Ana Bejarano Ricaurte
Le dimos un nuevo y sofisticado nombre a las mentiras para distraernos de la debacle global que prometen las “dinámicas de la desinformación”. La masificación de falsedades ya ha demostrado ser capaz de voltear sistemas políticos enteros. Frente a los retos que propone el cambio climático, el mercado para ensuciar la verdad puede tener consecuencias desastrosas.
Desde esta cordillera ya se avizora un pequeño ejemplo y es la mentira según la cual en Bogotá tenemos que racionar agua porque el alcalde se la vende por dos pesos a Coca-Cola. El estribillo le sirve como munición política a un sector que quiere cargarse a Carlos Fernando Galán a como dé lugar, pero además propicia confusión ante los enormes retos de la crisis climática.
El asunto empezó a estar en la agenda cuando el periodista Carlos Hernández investigó el tema para Vorágine. El reportaje recogía un bulo viejo del petrismo contra Coca-Cola y la planta de la cual extraen y comercializan la premiada agua Manantial. La reportería seria de Hernández aclaró que esa concesión la otorga la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) y además está en territorio de La Calera. Aun así, la mentira sigue campante.
En diciembre la CAR deberá decidir si renueva el permiso de Coca-Cola para usar legítimamente el agua de la que dispone. Claro que quienes componen su consejo directivo pueden y deben pedir cuentas sobre la renovación de la concesión, pero la misma CAR me dijo: el consejo directivo “no tiene incidencia” en esos trámites. Son sus funcionarios técnicos quienes adelantan los estudios de viabilidad de esa y todas las concesiones.
La sociedad civil debe poner sus ojos sobre ese permiso y los demás. Lo cierto es que si Coca-Cola puede extraer 3.23 litros por segundo, existen muchas otras autorizaciones que merecen la atención. Para nombrar solo un caso: los 11 litros por segundo que se permite al conjunto residencial La Pradera de Potosí para paisajismo. Porque en La Calera existen 416 concesiones de agua, 117 de ellas otorgadas a personas jurídicas.
Y entonces cobra vigencia el artículo de Vorágine, porque advierte las precarias condiciones de muchos habitantes de La Calera. El problema, según técnicos del acueducto y de la CAR y lugareños, es que allá hay mucha agua, pero los gobiernos locales no han provisto la infraestructura para llevarla a los sitios en donde más se necesita. Por eso resulta fácil despertar indignación con la actividad comercial, cuando muchos viven sin acueducto.
Las acciones de “compensación” que adelanta Coca-Cola y todos los otros concesionarios son insuficientes. Aunque cumplan con la legislación, es inaceptable que unos puedan enriquecerse con la fuente de un manantial preciado y otros no tengan cómo ir al baño.
Para solucionar esa desigualdad, el Ministerio de Ambiente debe impulsar nuevas y mejores regulaciones que hagan de esas acciones de compensación actividades realmente útiles para las comunidades del sector. Por ejemplo, una nueva fórmula de tarifas para que los industriales paguen mucho más por el aguan que extraen. (Esa tarifa irrisoria que tanto rotan las bodegas la fija el Ministerio de Ambiente en conjunto con la CAR). Incluso, algunos técnicos proponen alianzas para que los concesionarios de agua impulsen y contribuyan a la construcción de la infraestructura que sus vecinos no tienen.
A los recursos naturales no los divide una línea trazada por humanos para marcar dónde empieza y termina una ciudad. Claro que a Bogotá le importa el consumo de agua en La Calera, pero la verdad es que acá no nos abastecemos con del agua de la microcuenca de San Lorenzo donde queda la planta de agua Manantial.
Entonces, no es cierto que en Bogotá escasee el agua porque el alcalde la venda barato a Coca-Cola. Pero nada de esto les importa a los reyes de la desinformación. Arman un estribillo para atacar a un contendor político con falsedades y así le dan razones a la gente para dudar de los planes de racionamiento y llenarse de rabia.
En lugar de permitirle a la ciudadanía entender la real dimensión del problema y exigirle a quienes pueden y deben atenderlo, se opta por la división y distracción. Estos facilismos de las redes sociales, en especial frente a la salud pública o el medio ambiente, invitan a creer en formulas efectistas como odiar a una empresa o a un político, cuando la solución pasa por nosotros mismos. Nada requiere mayor coordinación que una crisis como la sequía que enfrentamos, y el remedio no viene en sus mentiras empaquetadas.
Porque si en algo les importara el medio ambiente, o la conservación de recursos hídricos, o la población vulnerable de la Calera le pedirían a la alcaldía de esa localidad que diera acceso digno a los servicios públicos para la gente pobre, a la ministra de Ambiente que impulsara una regulación que permitiera mejores tratos con los concesionarios de aguas, a la CAR que nos contara quiénes y cómo se aprovechan los recursos de La Calera. Pero no: lo que quieren es pavimentar el camino para que nadie vuelva a saber qué es cierto y qué es mentira y así vender el falso dilema de: ¿agua o Coca-Cola?