Javier Darío Restrepo, un reportero feroz – In Memóriam

Javier Darío Restrepo nació en Jericó, Antioquia, en 1932. / Archivo El Espectador

Ética. La historia es injusta. Los medios de comunicación crean unos imaginarios que pueden terminar por fragmentar en exceso el legado de quienes aparecen en periódicos o pantallas de televisión.

Por Joseph Casañas, Diario El Espectador, Bogotá 

Javier Darío Restrepo no escapa a esa lógica. El periodista será recordado, fundamentalmente, por sus posturas en torno a la ética periodística. Desde el 2000 y hasta el día de su muerte, dirigió el Consultorio Ético de la Fundación Gabo. Recorrió las salas de redacción del continente firmando el libro de su autoría que más ediciones tuvo: Ética para periodistas. Dictó talleres y ofició charlas que siempre tuvieron como pretexto hablar y reflexionar de ética. A alguien se le ocurrió bautizarlo como el decano de la ética periodística y entonces a Restrepo se le asignó ese lugar en la historia. No fue inferior al reto.

Y claro que la historia es injusta. Si en 50 años a alguien se le ocurre buscar quién era Javier Darío Restrepo, los resultados de esa búsqueda serán reduccionistas. Encontrarán documentos extensos de un comunicador que nació en Jericó, Antioquia, el 3 de diciembre de 1932 y que “dedicó su vida”, escribirá algún romántico, a hablar de ética, de medios y de empresas de medios.

Los ríos de tinta que han corrido para hablar de Restrepo han soslayado hablar de la génesis discursiva de quien fue maestro de la Fundación Gabo desde 1995. Y es que, si Javier Darío Restrepo terminó sus días como un referente de ética en el periodismo, es porque por sus venas corrió la sangre de un reportero feroz. En 1955 se ordenó como sacerdote en Cartagena. Desde los seminarios escribió artículos e hizo preguntas. Sin embargo, no poder cuestionar con libertad las órdenes de sus superiores y tener que simplemente hacer caso, terminaron por inclinar la balanza y tras 17 años de sacerdocio colgó la sotana y agarró la pluma.

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“Cerrar una revista es mucho más grave que tumbar una catedral”, dijo luego de que se viera obligado a cerrar la revista La Hora, un medio de comunicación de la Comisión Pastoral de Paz desde el que Restrepo decía cosas que incomodaron a los jerarcas de la Iglesia.

Esa vena de reportero se le dilató por primera vez cuando se preparaba para echar bendiciones y bendecir matrimonios. En el Seminario creó, en compañía de otros novicios, un periódico mural para informar los resultados de la olimpiada deportiva que se disputaba entonces. El Seminario se conmocionó. La gente se arremolinó para enterarse de lo que había sucedido con aquellos atletas de Cristo. “Nunca imaginé que un escrito mío pudiera ser útil para tanta gente. Eso me causó un inmenso asombro”. Restrepo jamás pudo reponerse de ese asombro. La reacción del novicio fue la misma a la del periodista que escribió más de 30 libros.

La anécdota la contó Daniel Coronell en Twitter: “Todo el mundo recuerda hoy a Javier Darío Restrepo como el sabio y sosegado maestro. Yo, en cambio, lo evoco como un reportero feroz e implacable. Esto sucedió en los años 80, cuando apenas llegaban los micrófonos inalámbricos a Colombia.

“Todos querían entrevistar a Fidel Castro que llevaba años sin hablar. Restrepo era periodista del Noticiero 24 horas y mi maestro, Heriberto Fiorillo, era el subdirector de su enfrentado, el Noticiero de las 7. Los dos estaban en una fila en La Habana por donde Castro pasó a saludar. Javier Darío estaba al lado de Heriberto; cuando Fidel Castro se acercó, Javier Darío sacó un diminuto micrófono inalámbrico y le hizo tres durísimas y noticiosas preguntas en las barbas de su competidor. La cámara lo grababa desde el segundo piso. Reportero implacable”, dice Coronell.

En una semblanza publicada en la revista Semana en 2005, Alberto Salcedo Ramos se refirió a la faceta de reportero de Javier Darío Restrepo cuando se alistaba para cumplir 50 años de periodismo.

“Si hay algo que Restrepo lamenta es no poder seguir siendo un periodista trashumante como en el pasado, cuando era joven y no padecía ningún achaque de salud. Pero hoy, con 73 años y el Vértigo de Menier, no tendría los bríos necesarios para atravesar la selva en burro, ni para vadear ríos y mares en lancha con motor fuera de borda, ni para recorrer a pie el resto del mundo, enfrentándose al helaje de los páramos y a los ardores del trópico, sin más armas que su entusiasmo febril. En pocas palabras, no sería un reportero a la altura de sus propias exigencias”.

Restrepo nunca pudo entender por qué sus jefes pensaban en él como la primera opción de reportero en el momento en el que sonaban las balas.

En su libro, Testigo de seis guerras (ganador del Premio Germán Arciniegas de la Editorial Planeta), cuenta que, en el Medio Oriente, cuando estaban saliendo los palestinos hacia Chipre, vio cómo los guerrilleros palestinos lanzaron un cohete para destruir un carro viejo y de esa forma mostrar su poder armamentístico “Allí había unas mujeres que perdieron a sus parientes. El llanto de estas mujeres era dramático. Eso, mezclado con sus vestimentas y las expresiones llenas de vida en medio de la muerte, generaron en mí unas reflexiones durísimas en torno a la vida”.

El periodista, que falleció el pasado domingo 6 de octubre, no solía exagerar sus relatos con el objetivo de que sus libros tuvieran más impacto. “No puedo decir que estuve cerca de la muerte en los cubrimientos de guerra. Tuve, eso sí, muchos sustos. Por ejemplo, en El Salvador, quedé en medio de un fuego cruzado. Esta es la hora (en) que no me explico cómo no me agaché y simplemente avancé para decirle al camarógrafo que grabara x o y cosa. No me agaché porque me invadió un arresto de dignidad, o alguna carajada de esas, pero perfectamente me hubieran podido dar un pepazo”.

Como reportero en la Guerra de las Malvinas atravesó la Plaza de Mayo ondeando una bandera blanca. Fue un gesto de supervivencia. Había quedado en la mitad de una balacera. “A mi papito lo van a matar, a mi papito lo van a matar”, gritaba la pequeña María José mientras veía la escena por televisión.

Será difícil que sus posturas sobre el oficio sean ignoradas y pasará mucho tiempo para que sus palabras pierdan vigencia. Su muerte coincide con una crisis de medios que, aunque está sobre diagnosticada, aún no cuenta con un antídoto certero que detenga la vorágine.

El rating, decía, es la maldición del periodismo. Consideraba que los clics, las mediciones de audiencia y las cifras que las empresas de medios presentaban en busca de pauta eran “la nociva introducción del periodismo en la lógica comercial”. La ecuación la explicaba de la siguiente manera: “A más clientela, más ganancia, por tanto, hay que satisfacer a la clientela y darle lo que le gusta”.

Restrepo consideraba que ese periodismo, el del periodista que esperó y espera a cambio una contraprestación por su trabajo, había que acabarlo. Y aunque el maestro de ética de la Fundación Gabo era consciente de que los vicios se adquieren en las salas de redacción, entendía que el virus se incubaba en las universidades de periodismo.

“¿Qué ideales tienen los estudiantes mientras se están formando? ¿Es un ideal para servir a la sociedad, por tratar sobre el bien común, o es un periodista que sale con la intención de ser famoso y, de ser posible, ser rico?”.

“En las universidades están enseñando a hacer cosas y a manejar técnicas, pero no se está capacitando a personas con sentido de misión en el periodismo. El periodismo es una profesión muy distinta de las otras. Sobre todo, porque se acentúa el sentido de misión por buscar una sociedad mejor”.

Para darle peso a su tesis repitió, sin cansarse nunca, una frase de Gabriel García Márquez: “Ser periodista es tener la oportunidad de cambiar algo todos los días”.

Será inevitable desligar la imagen de Javier Darío Restrepo del concepto de ética periodística. Al respecto, decía que los libros de ética deberían ser “manuales de supervivencia, algo completamente distinto de esos libros museos de prohibiciones en que se han convertido las exposiciones sobre la misma”.

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