Por Guillermo Romero Salamanca
El maestro Romualdo Brito apareció esa tarde en el hotel Sicarare de Valledupar con varios casetes. En ellos llevaba sus nuevas inspiraciones. Pedro Muriel y el compositor escucharon pacientemente cada una de las canciones, mientras degustaban whisky frío y consumían grosellas, mango pintón y queso costeño.
“El maestro Romualdo siempre quiso grabar canciones alegres, pero yo le decía que, a él, por su tono de voz le quedaban bien las románticas. Era un excelente compositor”, recuerda ahora Pedro Muriel.
Siguieron libando y de pronto Pedro le preguntó intrigado: “¿Y en ese casete qué tiene?”. Pedro, como buen grabador de Discos Fuentes, debía escuchar todas las canciones porque “uno no sabe cuándo aparece el éxito”.
“Este es un tema que escribí, pero me parece como vulgar”, le contestó el compositor de Treinta Tomarrazón en La Guajira y que en ese momento había escrito unas mil de sus mil quinientas canciones que escribió a lo largo de su vida.
“Es una historia sobre un hombre que le ponen los cuernos o los cachos, por aquello de la infidelidad”, le explicó.
Pedro se lanzó dos whiskies seguidos y le prestó atención al tema. De inmediato pensó en Los Embajadores Vallenatos porque Robinson Damián tenía el estilo para grabarlo.
Le sirvió un trago doble al maestro y le dijo: “Déjemelo”.
Pedro se lo llevó para Medellín y llamó tanto a Robinson Damián, el cantante como a Ramiro Colmenares, el acordeonero para hablarles de la canción.
Era 1994 y el conjunto ya llevaba más de 14 años de grabaciones y presentaciones. Para los directores de las emisoras costeñas, “Los Embajadores vallenatos” era simplemente un conjunto cachacho porque Ramiro Colmenares había nacido en Bucaramanga, pero permitían alguna presentación porque Robinson Damián era de Villanueva, Guajira.
“Desde muy pequeño yo escuchaba la música de Luis Enrique Martínez, de Abel Antonio Villa y de Emiliano Zuleta, entre otros. Nací con esa inclinación hacia la música vallenata y yo creo que cuando a uno le gusta algo de verdad y toma con seriedad su trabajo, puede llegar a dominar cualquier arte, como el de cualquier hombre del Valle de Upar que nace con la sombra de un acordeón”, le contó Ramiro a la investigadora Ofelia Peláez.
NO QUERÍAN DESTACAR EL TEMA
“En esa oportunidad –recuerda ahora Pedro Muriel—se grabaron temas como “Borrachera donde quiera”, “La lira”, “La reina del mar”, “Viernes Cultural”, “Quién te crees tú”, “La misma canción”, “María Tere”, “A bailar con Los embajadores”, “Te hicieron cambiar” y desde luego “El santo cachón”.
Los encargados de la selección de los temas, ubicaron a la canción de Romualdo Brito en el sexto lugar. “No estaban convencidos ni de grabar la canción, ni de presentarla. Les daba pena”, recuerda ahora Pedro.
Como dato curioso el grabador no permitió que Robinson dejara su sello con el grupo de “Pedro Muriel, Muriel, Muriel”, porque “de pronto me molestaban”.
El trabajo discográfico salió al mercado. Los incrédulos directivos lanzaron varios temas, entre ellos, “Borrachera donde quiera”, que, aunque era bueno, no tenía la fuerza de “El Santo Cachón”.
Las emisoras de Medellín no lo pusieron.
“De pronto, dice Pedro, eso comenzó a sonar en Bucaramanga, Tunja, Neiva, Valledupar, Barranquilla, Cartagena, Montería, Cali y Pasto. Un día “El champion”, director de Olímpica Stéreo comenzó a emitir en Medellín”.
Después llegaron reportes de Paraguay, Uruguay, España, Estados Unidos, México en los cuales se marcaba como gran éxito el tema del maestro Romualdo Brito, uno de los grandes exponentes de las letras musicales en Colombia según la Sociedad de Autores y compositores, Sayco.
“Después de El Preso, es la canción tropical colombiana más vendida a nivel internacional en Discos Fuentes”, reconoce ahora Pedro Muriel.
NO LE GUSTABA
De las mil y una canciones de Romualdo Brito, hay algunas que tienen mucha historia, buenas y malas, como lo reconoce el artista. El Santo Cachón es tal vez su canción más famosa y provocó una cultura de la infidelidad que se hizo una moda, pero es la canción que, según el propio Romualdo, no le hubiera gustado componer, porque lastima la dignidad.
“No pensé que fuera a gustarle a nadie; hoy se está grabando una música que maltrata mucho a la mujer, con un lenguaje vulgar donde hace falta mucha lírica”. Y La canción de su autoría que más disfrutó cantar Diomedes Díaz fue Parranda, ron y mujer, y el tema que más le gusta a Romualdo no es suyo: Si nos dejan, en la voz de José Alfredo Jiménez”, le reveló el maestro al investigador, historiador, escritor y periodista Uriel Ariza-Urbina de Sayco.
COMENZARON LOS PROBLEMAS
De inmediato llegaron las presentaciones del grupo no sólo en Colombia sino en el sur del continente y en Europa. “Se la pasaban en Ibiza, Mallorca, París, Madrid, Asturias, Londres, México”, cuenta Pedro Muriel.
Pero a los estrados judiciales llegaron decenas de tutelas solicitando que no se pasara el tema ni en radio y mucho menos en televisión porque atenta “contra la moral y las buenas costumbres”.
Se solicitaba vetar la canción por vulgar y hablar del término “santo cachón”.
Los jueces se ampararon entonces de la sentencia 321 de 1993 para decir que en Colombia «No habrá censura».
Los posibles vetos originaron que el tema tomara más fuerza. En España se volvió un himno. Los Embajadores recorrieron el mundo cantando esa canción.
Un día se cansaron los dos líderes del grupo. Robinson Damián determinó descansar unos meses y Ramiro se dedicó a los negocios particulares.
Hace un par de años el maestro Iván Calderón hizo una versión para Silvestre Dangond y Robinson Damián.
“Yo escuché el tema y no le vi nada de grosero, pero ahora sí me pongo colorado cuando escucho a un locutor de una emisora o a un reguetón”, finaliza Pedro Muriel.