Japiberdi, JapiAndrescarnederrés

El colibrí-lampara del restaurante Andres, carne de res

Por Óscar Domínguez G.

Un día como hoy, el 21 de junio de 1982, en pleno solsticio de verano, Andrés Jaramillo montó una tienda de fin de semana, le colgó trastos, le puso música y sirvió carne. 40 años después de haber montado ese plante llamado “Andrés Carne de Res” en Chía, Cundinamarca, se convirtió en referente gastronómico en  la parroquia colombiana. Hasta en Medellín, en la avenida El Poblado, tiene llenarles el buche sus fans.

Gasta más el Papa en jíbaros que simplemente Andrés en publicidad. De The New York Times han elogiado su criatura que es lo más parecido al caos organizado, a la locura cuerda, a la lúdica hecha lujuria. 

“La experiencia de ir allí representa lo que el mundo se pierde por no ir a Colombia: logra ser profunda, fascinante, hermosa, tumultuosa, confusa y hace engordar: todo a la vez”, escribió Seth Kugel, del Times.

Y cuando la fallecida escritora y fotógrafa Susan Sontag vino a Colombia a la inauguración de una Feria del Libro, se declaró fascinada, en su orden, con el restaurante y con la Biblioteca Luis Ángel Arango. 

En una columna sobre la tal colombianidad, el expresidente López Michelsen elogió el patacón del negocio que tiene en las chatas, la punta de anca y el lomo, sus armas secretas.

Su cocina está inspirada en el fogón casero. Se da el lujo de cometer pecados capitales como echarle banano al ajiaco. Los Jaramillo son así.

El suyo es un sitio de rumba total para los hijos y nietos de papi. Y para el papi, con su mujer, o con la mujer del prójimo. Es imposible aburrirse en ese laberinto barroco donde se va a ver, oir, oler, gustar, palpar, beber, comer, gozar, y otros infinitivos emparentados con la sensualidad.

A los extranjeros le tienen reservado ese pecado capital en el menú turístico. El jet set nacional e internacional se hace moler por gastar allí. De pronto, en momentos de vacas gordas, el transmilenio set se da sus trotes por Chía donde empezó todo. Para todos hay. Cómo será la cosa de exótica en Andréscarnederrés que la cuenta solo empieza a doler dos o tres semanas después de cancelarla.

El dueño es un frustrado narrador de historias. Alguna vez dejará salir el cuentista que lleva por dentro en agitada procesión. Mientras tanto, si no escribe crónicas, las narra con la anárquica escenografia, la comida, el trago, la música, la atención del negocio que de pronto extiende sus tentáculos a festivales en diversas partes del país. Estuvieron en el concierto de los Rolling Stones pero la gente salió aburrida con el producto. Y con el precio. 

Cerca de cuatro mil universitarios han pasado por la nómina, incluida la famosa “Paca” Zuleta, exzarina anticorrupción. En promedio, siempre hay dos empleadas embarazadas. Uno de los hermanos del dueño se casó con una mesera en un exquisito caso de democracia sexual.

Uno de los grandes cabezazos de la vida del empresario Jaramillo fue montar en bus, lo que para muchos es una derrota social. En un bus se conoció con Stella, la mujer de todas sus vidas. Del resto se encargó la carpintería del amor. Y la gastrónomoparranda.

Las universidades Javeriana y Nacional lo tentaron con la ingeniería electrónica y la economía. Felizmente, la academia perdió un mal ingeniero, un precario economista, pero ganó la rumba ilustrada que se estila en su restaurante-babel que lo convirtió en el gurú de la rumba. Alguna vez le disparé preguntas a través del impersonal correo electrónico:

ANTIOQUEÑO DE CHIA

– ¿”Recuerda” qué estaba haciendo hace el 18 de noviembre, día de su nacimiento?

– Estaba muy apegado, revoloteando. No sabía lo que me esperaba.

– ¿Qué tiene de su primer apellido y qué del segundo?

– Del primero, todo lo contrario. Del segundo, todo.

– ¿Qué es ser antioqueño?

– Tiene que ver con la rebeldía. Soy antioqueño de Chía.

– En Antioquia la gente nace liberal o conservadora, católica o católica. ¿Usted nunca se reveló contra ese esquema?

– Me revelé, rebelándome.

– ¿Qué es ser colombiano?

– Es convivir día a día con los diferentes matices del tricolor que nos condena y nos redime.

– ¿Está amañado con el signo que le tocó en reparto?

– Escorpión. De vez en cuando sirve el aguijón.

– ¿Se ha guiado por lo que dicen los astros de usted?

– Siempre he sido o he buscado ser fiel a mi destino sideral.

– ¿Lo han calumniado los astros?

– Sí, en cuanto el aguijón que me atribuyen es a ratos aguja que prende botones de ternura.

– ¿El mejor consejo que recibió de papá Jaramillo?

– “A veces la vida es dura, amarga y pesa… pero tiene etapas de placidez, alegría y felicidad cuando cumplimos bien con nuestro deber”.

– ¿Y de mamá Flórez?

– “Mijito, ¿quiere un vaso de leche?”

– ¿Tiene muy alborotado el complejo de Edipo, o de doña Electra hay algo?

– Tuve la suerte de papá siquiatra. Desde el primer día, pues, inicié sicoanálisis. Me considero entonces con derecho a sentirme algo superado en materia de complejos freudianos. Aunque Stella, cuando estamos de pelea, sostiene lo contrario.

– ¿Si volviera a nacer repetiría el mismo libreto vital?

– ¡No! Me encantaría ser astronauta o estrellita.

– ¿Mientras más conoce a los hombres más quiere su restaurante?

– Mientras más conozco mi restaurante, más quiero al niño que hay en los hombres y en las mujeres que nos visitan.

– ¿El mejor piropo o comercial gratuito que le han hecho a su negocio?

– ¡El chorizo estaba buenísimo!

– ¿De donde nació esa devoción por la gastronomía?

– Lo de las mesas y la comida fue sola una disculpa para ser.

– ¿Qué paralelo haría entre un bisté a caballo y el homo sapiens?

– Ambos tienen huevo.

– ¿Fue un estudiante nerd, es decir, de esos jartos que siempre sacaban cinco en todo y no se tomaban un aguardiente?

– Fui melenudo, sin cinco centavos y rebuscador. Me tomaba la vida en la calle.

– ¿Qué es ser restaurantero?

– Es una feliz condena.

– ¿Cuál era su modus operandi para enamorar damas en Junín?

– No era en Junín, era en la 15 de Bogotá. Una mirada las delataba. Luego, les seguía el paso.

– ¿Usted enamoró a Stella, su mujer, o ella lo enamoró a usted?

– Fue en un bus. Corrientazo mutuo. Cuando peleamos, pienso en porqué paró ese bendito bus. Cuando estamos felices, bendigo el bus.

– ¿Tiene algún piropo de su propia inspiración?

– Quemadita por fuera, roja por dentro.

– Por favor, recite la primera parte del verso de amor que más le ha gustado…

– No puedo. A veces agarro en el aire o en el sueño, frases que por bellas se olvidan.

– ¿Le ha ido bien con las féminas?

– Sí, a Dios gracias. Con todo, a mis 50 es saludable una mirada, nada más.

– ¿A ellas con usted?

– Mejor antes que después.

– ¿Es más fácil ser buen padre o aspira a ser mejor abuelo?

– Es la pregunta más difícil. No quiero que el tiempo la responda por mí, en labios de mis hijos. Me esfuerzo en ser el mejor padre, pero estamos llenos de errores. Cuando supere con satisfacción la etapa de padre, seré feliz dando el amor de abuelo.

– ¿Le da miedo envejecer?

– Si conservo la memoria, no tengo problema. De eso se vive.

– ¿Tienen alma los restauranteros?

– Si no fuera así, no estaríamos vivos.

– ¿Comer para qué?

– Para restaurar el cuerpo, a tiempo que se restauran alma y sentidos.

– ¿En qué consiste la ética de un buen empresario de restaurantes?

– En tener plena conciencia de que es un trabajo muy delicado, de que tocamos todas las fibras del ser humano, de que las personas vienen, nos visitan y tenemos la osadía de cobrarles. Por si fuera poco, retornan. ¿Cómo le parece?

– ¿Ha sido feliz?

– Le juro que sí. Totalmente.

– Entre lo que ha hecho en vida, ¿qué le hace sacar pecho?

– Ha aprendido a guardar silencio.

– ¿Cómo resumiría su papel de empresario?

– Siempre al son del toc toc del corazón.

– ¿Qué se le ha quedado dentro del tintero para hacer en la vida?

– Quiero un retiro apacible, con amigos, lectura, música. Hacer, de nuevo, algo con mis propias manos, como si otra vez fuera niño. Con una libra de plastilina, no de carne.

– ¿Qué hará en su próxima reencarnación?

– Siempre he pensado que el que muere se vuelve estrellita.

– ¿Cosas que no repetiría de las que ha hecho?

– Por favor, hable con mi siquiatra.

– ¿Le da gracias a la vida, o no le ha dado tanto?

– Casi todas las noches, de corazón, le agradezco. No le pido que me dé más, sino que me conserve.

– ¿Tiene listo su epitafio?

– ¡Listo el pollo!

– ¿Por qué se dedicó a los restaurantes y no a apagar incendios, por ejemplo?

– Tal vez porque no fui hijo de bombero. Fui hijo, con siete hermanos más, de una familia cuyos momentos más felices transcurrieron en torno de una mesa.

En pocas palabras

– ¿Libro que está leyendo?

– Leo ahora en voz alta, a mis hijos, La Odisea.

– ¿Está escribiendo algún libro?

– Las palabras mías tienen forma de colgandejos en techos y paredes.

– ¿El pecado que más le gusta cometer?

– El amor.

– ¿Virtud que más admira en los demás?

– La naturalidad.

– ¿Defecto que le gustaría tener?

– La perfección.

– ¿Quién le gustaría haber sido?

– Relator de historias.

– ¿Qué es un amigo?

– Aquel que nunca te llama.

– ¿Los enemigos para qué?

– Para abrazarlos.

– ¿Persona que más ha influido en usted?

– Las mariposas amarillas y los molinos de viento.

– ¿Qué lo saca de quicios?

– La falta de transparencia.

– ¿Tiene con qué salvar su alma?

– Me parece muy católica su pregunta.

– ¿De qué le gustaría morir?

– De la emocionante enfermedad de estar vivo.

– ¿Qué le gustaría olvidar?

– La envidia del vecino.

– ¿Por qué desea que lo recuerden?

– Porqué me olvidaron tan pronto.A

Sobre Revista Corrientes 4583 artículos
Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]