Inversión de valores

Corrupción Foto El Tiempo

Por Carlos Alberto Ospina M.

En un mundo en el cual la ética y la moral deberían ser los cimientos de la verdad, ocurre que los principios están invertidos, desmoronando la estructura de cada comunidad. En este momento, los delincuentes son defendidos como víctimas de un supuesto régimen injusto o héroes que desafían el statu quo. El revisionismo está enraizado en la narrativa de los diversos sistemas de opresión.

La corrupción, antaño condenada y perseguida, hoy en día encuentra refugio en los más altos estrados del poder. Los testaferros que facilitan el desvío de fondos públicos son ‘semidioses’ omnipresentes en múltiples ambientes sociales. Inquieta, sí, cómo se ha normalizado la existencia de los suplantadores a partir de la seudo excusa que “todos lo hacen”, lo que mina la voluntad de algunos para luchar contra ese flagelo. La descomposición no es concebida a modo de aberración, sino como una forma de vida; dizque, el mal necesario para avanzar en un proyecto particular.

No deja de sorprender el horizonte de impunidad con la que actúan los malandrines escupiendo en la cara a todos. Los sobornos, las coimas y los arreglos subrepticios que esconden billonarias fortunas mal habidas; en vez de causar rechazo generalizado, al parecer, despiertan “el respeto y la admiración” de unos cuantos trúhanes debido al nivel de astucia para evadir la ley. Con razón se perdió la brújula de las cosas bien hechas. Tanto más que en la red X, el exguerrillero presidente, reposteó en un mensaje que trata a la oposición de ‘malparidos’ (sic). ¡Qué bajeza de un sujeto que escupe para arriba, mirándose al espejo de su árbol genealógico! 

Qué flaca memoria tienen los canales de televisión que ennoblecen la estampa de los narcotraficantes, transformándolos en íconos didácticos y ‘emprendedores’ que retan al sistema sin importar la destrucción de vidas ni la raíz de la mayoría de los fenómenos de violencia que padece el país. Presentar el imaginario triunfo de los traficantes de estupefacientes es visto, en ciertos sectores, a semejanza de vía rápida para salir de la pobreza. Esta perspectiva simplista distorsiona la realidad e ilustra cómo la trascendencia moral es corrompida por varios estereotipos ficticios.

La hipocresía ha alcanzado cotas alarmantes en la medida que líderes políticos y personajes públicos que, deberían ser ejemplos de probidad, se dedican a predicar una cosa al mismo tiempo que practican otra muy diferente. Esa ambigüedad draga la legitimidad y destruye cualquier atisbo de confianza. Los progresistas que presumen combatir la podredumbre, a la hora del té, son meros corruptos; distintos empresarios que hablan de responsabilidad social, mientras maltratan a sus empleados; y los religiosos que predican acerca de la moralidad, terminan encabezando carteles de pederastas. Ellos integran la figura perfecta del cinismo.

Los mendaces y los impostores encontraron un terreno fértil en la era de la inteligencia artificial. Las noticias falsas, las campañas de desinformación y la manipulación de la realidad se convirtieron en herramientas comunes para aquellos que buscan perpetuarse en el poder a base de mentiras oficiosas y verborrea. La veracidad ha sido relegada a un segundo plano, oscurecida por la eficacia del disimulo y la feroz idea de “todo vale”. La glorificación de la trampa envía un mensaje peligroso que ‘el fin justifica los medios’ sin importar las consecuencias. Esta cultura de la pantomima desestabiliza la colectividad, dado que mina la capacidad de las personas para discernir y tomar decisiones instruidas. 

La educación, propósito superior por fuera del adoctrinamiento de Fecode, juega un papel primordial en el fortalecimiento de las instituciones a manera de barrera contra la inversión de valores. Se requiere inculcar en los jóvenes la importancia capital del pensamiento crítico, la integridad moral, la honestidad, la responsabilidad, las normas y los postulados éticos universales. Modelos que apuntan a una sociedad más justa, libre, próspera y democrática.

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