La ruta de Arturo Cova: un recorrido por la Colombia olvidada del sur

Arturo Cova es el personaje principal de La vorágine (1924). Este artículo invita a hacer una mirada en detalle a la ruta que siguió este hombre al interior de la geografía colombiana. ¿Qué hay detrás de ese viaje

Por Andrés Caicedo Hernández

Más allá de ser literatura, La vorágine puede leerse como una guía de viaje. Y la prosa poética de José Eustasio Rivera es la fiel acompañante, pues describe con delicada exactitud los llanos y la selva. Gracias a su consciencia del entorno, en palabras de este autor la región amazónica aumenta su estruendo, es una ruta impactante.

Inicialmente, Arturo y Alicia –amantes que huyen de la presión social y de las imposiciones familiares– se encuentran vacíos en la ciudad de Bogotá. Hay quienes observan en clave simbólica una desolación de la idea de civilización: vencida, solitaria. Y después de huir, Don Rafo, uno de los primeros personajes, despide de la cordillera a los viajeros y a los lectores: en adelante «solo quedan llanos, llanos y llanos».

Al ir avanzando es sorprendente encontrarse de frente con el paisaje. La noción de soledad se quiebra, pues la naturaleza acompaña la aventura y las tribulaciones de la narración; acompaña la madrugada, el día, la noche, como en el siguiente fragmento del comienzo de la obra, cuando la pareja avanza hacia el Casanare:

[…] Y la aurora surgió ante nosotros: sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se adormecieron, y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí. Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y en todas partes, del pajonal y del espacio, del estero y de la palmera, nacía un hálito jubiloso que era vida, era acento, claridad y palpitación. Mientras tanto, en el arrebol que abría su palio inconmensurable, dardeó el primer destello solar, y, lentamente, el astro, inmenso como cúpula, ante el asombro del toro y la fiera, rodó por las llanuras, enrojeciéndose antes de ascender al azul. 

Sabemos que para José Eustasio Rivera, esta historia y este destino cruel que recrea en los hombres y las mujeres que cohabitan La vorágine, son producto de una mera imitación de sus vivencias; imaginamos que Arturo, Alicia, Don Rafo, Barrera, Griselda y Zoraida Ayram hacen en realidad parte del territorio. Y no puede ser para menos, pues ese territorio, incluida la naturaleza inmensa que estamos reseñando, necesita de sus propias semillas para ser tratadas al estilo de Saturno, el dios romano que devora a sus hijos; esto, como un destino elemental de la naturaleza humana.

El camino que modifica la existencia

La vorágine es literatura de la selva, como en su momento lo diría el escritor Alejo Carpentier. Pero en este texto, cohabita una categoría más universal, pues en sí, es la naturaleza –en un paisaje de tres dimensiones: la ciudad, el llano y la selva, como energía creadora y devastadora– la que ordena en su caos la existencia, hasta convertirla en mito.

Desde una línea dramáticamente ascendente y territorialmente profunda, el viaje de Arturo Cova puede representarse en la existencia misma de cualquier hombre. El camino modifica su existencia, por ejemplo, en la hacienda La Maporita, Arturo Cova conoce a Fidel y a Griselda con una paradoja que violenta sus emociones: conoce la lealtad y el engaño.

Pareciera que José Eustasio Rivera quisiera sintetizar todo un universo perdido en algunos párrafos de la obra. Territorios verificables, existentes. Por ejemplo, cuando el personaje principal se encuentra en la orilla del río Vichada a puertas de iniciar su camino en la selva, el autor sintetiza toda una región en un párrafo:

En la ranchería autóctona de Ucuné nos regaló un cacique tortas de cazabe y discutió con el pipa el derrotero que debíamos seguir: cruzar la estepa que va del Vichada al caño del vúa, descender a las vegas del Guaviare, subir por el Inírida hasta el Papunagua, atravesar un istmo selvoso en busca del Isana Bramador, y pedirle a sus corrientes que nos arrojen al Guainía, de negras ondas.

Los ríos (el Tame, el Meta, el Vichada, el Guaviare, el Inírida, el Guainía, el Isana, el río Negro, el Amazonas) son arterias del destino. Las fronteras, no son políticas o jurisdiccionales. Son una dimensión de la barbarie propias de la selva y de los hombres que la habitan. En resolución, como diría el escritor Oscar Collazos en un artículo publicado en el periódico El Tiempo en el año 2002: «A Cova no lo cambia el amor: lo cambia la selva». Lo cambia el camino, la fuerza incontrolable del paisaje.

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Mapa interactivo del viaje de Arturo Cova, basado en el croquis de José Ignacio Ruiz (El Tiempo, 17 de julio, 1966) y el mapa de la quinta edición de La vorágine (Nueva York, Andes, 1928). Iniciar el viaje.

El territorio de la historia sigue en el olvido

Las fases que encendieron el embrujamiento que devoró a los personajes de Rivera son resultado de innumerables pistas documentales que el escritor dejó a lo largo de su vida: en sus vivencias, cartas e informes. El ensayista Leónidas Morales encontró la mejor frase para sintetizar la relación entre el viaje de Rivera y el viaje de Arturo Cova, pues para ellos, para el protagonista y para el autor, La vorágine es un viaje al país de los muertos.

No olvidemos que para los ejércitos de Colombia y Perú, La vorágine fue un libro de consulta cartográfica y de compañía espiritual durante la guerra de Leticia de 1932-1933. El profesor Carlos Guillermo Páramo, escribió en su artículo, Cosas de La vorágine. Una guía para viajeros hacia “el vórtice de la nada”, que, cinco años después de la muerte de José Eustasio Rivera, la obra se convirtió en un libro casi profético para el país del sur olvidado en guerra. El profesor indica en su texto que «La aparición de la ocupación peruana, el etnocidio cauchero, la inoperancia gubernamental y la corruptela diplomática permitió entrever en la idea de frontera un hecho lejano y a la selva como a una cárcel o infierno, como un ser antropófago». 

El camino de Arturo –inspirado en el camino de Rivera– modifica la concepción de lo ficcional. Nos sumerge en la relación cíclica del soñar para vivir. Es decir, nos plantea sin matices, la novela como libro histórico, de plena vigencia para leer nuestro país.

Los lugares de La vorágine pueden entenderse como puntos de referencia para la construcción de nuestra identidad. Así como el ejército colombiano lo usó en guerra para legitimar sus causas, ya es hora de que la Colombia urbana la observe para reconocer el país de abajo, la Colombia del sur. Entre tanto, la ruta de Arturo Cova representa una autentica guía que ayuda adentrarnos en las profundidades de la selva, en las tinieblas de nuestra historia. 

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