La política comienza en la guardería


Darío Jaramillo Agudelo

Cyrill Connolly, Obra selecta (Debolsillo) 
Cyril Connolly (1903-1974), acaso el reseñista de libros más notable en la Inglaterra de su época, nació en Coventry y era hijo de un oficial inglés y de “una dama, al parecer sensible y cultivada perteneciente a una familia irlandesa con pruritos aristocráticos”. Fue educado en Eton, “probablemente el colegio privado más elitista de Inglaterra” y, luego, en el Balliol College de Oxford. 
Las más de mil páginas de esta Obra selecta incluyen tres libros y una selección de reseñas. Los libros son Enemigos de la promesa, que se refiere a “los variados peligros a los que se enfrenta todo joven escritor, tales como el periodismo, el éxito, la pereza, la propia subsistencia y el compromiso político”. El segundo libro, el más conocido de los suyos, La tumba inquieta, que también ha sido traducido con el título de La tumba sin sosiego, que el prologuista de esta Obra selecta, Andreu Jaume, resume diciendo que es “un conjunto de reflexiones y citas ordenados según distintos motivos –la literatura, el amor, la religión–, un almanaque de sombras donde un hombre en crisis, a los cuarenta años, decide exhibir las ruinas de su educación sentimental e intelectual”. El tercer libro, Los diplomáticos desaparecidos, se refiere a “la misteriosa fuga de Guy Burgess y Donald Maclean, los dos funcionarios de los servicios secretos británicos que resultaron ser espías a sueldo de la URSS y a quienes Connolly conocía personalmente”. Finalmente, hay una selección de textos, más de trescientas páginas con análisis de autores, narraciones de viajes y materias varias.

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Hay una dualidad en el enfoque de la escritura que parece una constante que se repite en todas las épocas y todos los idiomas. Connolly se refiere a esto con relación a los tiempos que le tocó vivir: por un lado están “aquellos que desean diferenciar al máximo la palabra escrita de la hablada. Es el estilo de los escritores que tienden a hacer que su lenguaje trasmita más de lo que quieren decir o más de lo que sienten, es el estilo de la mayoría de los artistas y de todos los farsantes”; al contrario, por ejemplo, de “los primeros románticos, Wordsworth, Southey y Coleridge, se propusieron escribir sencillamente, apartar la poesía de la noción de estilo grandilocuente y asunto apropiado. Su lenguaje era monosilábico, plebeyo; sus temas, personales y cotidianos. No usaban peluca”. Y añade: “el estilo es la relación de forma y contenido. Cuando el contenido es inferior a la forma, cuando el autor finge una emoción que no siente, el lenguaje parece recargado. Cuanto más ignorante se siente un escritor, tanto más artificial resulta su estilo. Un escritor que se considere más inteligente que sus lectores escribe con sencillez (a menudo con una sencillez excesiva), y el que teme que sus lectores sean más inteligentes que él hará uso de la mistificación: un autor logra un buen estilo cuando su lenguaje realiza lo que requiere de él sin timidez”.

Mirando el asunto desde otro punto, “la literatura es el arte de escribir algo que se leerá dos veces, el periodismo es el arte de lo que se aprende de inmediato, y los dos requieren técnicas independientes (…). El lenguaje de nuestro tiempo es el periodístico y el secreto del periodismo consiste en escribir como la gente habla. El mejor periodismo es la conversación de un gran conversador (…) Aquí no nos interesan las personas que prefieren ser periodistas antes que artistas, sino aquellos que han intentado hacer un arte del periodismo, y ya es posible definir a los adversarios del estilo mandarín, todos aquellos que trataron de reducirlo a algo más sencillo y terso, destruyendo su ornamentación, atacando sus ritmos y dándonos a cambio el lenguaje de hoy”.

“La cualidad común a los mandarines era la inflación, ya sea de lenguaje, ya de imaginación, o ambas, y esta inflación es lo que hizo inevitable una reacción contra ellos, pues su éxito fue enorme (…). Proust, Joyce, Lytton Strachey, Virginia Woolf, los Sitwell y Paul Valéry. Su momento era propicio. Tras la desilusión de la posguerra, ofrecieron una religión de belleza, un culto a las palabras y los significados entendidos tan solo por los iniciados en una época en que la gente anhelaba tales iniciaciones (…). A finales de los años veinte se produjo el ataque en masa en contra de los nuevos mandarines (…). Podríamos decir que esta oposición se formó en tres direcciones. Una era la de los viejos realistas (…) [Maugham], tras su larga incursión en la dramaturgia, regresaría a la narrativa como paladín de la ‘lucidez, eufonía, sencillez y el relato con comienzo, nudo y desenlace’, es decir, la doctrina de sus maestros franceses. La segunda dirección era París [Gertrude Stein, Hemingway, Sherwood Anderson]. La tercera dirección en la que apareció la oposición a los mandarines fue la de sus coetáneos Lawrence y Lewis”.

Dice Connolly que “el más resuelto y coherente de los adversarios de la escritura exquisita ha sido Somerset Maugham” y, para comprobarlo, lo cita directamente: “Escribir buena prosa es cuestión de buenas maneras (…). Se ha dicho que la buena prosa debe parecerse a la conversación de un hombre bien educado (…). El mejor escritor en prosa que el mundo ha conocido, Voltaire (…) si uno pudiera escribir lúcida, sencilla, eufónicamente y, no obstante, con vivacidad, escribiría a la perfección, escribiría como Voltaire (…). Descubrí mis limitaciones y me pareció que lo único juicioso era proponerme alcanzar la mayor excelencia posible dentro de ellas. Sabía que no tenía ninguna cualidad lírica, que mi vocabulario era reducido y que los esfuerzos que podía hacer para ampliarlo me servían de bien poco. Estaba poco dotado para las metáforas, el símil original y sorprendente casi nunca se me ocurría. Los vuelos poéticos y el gran recorrido de la imaginación estaban fuera de mi alcance… Sabía que jamás escribiría tan bien como lo deseaba, pero supuse que si me esmeraba podría llegar a escribir tan bien como lo permitieran mis defectos naturales. Al reflexionar sobre ello me pareció que debía proponerme la lucidez, la sencillez y la eufonía. Anoto estas cualidades en el orden de importancia que les asigné”.

En todo caso, “el escritor debe amoldarse al lenguaje que comprende el mayor número de personas, el vernáculo, pero su talento como novelista aparecerá en la exactitud de su observación, la justicia de sus situaciones y la construcción de su libro (…): la literatura es un arte más impuro que la música o la pintura. Es un arte, pero también el medio con el que muchos millones de personas no artistas se expresan, describen su trabajo, venden sus productos, justifican su conducta y propagan sus ideas”.

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Connolly se refiere en concreto a los enemigos de la promesa de escribir bien. Parte de una exigencia central: “la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra”, pero aun así “el escritor no debería hacer demasiado caso de abstracciones como la perfección y la posteridad” y se debe concentrar en el oficio, no en sus sustitutos: “sustitutos remunerativos de la buena escritura: el periodismo, la crítica, la publicidad, la radio y el cine (…). Hoy un escritor no puede tener ninguna confianza en la posteridad y, en consecuencia, suele carecer del aliciente más fuerte para hacer un buena obra: el deseo de supervivencia”. Un primer enemigo, según Connolly: “el periodismo es disperso, íntimo, simple y llamativo, la literatura formal y compacta, ni simple ni inmediatamente llamativa en sus efectos (…). El escritor que se dedica al periodismo abandona el tempo lento de la literatura por otro más rápido, y ese cambio le perjudicará”.

¡Ah!, y está el oficio de publicista, vía para desviarse de la vocación poética: “Hay algo en la redacción de textos publicitarios tan parecido a la composición de poesía lírica que puede llegar a sustituirla”.

Para no hablar de la política, a la que Connolly le dice que sí, pero que no: la “indiferencia general por los asuntos políticos cristalizó en la teoría de que la política era perjudicial, que no es un material artístico de primer orden y que un artista no debe dedicarse a la política (…). No obstante, si examinamos las posiciones tomadas por los escritores a lo largo de los siglos, vemos que siempre han sido políticos”. Pero de cierta manera: “solicitar votos, pronunciar discursos y escribir panfletos no son el mejor medio para los escritores sensibles (…). Así pues, ¿de qué modo un escritor debería ser político? ¿Cómo puede hacer mejor uso de sus armas? En primer lugar, mediante la sátira”. En todo caso “un personaje público nunca puede ser un artista y ningún artista debería jamás convertirse en uno a menos que su obra ya esté realizada, y opte por retirarse a la vida pública”.

“De todos los enemigos de la literatura, el éxito es el más insidioso (…). Pearsall Smith cita a Trollope: ‘el éxito es un veneno que sólo debe tomarse tarde en la vida, y entonces sólo en pequeñas dosis’”.

Al referirse a los géneros, veamos lo que dice de la poesía: “la poesía es la primera forma literaria, y tal como la conocemos, tiene unos tres mil años. Conocemos poetas por su nombre y su fama desde la época de Homero; sus manuscritos se han copiado, corregido y coleccionado desde los tiempos de Alejandría. Los romanos copiaron esos libros y su propia poesía circulaba en tablillas de cera y papiros y, más tarde, en pergaminos. Los monjes los copiaban en la Edad Media, los príncipes del Renacimiento se los disputaban. Petrarca era anticuario y poeta al mismo tiempo. Virgilio, Horacio y Ovidio reinaban desde sus tumbas. Esa preeminencia de la poesía, del poeta, como ‘legislador extraoficial’ ha durado hasta la actualidad, junto a sus instrumentos, el ‘volumen’ breve (…). El impacto viene del poeta, a través del volumen breve, y llega a un pequeño grupo de fervientes lectores, sobre todo jóvenes, en los que sus ideas e invenciones empiezan a germinar. Cuando uno de los lectores es a su vez poeta se produce una reacción en cadena”.

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Antes ha dicho que “la poesía es altamente explosiva, pero ningún poeta desde Eliot puede dejar de percibir la extrema dificultad de escribir buena poesía (…). La poesía es un instrumento de precisión. Por eso la sociedad, a su vez, debe respetar al poeta como respeta a los científicos o a cuantos se sacrifican en su interés más de lo que ella misma estaría dispuesta a sacrificarse (…). La historia literaria demuestra que la poesía lírica es el medio que, más que cualquier otro, desafía al tiempo (…). No existe época o período en el que no pueda escribirse gran poesía lírica”.

“¿Cuáles son las formas disponibles en la actualidad? La novela, la obra teatral, el poema, el artículo, el relato corto, la biografía y la autobiografía, parecen las más fértiles. De la novela, forma literaria dominante en los últimos cien años, ha habido una sucesión de obras maestras, pero también ha habido novelas malas (…). Las novelas malas no duran y, en consecuencia, no tiene sentido escribir una novela a menos que pueda figurar entre las mejores. Por otro lado, la novela no es una forma adecuada para los escritores jóvenes”. Se refiere al género más de moda en su época (¡y ahora!), la novela: “hay que mirar más lejos en busca de las causas de la decadencia de la novela (…). Está, por ejemplo, la indigencia de autores que se ven obligados a ejercer el periodismo, o sobreproducir libros, negándose a sí mismos el adecuado tiempo de gestación que su talento pide (…). Dentro de poco la escritura de libros, en especial las obras de ficción que duren una década, será un arte extinto. Los libros contemporáneos no se mantienen. La calidad intrínseca que contribuye a su éxito es lo primero que desaparece; se altera de la noche a la mañana. En consecuencia, es preciso buscar una calidad que mejore con el tiempo”.

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Connolly es un escéptico. Para empezar, no cree en la especie humana: “el Hombre es de todos los seres vivos el más incompetente y peor organizado biológicamente”, tampoco cree en el valor salvador de las religiones: “decir que debemos liberarnos del yo no es una respuesta: las religiones como el budismo o el cristianismo son estratagemas desesperadas nacidas de un fracaso de los hombres a la hora de ser hombres”. Y, encima, no cree en nuestra época, “ese romanticismo en decadencia bajo cuya sombra crecimos. Llamaría romanticismo al rechazo a enfrentarse con ciertas verdades sobre el mundo y nosotros mismos, así como las consecuencias de esa negativa. Es un rechazo que puede ser espléndido y necesario (…). La artillería romántica nunca alcanza el blanco de la realidad, un disparo es corto y cae en el cinismo, mientras que el otro es demasiado largo y cae en el optimismo sentimental”.

“El objetivo de todas las culturas es la decadencia debida a la sobrecivilización: los factores de la decadencia (lujo, escepticismo, cansancio y superstición) son invariables, la civilización de una época se convierte en el abono de la siguiente”. ¿En qué consiste la decadencia actual? En una “decadencia triple: decadencia del material; del lenguaje del escritor. La nieve virgen sobre la que Shakespeare y Montaigne trazaron sus profundos surcos no es ahora sino una ladera que infinitas pisadas han aplanado hasta que apenas es capaz de mostrar nuevas huellas. Decadencia del mito, ya que no hay una creencia unificadora (como el cristianismo o el humanismo renacentista) que imponga temor y respeto a un escritor (…). La tercera decadencia, la de la sociedad. En la época que nos ha tocado vivir, hemos visto cómo las artes están cada vez más en un callejón sin salida, oscuro y estéril (…). Disney es el Shakespeare de décima clase de nuestros días, obligado por su público universal a elaborar de un modo cada vez más hábil su sentimentalismo del nuevo mundo. (…). Aún así, vivir una decadencia no nos debe hacer desesperar; es sólo un problema técnico adicional que el artista debe resolver”.

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No estaría completa esta reseña sin señalar las cualidades aforísticas de Connolly, su capacidad sentenciosa, su agudeza crítica. Para terminar, va una muestra:

-“Sé que hay miles como yo: liberales que no creen en el progreso, demócratas que desprecian a sus semejantes, paganos que aún siguen la moral cristiana, intelectuales a quienes no les basta con el intelecto; materialistas insatisfechos, somos tan comunes como el barro”.

-“La vida sin amor me ha parecido siempre como una operación sin anestesia. He tendido a considerar esa condición como la justificación de la existencia, que tiene prioridad sobre todas las ideologías”.

-“La madurez es la cualidad que más desagrada a los ingleses y el defecto de los artistas es que, como ciertos extranjeros, son maduros”.

-“Los escritores siempre esperan que su siguiente libro sea el de mayor grandeza, ya que son incapaces de aceptar que su modo de vida presente sea lo que les impide crear algo distinto o mejor”.

-“Ningún sufrimiento en la vida es comparable al que dos amantes son capaces de infligirse mutuamente”.

-“Una relación física que colme mutuamente a dos personas es la sensación más excepcional que la vida puede proporcionar. Pero no es del todo real. Cesa en cuanto suena el teléfono. Semejante pasión puede preservar su fuerza inicial añadiéndole o bien más infelicidad (celos, separaciones, duda, renuncia) o más artificialidad (alcohol, técnicas, efectos teatrales). Aquel que no haya vivido esto no ha vivido de verdad; quien vive exclusivamente para ello sólo está en parte vivo”.

-“La Caída del Hombre, como aparece en la Biblia, es en realidad la Caída de Dios”.

-“En mi religión no habría ninguna doctrina exclusiva: todo sería amor, poesía y duda. La vida sería sagrada, porque es todo lo que tenemos, y la muerte, nuestro común denominador, una fuente de reflexión”.

-“Un hombre con sed de poder no puede tener amigos”.

-“Quien quiera escribir un libro para la eternidad debe aprender a usar tinta invisible”.

-“El afán de una mujer sobrevive a todas sus demás emociones”.

-“Una vez proferidas todas las críticas hacia las mujeres, aún tenemos que admitir, con Byron, que son mejores que los hombres. Son más abnegadas, menos egoístas y más sinceras emocionalmente”.

-“Tres defectos que siempre apareen juntos y que infectan toda actividad: pereza, vanidad y cobardía”.

– “La pereza mental complaciente es la enfermedad nacional inglesa”.

-“Cuando leo ciencia, creo en la magia; cuando estudio magia, creo en la ciencia”.

-“La felicidad consiste en la satisfacción del espíritu a través del cuerpo”.

-Connolly cita a De Quincey: “Gracias a la ley conocí el pecado”.

-Connolly cita a Kant: “Cada hombre ha de ser respetado como un fin absoluto en sí mismo; utilizarlo como simple medio al servicio de una finalidad externa es un crimen contra la dignidad que le ha sido dada y que le pertenece”.

-“Un mito nunca es totalmente inútil mientras quede un artista que crea en él”.

-“Dentro de todo hombre obeso hay uno delgado que gesticula violentamente para que le dejen salir”.

-“El pasado es una herida abierta; el presente, la venda aplicada en vano”.

-“Lo que permite que un libro resista el paso del tiempo son las proporciones adecuadas sumadas a la sencillez de expresión y la seriedad del pensamiento”.

-“En la actualidad, la función del artista es aportar imaginación a la ciencia y ciencia a la imaginación, allí donde se encuentra el mito”.

-“La política comienza en la guardería”.

-“El movimiento moderno comenzó siendo una revuelta contra los burgueses en Francia, los victorianos en Inglaterra y el puritanismo y materialismo de Estados Unidos” .

-“Los niños están educados para ver, no para leer”.

-“La apreciación de la poesía cada vez está más circunscrita a los propios poetas, y su lugar ha sido ocupado por la música pop”.

-“Cuanto más novelas reseño, más leo a los clásicos”.

-“A los veinte años viajamos para descubrirnos a nosotros mismos, a los treinta por amor, a los cuarenta por avaricia y curiosidad, a los cincuenta en busca de una revelación”.

-“La poesía es la forma suprema de la comunicación”.

-“Mi idea del infierno es un lugar en que te hacen escuchar todo lo que has dicho en tu vida”.
  
Diccionadario
“Hay palabras que sólo deberían servir una vez”. Chateaubriand


Tomado de Diccionadario (Pre-Textos):

Estimbre: cuando una flor suena, es porque no tiene estambres sino estimbres.
Gardelia: flor aficionada a los tangos.
Hartensia: flor ahíta. 
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