La corrupción y sus genios

Al presidente de la Real Audiencia de Santa Fé Francisco de Sande le habían entregado en Madrid cinco mil pesos oro, en efectivo, para que los consignara en la Tesorería del Virreinato, pero esa plata no apareció por ninguna parte. En aquellos tiempos, -1602-fue el primer acto de corrupción pública en la futura República de Colombia, según relato de El Tiempo.

Por Jaime Burgos Martínez*

Desde hace tiempo he visto, dolorosamente, la ruptura entre moral y política, y, en la actualidad, más acentuada, lo que causa mucho daño a la sociedad. En ese sentido, me vino a la memoria la investigación histórica que hizo el inolvidable periodista Arturo Abella sobre «Don Dinero» en la independencia (1810-1819), en que retrata el mal manejo de los recursos públicos, tal como se afirma en el prólogo de dicha obra (Editorial Temis, 2012):

«…Esta es una verdad de a puño, pero en narración histórica, sobre todo cuando hace referencia a los comportamientos de personas rodeadas del halo de la heroicidad, suele dejarse de lado. No ayuda a la construcción de la figura hacer alusión a sus deudas, a sus conflictos en torno a la propiedad, al manejo de los caudales que por una u otra razón pasaron por sus manos».

Aunque parezca mentira, en este país, desde la época de la independencia siempre ha existido la utilización indebida o ilícita de las actividades o funciones encomendadas a los servidores públicos en beneficio propio; y, sobre todo, en el ejercicio de la política, que, como acción humana, de gran trascendencia social, debe estar sometida, de manera estricta, al conjunto de reglas de comportamiento y formas de vida, mediante las cuales se propende a realizar el valor de lo bueno. Sin embargo, en las sociedades débilmente organizadas, como la nuestra, es fácil que se implanten formas de gobiernos autoritarios y proclives a la corrupción, sin distinción de ideologías políticas.

En estos terrenos actúan, como diría el desaparecido profesor Guglielmo Ferrero (1871-1942), en su estudio del Poder, a través de los principios de legitimidad, que logran alcanzar la categoría de genios invisibles de la ciudad, para atacar y contener el espíritu revolucionario, “seres intermedios entre lo divino y lo humano que los romanos llamaban genii―genios― y que imaginaban sempiternamente presentes en el obrar de los hombres” (Tecnos, 1998:); pero que, en nuestro medio, no son incorpóreos, mas sí invisibles y con aureola de inteligencia, puesto que son ‘los genios de la corrupción’ que imparten órdenes para que se cometan actos ilícitos, y nunca dan la cara y no son denunciados por miedo a las consecuencias letales.   

Cada día la corrupción se afinca más y, de forma sutil ―con invitaciones y agasajos―, pretende incrustarse en el modo de vida y costumbre de una sociedad, debido a la actitud complaciente y temerosa de la mayoría de sus miembros a ser marginados de determinados círculos de poder social, político y económico, que, a pesar de que saben o intuyen quiénes incurren en actos delictuosos (“honestos” que ostentan cínicamente la riqueza mal habida), se abalanzan a abrazarlos y lisonjearlos. En mi sentir, este el principal problema que debe enfrentar el Gobierno y las instituciones públicas; pero, tristemente, según las noticias, la corrupción (administrativa u otras) deviene de estos, ¿qué hacer cuando la sal se corrompe?, como dice la Biblia: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».

En fin, en este país de reformas, pero adelantadas, casi siempre, por los que no quieren reformarse y por algunos ‘genios invisibles de la corrupción’, la corrupción se torna más descarada ―por ejemplo, en estos  momentos, en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd)―, pues, como alguien me decía, por lo menos los corruptos tenían antes más “vergüenza”, hoy es de frente y con la actitud silenciosa y cómplice, tímida, selectiva y lenta, tanto de los organismos de control como de la justicia. La honestidad no puede ser vista como una extravagancia: una planta exótica. Por el contrario, debería ser la bandera del Cambio que tanto pregona el Gobierno nacional, pero que no se ve.

*Jaime Burgos Martínez 

Abogado, especialista en derechos administrativo y disciplinario.

Bogotá, D. C., mayo de 2024

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1 comentario

  1. Sí,antes los corruptos sentían vergüenza,hoy son aplaudidos y defendidos, también hay corruptos que dicen combatirlos,pero son ellos los que se benefician,en la Colombia de hoy,lo estamos viendo,»se van todos los corruptos»,si es así,el primero en irse es él,el corrupto mayor

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