Las protestas por Gaza complican la reelección de Biden 

Contramanifestantes derriban una barricada en el campamento propalestino de la Universidad de Los Ángeles, en California, esta madrugada. Foto: DAVID SWANSON (REUTERS) |

MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO

Nueva York – 

Desde el 18 de abril, la bandera de Palestina ondea de este a oeste en diferentes universidades de EE UU. La movilización estudiantil en solidaridad con Gaza, que se ha saldado hasta el momento con un millar de detenidos en más de 25 campus de al menos 21 Estados, se está haciendo un hueco en los libros de historia junto a las masivas protestas contra la guerra de Vietnam, a finales de los sesenta. 

El desalojo policial de dos acampadas (entre ellas la de Columbia) y un encierro en dos campus de Nueva York, en la noche del martes, con un total de 300 detenciones, no parece haber disuadido a los manifestantes; tampoco la amenaza de suspensión académica e incluso de expulsión para quienes participen en las concentraciones. Al contrario, los ánimos de estudiantes y activistas enfrentados entre sí y con las fuerzas del orden parecen cada vez más crispados, como demuestran las escenas de violencia vividas durante esta madrugada en el campus de la Universidad de California (UCLA) en Los Ángeles.

El foco de atención se ha desviado en los últimos días de este a oeste: de la calma tensa en Columbia, donde la junta de gobierno ha pedido a la policía que permanezca hasta al menos el 17 de mayo para garantizar el orden, al campus de la UCLA, donde violentos choques entre manifestantes propalestinos y proisraelíes, con lluvia de objetos y de golpes, obligaron a intervenir a la policía horas después de que el rectorado declarara ilegal la acampada. El empleo de la fuerza es moneda diaria, como recuerda la actuación de los state troopers, los policías estatales desplegados por el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, para reprimir las concentraciones en el campus de Austin, la última este mismo martes. Se trata de los mismos agentes estatales que, denuncian muchos en las redes sociales, no intervinieron a tiempo de detener la matanza en el colegio de Uvalde, hace ahora un año. La víspera la tensión agitó también la universidad estatal de Portland (Oregón) y el campus de Chapel Hill de la Universidad de Carolina del Norte, y los de Tulane (Nueva Orleans) y Arizona. Solo la universidad de Brown recuperó la calma sin intervención policial, después de que decenas de estudiantes acordaran levantar las tiendas.

Desde el 18 de abril, cuando el desalojo policial del primer campamento de estudiantes en Columbia prendió la mecha de las protestas en todo el país, la movilización sacude EE UU como una corriente eléctrica de alto voltaje tanto para la presidencia de Joe Biden, por la probable sangría de votos entre los jóvenes por el apoyo militar de Washington a Israel, como para las juntas de gobierno de los prestigiosos centros de la Ivy League, que dependen de la financiación de los donantes. A apenas dos semanas de las tradicionales ceremonias de graduación, el Departamento de Policía de Nueva York (NYPD, en sus siglas inglesas), el mayor del país, tiene previsto desplegar entre 15 y 20 agentes en el campus de Columbia, “para mantener el orden y garantizar que no se vuelvan a levantar los campamentos”, como pide la carta enviada por la rectora, Minouche Shafik. También por carta, el rectorado había solicitado en la noche del martes la intervención policial para limpiar el campus, dado que la policía no puede intervenir por derecho. “No hemos tenido otra opción”, explicaba la rectora en la misiva, en las antípodas de las disculpas que pidió tras recurrir igualmente a la policía para evacuar el primer campamento.

Dos agentes patrullan cerca de un campamento propalestino, este miércoles en el campus de la Universidad de California en Los Ángeles.
Dos agentes patrullan cerca de un campamento propalestino, este miércoles en el campus de la Universidad de California en Los Ángeles.MARIO TAMA (GETTY IMAGES)

La universidad de Columbia se ha despertado este miércoles en silencio, después de que brigadas de trabajadores limpiaran durante la madrugada la explanada principal, donde hasta este martes se levantaban alrededor de 80 tiendas de campaña, de las aproximadamente 120 que ocupaban el lugar la semana pasada. El desmantelamiento de las carpas y el barrido de cristales y elementos de mobiliario utilizados por los ocupantes del edificio Hamilton Hall para atrincherarse —mesas metálicas de picnic y sillas de madera— arrojan una imagen parecida a la de la normalidad, pero envasada al vacío; una calma tensa y retórica: el acceso al campus sigue restringido al personal de servicios esenciales y a los estudiantes que viven en alguna de las residencias. El sobrevuelo del vasto campus por helicópteros del NYPD, que aturde a los vecinos del barrio desde hace días, no ha cesado.

Apoyada en un andador, Mary, con cinco licenciaturas de Columbia y especialista en el Renacimiento italiano, lamentaba poco antes del desalojo los daños materiales en la que considera su casa: de estudiante, participó en las protestas contra la guerra del Vietnam, en 1968, y hoy, jubilada, acude cada día como voluntaria a la biblioteca, que fue cerrada el martes para evitar males mayores. “Columbia es como mi casa y me duele ver que se maltratan sus instalaciones”, decía junto al edificio ocupado. “Entiendo perfectamente la protesta de los jóvenes porque por ahí vienen [Donald] Trump y el fascismo, hay que pararlos, pero sus reivindicaciones no van a llegar a ningún sitio, y mucho menos a Tierra Santa: la universidad está maniatada por los donantes y hoy también por los políticos”, explicaba sobre la amenaza de retirada de fondos por los primeros y las presiones de los segundos. La principal reivindicación estudiantil, que Columbia retire sus inversiones de empresas ligadas a Israel, era antes de explicitarse un desiderátum ilusorio: ya en febrero, la junta de gobierno anunció que no tenía la menor intención de hacerlo.

Los campus no son recintos aislados de la ciudad, pues reflejan cuanto bulle en las calles, y viceversa: desde el 7 de octubre, el NYPD ha respondido a unas 1.100 protestas, de un total de 2.400, relacionadas con la guerra en Gaza, según ha informado este miércoles el departamento. Casi a diario, puntos neurálgicos como la Estación Central de Nueva York, o el turístico puente de Brooklyn, se llenan de manifestantes. En la ocupación del edificio de Columbia, rectorado y policía ven una mano extranjera, ajena a la comunidad universitaria. Michael, un jubilado que se presenta como “judío socialista”, esperaba a última hora del martes pegado a su teléfono móvil que alguno de los atrincherados le abriese una puerta lateral para sumarse al encierro, convencido de que “la policía reprimirá la resistencia pacífica y tenemos que hacer todo lo posible para evitarlo, no podemos dejar que el poder se salga de nuevo con la suya”. ¿Quién más participa en las protestas? Michael se encoge de hombros y responde que alumnos, pero también “algunos compañeros de viaje, activistas y militantes de izquierda, hartos de que republicanos y demócratas sean lo mismo: ¿hay alguna diferencia entre ellos en lo relativo a Israel?”.

En una protesta convocada hace una semana a las puertas de Columbia por una treintena de asociaciones, en su mayoría de la comunidad árabe y musulmana de la ciudad, pancartas en demanda de un alto el fuego y de una Palestina libre se codeaban con otras que pedían la liberación de presos del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), la segunda organización en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) después de Fatah, y de orientación marxista. La mayoría de los manifestantes, no obstante, son estudiantes del campus, aunque a juicio de autoridades académicas y políticas estén instrumentalizados por intereses espurios para presentarlos como la vanguardia genuina e inocente de las protestas. Las contramanifestaciones proisraelíes, algunas de ellas en defensa de posturas extremas, reciben una menor atención mediática.

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