponga. Eso, mientras siga siendo posible en Colombia.  
 

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